La “ciudadanía digital” es un concepto que parece sufrir la misma ubicuidad que se atribuye a internet: es una expresión ampliamente utilizada por los diversos sectores de la sociedad, especialmente por el cuadrante político. Pero, ¿qué significa realmente “ciudadanía digital”? ¿Y cómo se materializa? Aunque estas fueron las primeras preguntas iniciales para esta reflexión, pronto surgieron otras preguntas: ¿no es un concepto reduccionista e incluso tecnocrático? ¿Existe realmente la ciudadanía digital o la “ciudadanía” solo utiliza nuevas herramientas digitales? Y si consideramos el término en su totalidad, ¿alguna vez nos sumergiremos en un mundo totalmente digital? ¿Podemos ser simplemente ciudadanos digitales?
Comenzamos este capítulo con un enfoque conceptual de la ciudadanía y la ciudadanía digital, y luego pasamos al análisis de su posible materialización en los dos estudios que mencionamos anteriormente.
La concepción comúnmente aceptada de ciudadanía, derivada de la teoría política, se refiere a los derechos y deberes de un miembro de una nación-estado o una ciudad (Marshall, 1998).1 La idea de ciudadanía surgió en la antigua Grecia: el trabajo de Aristóteles representó el primer intento sistemático de desarrollar una teoría de la ciudadanía, defendiendo una sociedad fuertemente jerárquica, donde los ciudadanos deben cumplir una serie de condiciones para ser libres y ejercer sus derechos políticos: deben ser hombres y no depender de un salario para vivir, lo que supuestamente garantizaría una independencia de pensamiento y acción. Los esclavos también serían por naturaleza seres inferiores, que permitirían, al realizar las tareas pesadas propias del trabajo humano, que los hombres dedicados a la vida teórica y política pudieran ejercer plenamente su ciudadanía, porque contribuían con el servicio militar al sustento directo de la ciudad-estado. Desde entonces, la evolución e implicación del concepto ha sido notoria.
Aunque la noción moderna de ciudadanía es indudablemente distinta de la original griega, es necesario entender que el concepto moderno de ciudadanía no ha surgido en forma aislada. Los valores de universalidad e igualdad, centrales para la ciudadanía moderna, tuvieron sus raíces en los estudios de los filósofos griegos estoicos, mientras que el discurso liberal de los derechos naturales se inspiró en la tradición universalista de las leyes naturales romanas (Faulks, 2000).
Es a partir de esta idea, que se remonta a la antigua ley romana, que se construye también la propuesta de que sería posible, al menos en teoría, tener un sistema legal internacional universal, que todos los seres humanos pudieran reconocer como legítimo y auténtico, basado en ese derecho natural. Habría entonces un núcleo fundamental de derechos y deberes que todas las personas reconocerían, independientemente de su origen, clase, raza o contexto histórico. Es decir, los derechos humanos:
El corpus actual de normas sobre los derechos humanos es heredero (y, en cierto sentido, síntesis) de una serie de documentos normativos que datan, sobre todo del siglo XVIII. Entre los más celebrados de estos antecedentes están: la Carta de Derechos de Inglaterra (1689), la Declaración de Derechos de Virginia (1776), la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano formulada por los revolucionarios franceses (1789) y la Carta de Derechos de Estados Unidos (1791) (Velasco, 2010: 271).
Con eso, reconocer la historicidad de las normas sobre derechos humanos y de la concepción de ciudadanía conlleva a percibir que provienen de los mismos orígenes y pensamientos.
En esta línea de pensamiento, Javier Bustamante2 (2010: 15) apunta que: “esta apelación de la naturaleza del hombre con la naturaleza de los derechos políticos y el concepto mismo de ciudadanía está presente, en esencia, en casi todo el pensamiento político occidental”. Para entender el conjunto de normas explícitamente codificadas y las concepciones de ciudadanía, tanto las actuales como sus precedentes, es imprescindible revisar, aunque sea superficialmente, “las diversas aspiraciones políticas que confluyen en ellas, que les dan fuerza y justificación” (Velasco, 2010: 271).
Buscar las raíces de la ciudadanía en la naturaleza humana es la expresión de otra versión más actual de la noble mentira, según la cual el conocimiento también debe estar bien definido y compartimentado en un problema político, en una solución política; en un problema técnico, en una solución técnica. Es una expresión de pensamiento dicotómico que perpetúa la separación de las dos culturas, humanística y técnica. Sin embargo, unir ciudadanía y redes digitales en el mismo contexto muestra la importancia del entorno de las TIC para redefinir, desde una perspectiva multidisciplinaria, algunos de los conceptos básicos de la filosofía política. […] De hecho, las redes digitales son el campo de batalla donde tienen lugar algunas de las luchas más importantes por los derechos humanos. No podemos hablar de libertad de expresión o del derecho a la información si no consideramos las posibilidades que estas redes ofrecen a los ciudadanos menos favorecidos. La noble mentira se reproduce nuevamente en el clásico entorno comunicacional. Los medios de comunicación se caracterizan por su naturaleza profundamente asimétrica: uno habla, muchos escuchan. Uno aparece, muchos contemplan (Bustamante, 2010: 15).
La ciudadanía abarca elementos individualistas y colectivos, es decir, reconoce la dignidad del individuo, pero al mismo tiempo, reafirma el contexto social donde opera el individuo. Sin embargo, genera cuestiones, ¿hay derechos y deberes completamente individuales? ¿Puede haber una comunidad sin miembros o un individuo sin un colectivo? Así, la ciudadanía es un buen ejemplo de la “dualidad de la estructura” enunciada por Anthony Giddens (Faulks, 2000). Para Giddens (1984), el individuo y la comunidad no pueden entenderse consistentemente como ideas antagónicas, por el contrario, son mutuamente dependientes. De esa manera, aunque el significado moderno pretende ser igualitario, ha sido un elemento de creación de igualdad y desigualdad. Igualdad, porque, en su tradición liberal, todos los que están incluidos en un estado similar, disfrutan de una posición igual, a pesar de las diferencias individuales en riqueza, habilidades y posición social. Desigualdades, porque el proceso de definición de ciudadanos incluye la delimitación de distinciones que crean la categoría de “no ciudadanos”, es decir, aquellos que no disfrutan de los mismos derechos (Glenn, 2000).
En uno de sus trabajos más famosos, Understanding Media, Marshall McLuhan (1964) describió el resultado de las implicaciones tecnológicas en la sociedad humana, trazando el telón de fondo de esta red de comunicaciones. Al principio, el autor aborda las nuevas formas de concebir la información y las diferencias prácticas que ha causado en las relaciones humanas. Los medios en sí mismos serían “la causa y el motivo de las estructuras sociales”. El medio se convierte en el mensaje a medida que se convierte en un argumento irrefutable para su adquisición. En otras palabras: “el medio mismo se ha convertido en la atracción principal, la información”. Hay una creciente conciencia de la acción de los medios en la vida del hombre.
Para McLuhan (1995), la evolución tecnológica dejaría de ser un factor de apoyo en la vida social y se convertiría en una parte integral de la misma, dando forma a una nueva forma de organizar la sociedad. Con el advenimiento de los medios electrónicos de comunicación, la velocidad de transmisión de mensajes y el carácter masivo de su recepción no solo permiten compartir experiencias distantes, sino que promueven un nuevo tipo de enfoque de ciudadanía a gran escala.
Las nuevas perspectivas de la ciudadanía incluyen todas sus dimensiones, ya sea desde un punto de vista individual o colectivo, que exige el desarrollo de una cultura de respeto por los demás y una mayor autorregulación social, colocando a la persona/ciudadano en el centro de los procesos sociales y políticos. La emergencia de la sociedad red, suscita como nueva estructura social dominante, en la “era de la información” (Castells, 1997), es un fenómeno mundial. A través de redes digitales basadas en computadoras y dispositivos móviles, que ofrecen nuevas herramientas para el ejercicio de la ciudadanía, se producen muchos cambios en la relación interpersonal y social y en las propias estructuras de poder administrativo, social y político, por lo tanto, nuevas formas de compartir significados, exigir a un ciudadano informado, con conocimiento, la base de una actitud proactiva que reduzca la distancia entre la persona y las autoridades públicas.
Luego de explorar las estructuras sociales emergentes por distintos ámbitos de la actividad y experiencia humanas, Castells conduce a una conclusión general:
Como tendencia histórica, las funciones y los procesos dominantes en la era de la información cada vez se organizan más en torno a redes. Éstas constituyen la nueva morfología social de nuestras sociedades y la difusión de su lógica de enlace modifica de forma sustancial la operación y los resultados de los procesos de producción, la experiencia, el poder y la cultura. Aunque la forma en red de la organización social ha existido en otros tiempos y espacios, el nuevo paradigma de la tecnología de la información proporciona la base material para que su expansión cale toda la estructura social. Además, sostendría que esta lógica de enlaces provoca una determinación social de un nivel superior que la de los intereses sociales específicos expresados mediante las redes: el poder de los flujos tiene prioridad sobre los flujos de poder (1997: 548).
En este sentido, es recordando a Marshall McLuhan (1964), quien señalaba que “para ser un buen profeta no se debe predecir nada que no haya ocurrido ya”. Aunque no sea la solución sino la explicación, hemos de decir que parece surgir una nueva cultura articulada capaz de integrar pasado, presente y futuro. Dicho de otra manera, un nuevo método de análisis que permite hacer predicciones admitiendo que nos podemos equivocar.
La ciudadanía implica entonces interacción social y participación en la vida de la comunidad. La función designada por el término de empoderamiento es la de desarrollar el poder potencial, implícito o latente, hasta convertirlo en poder actual: efectivo, explícito y manifiesto. Desarrollar ese poder potencial exige activarlo y actualizarlo mediante algún activismo eficaz, tanto individual como colectivo. Siendo la base para crear una sociedad más justa, libre y democrática. Una sociedad compuesta por ciudadanos con capacidad y posibilidad de ejercer su ciudadanía.
La ciudadanía implica legitimidad e igualdad de integración en la sociedad, es decir, inclusión, pero también participación. Existe una “ética de participación” subyacente, ya que la ciudadanía es un estado activo y no pasivo. La apelación a la ciudadanía presupone deberes y obligaciones y no solo derechos. Dado que la ciudadanía siempre está vinculada a una idea social, los derechos requieren un marco para su reconocimiento. Este marco social incluye tribunales, escuelas, hospitales y parlamentos, que requieren que todos los ciudadanos hagan su parte para mantenerlo (Faulks, 2000). Sirviendo de contrapunto de cómo los dirigentes y representantes institucionales sentirán otro tipo de presión y de exigencias públicas de los ciudadanos, que obligarán, como mínimo, a los dirigentes institucionales clásicos a cambiar la mecánica de participación y comunicación de su actividad política (Dader, 2001).
La sociedad de redes puede caracterizarse no solo por la estructura social basada en redes operadas por tecnologías de comunicación e información, basadas en microelectrónica y redes informáticas digitales, sino que también es el resultado de la interacción entre el desarrollo de nuevas tecnologías de información combinadas con el compromiso de la sociedad de reestructurarse con el uso de estos.
Actualmente, las computadoras, los teléfonos celulares, los televisores y los radios, cada vez más interconectados por las redes mundiales de comunicación e información, son en la práctica la “aldea global” idealizada por McLuhan (1995). Estamos inmersos en tecnologías de comunicación y cada vez es más difícil separarnos de ellas. Así, la organización social comenzó a guiarse por la información y el conocimiento acumulados entre los nodos de estas redes, un hecho que moldeó las relaciones sociales, culturales, geográficas, espaciales, artísticas, educativas y políticas, creando relaciones intrínsecas con el proceso de globalización.
Con esto, las TIC adquieren una importancia central y se plantean varias preguntas que requieren una reflexión profunda, como las nuevas formas de ciudadanía, educación y participación en una compleja revolución del contexto social. Es de destacar que estas posibilidades no son una moda pasajera, sino un cambio profundo en los hábitos y actitudes, en un amplio campo de información/comunicación enviada y transmitida en tiempo real, con el cruce de datos, el intercambio de conocimientos, independientemente del espacio o zona horaria y de tiempo, permitiendo que la información se transfiera al instante.
De esta manera, se expandió la participación ciudadana y la interacción del medio ambiente a través de la red, así como el proceso de globalización a través de la creciente interconexión de las economías, en un orden de internacionalización de los problemas y perspectivas globales, al tiempo que despertó la conciencia colectiva de un mundo global, además del individualismo hacia la máquina en una dualidad que determina la dirección del ser social. En ese sentido, uno de los más grandes intelectuales brasileños, el geógrafo Milton Santos, también vio las interacciones colectivas como una oportunidad. Para él, “la vida cotidiana de cada uno se enriquece con su propia experiencia y la del vecino, tanto por sus logros actuales como por sus perspectivas futuras” (Santos, 2004: 173). En otras palabras, la proximidad puede conducir a la percepción de diferencias, al cuestionamiento de la realidad y, quién sabe, tal vez una nueva forma de pensar sobre las relaciones humanas.
Es el espacio social en red a través de las TIC de donde se puede dar la proximidad necesaria para la percepción más crítica de las diferencias sociales, ya sea alimentada por las realidades locales o por las fuerzas del capitalismo global y sus instrumentos técnicos. Internet, en general, es un lugar fértil para el desarrollo de diversas articulaciones sociales y para el cuestionamiento de situaciones de desigualdad consideradas como dadas. El espíritu crítico provocado por la vida en la red puede ser transformador. La novedad del período técnico actual es que las técnicas de comunicación mejoran los efectos de unir a las personas en los territorios tradicionales: uno debe comprender por técnica los medios materiales y sociales con los que los seres humanos transforman el mundo (Santos, 2002). Las redes de información y comunicación, particularmente internet, intensifican y aceleran la percepción de ambigüedades y paradojas en la vida urbana, lo que puede conducir a nuevas imaginaciones políticas (Santos, 2004; Benkler, 2006).
En este sentido, la sociedad de la información proporciona la movilidad progresiva de personas, valores y bienes, rompiendo con las fronteras territoriales y cambiando los niveles organizacionales, culturales y políticos. De igual forma, la historia del hombre en la tierra está marcada por cambios constantes tanto social como ambientalmente, Milton Santos dice que:
La historia del hombre en la Tierra es la historia de una ruptura progresiva entre el hombre y su entorno. Este proceso se acelera cuando, prácticamente al mismo tiempo, el hombre se descubre a sí mismo como un individuo y comienza la mecanización del planeta, utilizando nuevos instrumentos para tratar de dominarlo. La naturaleza artificializada marca un cambio importante en la historia humana de la naturaleza. Hoy, con tecnociencia, hemos alcanzado la etapa suprema de esta evolución (1994: 5).
En estas circunstancias, se describe un mundo sin distancias, caracterizado por el tiempo instantáneo y una nueva dimensión del espacio y el territorio, que ya no se mide por los cielos y la tierra, sino por bits, datos y velocidad, en un mundo global de instrumentos, impregnado de computadoras y una maraña de relaciones entre comunidades en redes virtuales, sin punto fijo de reunión o partida, sin zonas, distritos o vecindarios, pasaportes o identidades físicas, sólo identificados por protocolos de internet.
Incluso antes de que internet se convirtiera en realidad, McLuhan (1995) propuso que “la nueva interdependencia electrónica crea el mundo a imagen de una aldea global”. Dentro de este concepto, el mundo estaría completamente interconectado, interdependiente y conectado, permitiendo la reducción de distancias y el uso de los medios de comunicación para unir a sociedades enteras, sin importar cuán grandes sean las diferencias. La televisión está idealizada como una parte clave de este proceso, siendo, en ese momento, el mayor medio de comunicación internacional.
Asimismo, Castells (2008: 68) menciona que “a diferencia de cualquier otra revolución, el núcleo de la transformación que estamos experimentando en la revolución actual se refiere a las tecnologías de la información, el procesamiento y la comunicación”. Así vemos cómo, en la gran mayoría, los inventos humanos llegaron a remediar problemas, adversidades, simplificar el trabajo y resolver problemas.
Además, con el surgimiento de nuevos movimientos sociales que usan como herramienta y soporte las TIC, se han ido desarrollando diversas plataformas y aplicaciones que permiten la interacción entre muchos y que buscan hacer de la “inteligencia colectiva” (Magallón, 2014) algo tangible y replicable. Muchas de las herramientas que han surgido quieren eliminar los problemas que aparecen entre el proceso deliberativo y la toma de decisiones.
Como apuntaba Levy (2002), mientras los grupos humanos mejor logren constituirse en colectivos inteligentes, en sujetos cognitivos abiertos, capaces de iniciativa, de imaginación y de reacción rápidas, asegurarán mejor su éxito en un medio altamente competitivo como el nuestro.
En vista de este escenario, Bustamante (2010) señala dos posibles actitudes: En primer lugar, el camino hacia la hipociudadanía, lo que significa la eliminación gradual de la conciencia ciudadana a través de diversas dinámicas políticas: mayor control social; expansión de la tecnología de la información por estándares propietarios; monopolización de hardware, software y estándares de comunicación; promoviendo un uso simplemente lúdico de las TIC (incluida la expansión de los sectores de consola y videojuegos, que discutiremos más adelante); fomentar el uso superficial y sin compromiso de las redes sociales virtuales, etc. En esta dinámica, está claro que el equilibrio entre los ciudadanos y las instituciones centralizadas claramente se inclinaría a favor de las instituciones. En segundo lugar, hay un posible camino hacia la hiperciudadanía, un ejercicio más profundo de participación política que podríamos llamar ciudadanía digital, y que nos alejaría de la actitud nihilista y ascética que termina siendo inevitable en la dinámica anterior. Es un concepto basado en los siguientes elementos (Bustamante, 2010: 19): la apropiación social de la tecnología, lo que implica su uso con fines no solo de excelencia técnica, sino también de relevancia social; el uso consciente del impacto de las TIC en la democracia, pasando de sus formas representativas actuales a nuevas formas de democracia participativa; los derechos humanos, la promoción de políticas de inclusión digital, el desarrollo creativo de la participación que acercan la gestión de los asuntos públicos a los ciudadanos; el alcance de la lucha contra la exclusión digital y otras exclusiones históricas de carácter cultural, económico, territorial y étnico que, en la práctica, perjudican el ejercicio de la ciudadanía plena.
Sin embargo, estrictamente hablando, no hay nada más engañoso que tomar la red como escenario para acciones para los actores en pie de igualdad. Las condiciones de participación de los llamados “nodos” en la red son diferentes y ocurren a diferentes velocidades (Santos, 2002). En otras palabras, la libertad de participación de los más débiles en el mundo en línea siempre estará limitada si no va acompañada de igualdad, seguridad y solidaridad.
Volviendo a la discusión sobre el concepto de “ciudadanía digital”, a la luz de los argumentos que hemos presentado y porque entendemos que tiene más sentido para la ciudadanía que utiliza, entre otras herramientas para su ejercicio, las digitales, hemos optado por referirnos a la ciudadanía en la era digital o en la sociedad de la información. Por lo tanto, cuando la ciudadanía se contextualiza en la era actual, se alude a los usos y aplicaciones digitales.
Internet permitió el acceso a una amplia fuente de información y facilitó la comunicación rápida a bajo costo. Es el símbolo de una nueva Era la Sociedad de la Información y el Conocimiento, la Sociedad de la Red, entre otras nomenclaturas. Aparecen nuevas dimensiones y apropiaciones de espacio y tiempo, ya que la movilidad y la ubicuidad de las TIC reducen las limitaciones de espacio/tiempo. Así, aprovechando estas características, los movimientos sociales y los agentes políticos han utilizado progresivamente internet como un instrumento privilegiado para actuar, informar, reclutar, organizar, dominar y contra la dominación (Castells, 2001). Desde la década de 1980 hasta finales de la década de 1990, varias comunidades locales se conectaron en red, principalmente a través de instituciones locales y gobiernos municipales. Según Castells, se formaron tres grupos diferentes, a saber, los movimientos de base anteriores a Internet que buscaban nuevas formas de organizarse y crear conciencia; el movimiento hacker en su aspecto político e ideológico; y gobiernos municipales que quisieron fortalecer su legitimidad con nuevos canales para la participación ciudadana (Castells, 2001).
Con la evolución de la red, la ubicuidad, la convergencia de diferentes medios, la portabilidad, la conectividad globalizada, la inmediatez y la personalización se han convertido en características fundamentales de esta nueva era. Por lo tanto, una de las tendencias sociales de la sociedad actual es el individualismo en red: se trasladó de comunidades geográficamente definidas como el estándar de sociabilidad (pequeñas cajas que conectan a las personas de puerta en puerta) a redes glocalizadas (geográficamente dispersas, pero con núcleos, que conectan hogares a nivel local y global) y que sirven para el individualismo en redes, es decir, comunidades dispersas que vinculan a los individuos, sin prestar atención a las nociones de espacio (Wellman, 2001). Internet contribuye fuertemente a este nuevo sistema de relaciones sociales centrado en el individuo, aunque evidentemente otros factores contribuyeron al individualismo en la red, como la individualización entre capital y trabajo; la fragmentación de la vida urbana; la pérdida de poder de las instituciones tradicionales; la creciente disolución de la familia nuclear tradicional; etc. (Wellman, 2001). El individuo ahora tiene el poder de elegir las redes en las que quiere participar y el grado de participación e inversión que desea. Este cambio de la conectividad local a la conectividad de persona a persona es fundamental para la discusión sobre ciudadanía
Teniendo en cuenta algunas características de internet, como su carácter descentralizado, abierto y colectivo, se observa su potencial como herramienta o tecnología cívica. Con el advenimiento de los wikis (como Wikipedia, la enciclopedia en línea que todos pueden editar) y las plataformas de redes sociales (como Facebook, Instagram o Tiktok)3, existe una colaboración e interacción más amplia,4 lo que parece corroborar el potencial cívico de internet.
En este sentido, Gordon Smith (2000) enfatiza que la sociedad civil ha estado expandiendo su poder político, ya que:
La revolución de la información aumenta dramáticamente la posibilidad de acceso a la información más actualizada. Los ciudadanos comunes (al menos aquellos que pertenecen a la parte del mundo que está conectada por una red de infraestructuras de comunicación) estarán conscientes de todo lo que está sucediendo en el mundo y tendrán una mayor capacidad para trabajar con otros ciudadanos que comparten con ellos las mismas preocupaciones. Esta disponibilidad cataliza la difusión misma de la democracia en el mundo y, en el sentido más básico del término, estamos involucrados en las decisiones que nos afectan (Smith, 2000: 46-47).
Esta es, de hecho, una perspectiva extremadamente optimista, y es importante, como se describió anteriormente, adoptar un enfoque más equilibrado. Internet es un mundo nuevo admirable, pero tiene problemas y defectos, por ejemplo, la exclusión de información es uno de los grandes desafíos de la sociedad actual.
Está surgiendo un nuevo ciudadano, los ciudadanos creadores, que ahora parece tener un verdadero sentido cosmopolita y universalista (de lo universal diverso y no de lo universal totalitario). Este ciudadano, o este concepto de ciudadano, no solo tiene una relación con su nación, con su país, sino que también tiene una relación con otras regiones y con el mundo, también tiene relevancia existencial en esas regiones y en el mundo, como en su espacio nacional Veiga plantea este problema:
Si bien, hasta un pasado reciente, el dominio de la responsabilidad se limitaba a la esfera de las relaciones vecinales y al corto intervalo de una generación, hoy sabemos que muchas de nuestras intervenciones se extienden a escala planetaria y se extienden mucho más allá de nuestra generación. En un escenario límite, que no será exagerado para considerar, las consecuencias de algunas de nuestras intervenciones serán irreversibles e incluso pueden poner en peligro la supervivencia y el bienestar global (2002: 440).
El ciudadano de la sociedad actual es un ciudadano que, cuando se trata de contemporaneidad, tiene que estar un poco más allá de sí mismo y de su espacio nacional. Ser ciudadano solo porque eres brasileño, colombiano, argentino, ruso, estadounidense, chino o de cualquier otra nacionalidad ya no tiene y no puede tener el significado de simplemente territorializado. En un momento de desarrollo del multiculturalismo, la ciudadanía, a pesar de tener una base nacional, cada vez menos se puede resumir al estatuto inscrito en un carnet personal, una tarjeta de identidad o un pasaporte, es decir, la ciudadanía no puede reducirse a los derechos consagrados, por lo que le confiere la nacionalidad. Esta visión de la ciudadanía, construida por los desarrollos de los Estados-nación, subyace a la concepción de que existe una base biológica para la ciudadanía, una conexión con los problemas de identidad de los descendientes dependientes de la sangre, e incluso en este sentido, afirman que las identidades nacionales son identidades raciales.
Esto contribuye a explicar cómo resumir la ciudadanía en un sentido de identidad nacional a menudo ha llevado al nacionalismo exacerbado, violencia de género, xenofobia, discriminación del otro, de forma inhumana y violentamente, en el límite, el terrorismo.5 En oposición a esta perspectiva, es necesario comprender que la identidad y el sentido de pertenencia son algo que se construye en cada ciudadano y que no existe en nadie, como cualquier cosa heredada o adquirida. La conciencia de que tendemos a pasar de las comunidades locales y nacionales a las comunidades globales debe coexistir con el desarrollo de la creatividad y la capacidad de innovación de lo local y aprender a lidiar con las diferencias.
Una ciudadanía digital no indica, ni puede indicar un ciudadano global, porque no hay un individuo abstracto, sin raíces. El nuevo ciudadano, el ciudadano creador, está relacionado tanto con los de proximidad como con los distantes. La ciudadanía digital coexiste, por ejemplo, con todas las especificidades de las ciudadanías locales. Es importante, por lo tanto, valorar la perspectiva de una acción ciudadana “glocal”, ya que es en el espacio vivido, en la experiencia de la vida cotidiana, real y virtual, que todo adquiere sentido y que el significado mismo de la nueva sociedad se ratifica. De hecho, el ciudadano es siempre un sujeto situado. Su situación espacio-temporal es actualmente la de todos los espacios y de todos los tiempos, una circunstancia que lo abre y expone a influencias y lo proyecta más allá de su espacio físico. Como afirma Freire, “los hombres como ‘seres en situación’ están sumergidos en condiciones de espacio-tiempo que los influyen y en los que también influyen” (2001: 33).
En este sentido, Touraine se refiere al siguiente pensamiento esencial:
Reservemos para la ciudadanía un sentido más secular, alejado de cualquier culto de colectividad política, nación, pueblo o república. Ser ciudadano es sentirse responsable del buen funcionamiento de las instituciones que respetan los derechos humanos y permiten una representación de ideas e intereses. Lo cual es mucho, pero no implica una conciencia moral o nacional de pertenencia, que a menudo existe, pero que no es una condición fundamental para la democracia (1994: 319-320).
Hoy, la ciudadanía debe sostenerse necesariamente en la compleja red de las diversas pertenencias de cada persona (la familia, el barrio, la asociación, el club, la escuela, la empresa, la región, el país, el mundo) que la rodea en participaciones que a veces son más privadas, otras veces más públicas, muy diversificadas e incluso muy diferenciadas, a veces más consensuadas, otras veces más alteradas, que hoy en día son potencialmente más activas con las nuevas tecnologías de comunicación, ya sea a través de la intervención directa de cada una ciudadano o por representación.
El sentido de pertenencia no estrictamente nacional se valora tanto por la toma de conciencia de que todos tienen responsabilidades hacia la vida y la convivencia en el planeta y pueden contribuir a la resolución o el alivio de los principales problemas mundiales, como una base para el desarrollo humano e innovación.
Las sociedades democráticas buscan/deben basarse en los derechos humanos, en el desarrollo de mecanismos internacionales para la defensa de estos derechos, en la Carta de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Esta, así como la Convención sobre los Derechos de Niño tienen un enorme potencial emancipatorio para la humanidad, pero solo puede tender a ser verdaderamente universal si se considera el multiculturalismo de la sociedad tecnológica digital –glocalizada y globalizada–.
Esta sociedad de la información, por lo tanto, tiene en sí misma una posibilidad, con un crecimiento exponencial, con la diversidad de lo humano que presenta singularidades específicas de acuerdo con sus orígenes geográficos, raciales, religiosos, culturales, etc., y, al mismo tiempo, en un algo paradójico, esta sociedad también destaca la universalidad de lo humano y la relevancia del reconocimiento mutuo de las diferencias. Por lo tanto, se puede decir que las nuevas TIC son mediadoras de un conjunto de formas de experiencia de sí mismas, del mundo y del otro, que contribuyen a que cada uno se considere un ciudadano digital en un contexto multicultural. Sin embargo, es importante no olvidar que internet es un modelo sociotécnico (Castells, 2001), es una red que puede utilizarse de manera positiva o negativa. Por lo tanto, es crucial superar la dualidad utópica-distópica con respecto a los efectos del uso de internet, devaluando una perspectiva maniquea y reconociendo simultáneamente sus aspectos buenos y malos. De esta forma, internet muestra potencial para contribuir al ejercicio de la ciudadanía, ya que permite el intercambio, la colaboración y la acción colectiva.
En la sociedad tecnológica globalizada, porque es una sociedad comunicativa e interactiva y porque la mayoría de las actividades que se desarrollan ocurren en red con múltiples actores, los conflictos culturales, sociales, cognitivos, económicos y políticos, implican, potencialmente, un número mucho mayor y más diversa de personas, lo que es enriquecedor para la ciudadanía. Sin embargo, la complejidad progresiva vivida en todos los dominios confiere una gran falta de homogeneidad a las sociedades y apunta a la necesidad de una mayor conciencia individual y colectiva de esta complejidad de la realidad para que no se adopten modelos simplistas y reductores como un intento de resolver de problemas.
Los estudios demuestran que el uso de internet continúa creciendo a nivel mundial. Según el informe Measuring Digital Development Facts and Figures de la Unión Internacional de Telecomunicaciones6 (2019) indica que actualmente, 4,1 mil millones de personas usan la red global, el número de usuarios corresponde al 53,6% de la población mundial. De ese modo, la profundización de las TIC en el mundo “abre nuevos canales de integración a las economías de reciente industrialización en las pautas del comercio internacional” (Castells, 1997: 149).
Sin embargo, esta integración es extremadamente desigual y selectiva, lo que “introduce una brecha fundamental entre países y regiones que tradicionalmente se agrupaban bajo la vaga denominación de ‘el Sur’” (Castells, 1997: 149). Según UIT (2019: 2), en los países desarrollados, la mayoría de las personas están en línea, con cerca del 87% de las personas que utilizan Internet, en los países menos desarrollados, por otro lado, solo el 19% de las personas están en línea en 2019.
De ese modo, el desarrollo de las nuevas tecnologías en red no se limita a ser un instrumento de control social, ni una herramienta que aumente la efectividad de las formas de comunicación que han caracterizado a la sociedad actual. Según Castells (1997: 548): “la presencia o ausencia en la red y la dinámica de cada una frente al resto son fuentes cruciales de dominio y cambio en nuestra sociedad: una sociedad que, por lo tanto, puede llamarse con propiedad la sociedad red, caracterizada por la preeminencia de la morfología social sobre la acción social”.
De hecho, las redes digitales son el campo de batalla donde tienen lugar algunas de las luchas más importantes por los derechos humanos. No se puede hablar del derecho a la información o de la libertad de expresión si no consideramos las posibilidades que estas redes ofrecen a los ciudadanos menos favorecidos. Sin embargo, los medios de comunicación se caracterizan por su naturaleza profundamente asimétrica, como afirma Javier Bustamante:
Uno habla, muchos escuchan. Uno aparece, muchos contemplan. El conocimiento fluye jerárquicamente desde el centro hacia la periferia. Los países se dividen entre importadores y exportadores de productos audiovisuales. Todo parece estar diseñado para que la nueva exclusión digital reproduzca las viejas desigualdades sociales (2010: 15).
Lévy señala que: “la extensión del ciberespacio nos brinda, por un lado, más libertad (individual y colectiva) y, por otro lado, más comunicación e interdependencia” (2002: 29), esto se debe a que el ciberespacio proporciona libertad de expresión, acceso a la información y, en paralelo, interconexión y mutualidad.
Así, a pesar de la masificación de la información, las desigualdades se han convertido en parte no solo del contexto social real, sino también en la esfera digital, haciéndose aún más evidentes y mucho más amplificadas e interdependientes. La accesibilidad y la falta de habilidades digitales siguen siendo algunas de las principales barreras para la adopción y el uso efectivo de internet, especialmente en los países menos desarrollados del mundo. Según UIT (2019), en 40 de los 84 países para los que hay datos disponibles, menos de la mitad de la población tiene conocimientos básicos de informática, como copiar un archivo o enviar un correo electrónico con un archivo adjunto. Si bien se necesitan más datos, los resultados iniciales indican una fuerte y apremiante necesidad de que los gobiernos se centren en medidas para desarrollar habilidades digitales, particularmente en los países en desarrollo.
Sobre el tema de las desigualdades en la red, Castells (2008: 433) afirma que “alrededor de 1998-2000, los países industrializados, con alrededor del 15% de la población del planeta, representaban el 88% de los usuarios de internet. Aunque solo el 2.4% de la población mundial tenía acceso a internet”. Estas discrepancias se verificaron debido al nivel de educación/participación, sexo, color, origen étnico, ingresos y territorio. Las desigualdades señaladas por Castells se pueden percibir fácilmente hoy en día, en las que el acceso para la mayoría es precario, los valores de los planes exorbitantes de internet y el contenido disponible a menudo sesgado, lo que hace que un verdadero apartheid digital sea efectivo.
Por supuesto, la participación o no en los flujos de información, determinados en parte por la exclusión digital, profundiza la exclusión social. Este mundo conectado también proporciona las condiciones necesarias para una cultura de consumo en cualquier momento y desde cualquier lugar, alimentando consecuentemente el individualismo miope, imponiendo ciertas racionalidades técnicas que limitan la comprensión más compleja de la realidad y, en varios casos, aceleran la devastación ambiental
Este debate sobre quién tiene acceso a la red o no transpone la cuestión de solo tener acceso a la información, que va desde la manifestación política y la elección, los movimientos sociales, la ciberdemocracia o la democracia electrónica, hasta el comercio electrónico, las redes de investigación, la educación y los cursos ofrecidos por la red y las más diversas posibilidades disponibles a través de internet pueden proporcionar una sociedad de la información para todos, el desarrollo de nuevas capacidades, la calidad y la eficiencia de los servicios públicos, una mejor ciudadanía, nuevas formas de crear valores económicos y contenido atractivos.
La falta de acceso que se describió anteriormente puede ser un factor compatible con la marginalidad, “la centralidad de internet en muchas áreas de actividad social, económica y política es igual a la marginalidad para aquellos que no tienen acceso a ella, o tienen acceso limitado, así como para aquellos que no pueden usarla de manera efectiva” (Castells, 2003: 203). Según el mismo autor:
Parece existir una lógica de excluir a los exclusores, de redefinir los criterios de valor y significado en un mundo donde disminuye el espacio para los analfabetos informáticos, para los grupos que no consumen y para los territorios infracomunicados. Cuando la red desconecta al yo, el yo, individual o colectivo, construye su significado sin la referencia instrumental global: el proceso de desconexión se vuelve recíproco al negar los excluidos la lógica unilateral del dominio estructural y la exclusión social (1997: 49).
A pesar de las dolencias, es posible percibir en este mismo escenario injusto y a menudo destructivo, la invención de nuevas tecnologías y formas creativas de producción de contenido, colaboración entre pares y la liberación de ciertos flujos comunicacionales, que anteriormente fueron silenciados en la llamada “esfera pública” dominada por medios de comunicación y una cultura basada en el concepto de propiedad (Benkler, 2006). Tomemos para la esfera pública “los medios de comunicación o los lugares socio-espaciales de interacción pública” y el “depósito cultural/informativo de ideas y proyectos que alimentan el debate público” (Castells, 2008).
Dadas las diferentes condiciones de participación en la red, es necesario visualizar modelos democráticos que valoren las estrategias que van más allá del acto deliberativo en línea, que puede ser necesario y transformador, pero insuficiente. Es necesario reconocer y promover, con la ayuda de las TIC, las diferentes modalidades de participación política, como la participación en sindicatos y asociaciones de vecinos, entre otros espacios formales de reflexión y decisiones colectivas. Del mismo modo, se sabe que el ambiente digital diario es poco valorado y objeto de prejuicio en los mitos racionales de la modernidad. Se critica mucho, por ejemplo, la participación política en Internet, especialmente la de los jóvenes, ya que no forma parte de los procesos formales de toma de decisiones políticas.
Para Castells, “los sistemas políticos están sumidos en una crisis estructural de legitimidad, hundidos de forma periódica por escándalos, dependientes esencialmente del respaldo de los medios de comunicación y del liderazgo personalizado, y cada vez más aislados de la ciudadanía” (1997: 27).
Las TIC han brindado mayores posibilidades de inclusión para el derecho a la educación, a la identidad, a la información, al ocio, a la libertad de expresión y opinión, especialmente para las niñas, niños y adolescentes. Pero la realización práctica de este potencial depende de la capacidad de los gobiernos, organizaciones y sociedad civil para absorber esta fuerza a los derechos humanos. Por lo tanto, la reducción de la exclusión social/digital a este nivel requiere un marco institucional favorable que aliente el desarrollo de nuevos esquemas de disfrute de derechos, más flexibles y apropiados para las necesidades específicas de los grupos involucrados.
Es esta comprensión la que hace que internet, al mismo tiempo, se celebre como un entorno de libertad, producción y productividad, comunicación y participación, democracia y educación, un universo que decreta la existencia del ser informativo y la inexistencia del ser que no lo hace, es informativo o simplemente “desconectado”, en una continuación/perpetuación declarada de exclusión social y desigualdades existentes, llamado por Castells (2009) como “la brecha digital” que no se mide ni resuelve por las consecuencias de la falta o el acceso a la conexión en sí, sino para un conjunto de temas que involucran voluntad política, construcción de infraestructura tecnológica, capacidad administrativa, fuerza laboral, aprendizaje social, además de las otras medidas capaces de desarrollar un acceso/participación digital planetario e igualitario.
En vista de la importancia decisiva de la sociedad en red, el acceso a las TIC es una condición cada vez más necesaria para el ejercicio pleno de la ciudadanía. Es en este contexto de redes que surge la preocupación por la llamada “exclusión digital”, una expresión que nos remite a la realidad de los diferentes grados de acceso a las TIC entre personas, grupos y naciones y también a los problemas específicos de la brecha digital de género.
Asimismo, en la mayoría de los países del mundo, los hombres aún tienen más acceso que las mujeres al poder transformador de las tecnologías digitales. El informe de la UIT (2019) también señala que la desigualdad en el acceso ocurre en todas las regiones del mundo, se estima que la proporción de todas las mujeres que usan internet a nivel mundial es del 48%, frente al 58% de todos los hombres (UIT, 2019: 4). La brecha es menor en los países desarrollados y grande en los países menos desarrollados.
Así, las últimas cifras muestran que el uso de internet continúa creciendo en todo el mundo, pero también destaca algunas tendencias preocupantes, como la desaceleración del crecimiento en el número de usuarios y una brecha digital de género cada vez mayor que está aumentando el desequilibrio entre el uso de hombres y mujeres de tecnología.
La desigualdad tecnológica en la era de la información ocurre debido a varios factores históricos, económicos y políticos, pero está respaldada por la exclusión de un grupo de la población del acceso a las tecnologías y al desarrollo mismo. En medio de este crecimiento desigual, las preguntas sobre inclusión digital, ciudadanía y derechos sociales han sido un estandarte de organizaciones gubernamentales y no gubernamentales. En este escenario, las mujeres no comparten por igual con los hombres, en términos de acceso a internet. Es fácil darse cuenta de que la relación entre las mujeres e internet no es muy diferente de lo que sucede en los medios tradicionales, en los que la imagen de las mujeres está sobreexplotada para la pornografía y la mayoría de las veces, con un sesgo mucho más explícitamente racista en los medios digitales. Por otro lado, los contenidos y herramientas del mercado digital dirigido a las mujeres repiten los estereotipos sexistas tradicionales, que refieren a las mujeres al hogar, las compras, la belleza, la salud y, sobre todo, el consumo.
El sector de las TIC sigue siendo un sector dinámico y en expansión para el empleo, así como un factor económico esencial que apoya el desarrollo nacional e internacional. Sin embargo, este crecimiento laboral aún no se ha traducido en un aumento similar en el número de empleos para mujeres en el mercado laboral de las TIC, donde la relación entre hombres y mujeres es especialmente pronunciada en los puestos gerenciales. De hecho, si bien las oportunidades de empleo generalmente aumentan en el sector, los números correspondientes al nivel de empleo de las mujeres en las economías avanzadas están disminuyendo, lo que parece indicar que este es un problema no solo del nivel de incorporación al sector, pero también desmotivación, retención de trabajo y/o falta de promoción de la mujer en muchos niveles dentro del sector.
De ese modo, una de las razones por las cuales el sector de las TIC aún está dominado por los hombres es que la mayoría de los trabajos bien valorados y bien remunerados en este sector están ocupados por hombres. La investigación realizada por la UIT (2012) en países desarrollados y en desarrollo reveló la existencia de casos claros de segregación vertical de los sexos, ya que las mujeres tenían una fuerte representación en trabajos subordinados en el sector de las TIC. Mientras que las mujeres progresan en profesiones técnicas y superiores, el estudio destaca una “feminización” de los puestos junior. Esta investigación reveló que las mujeres constituían, en promedio, el 30% de los técnicos de operaciones, sólo el 15% de los gerentes y solo el 11% de los profesionales dedicados a la estrategia y la planificación.
La situación de insuficiencia con respecto a la inclusión de las mujeres en el mundo digital para más que los consumidores y usuarios de internet. A pesar de que la cantidad de mujeres que usan internet ha aumentado considerablemente, la cantidad de mujeres que deciden y controlan la red es mucho menor. El número de mujeres como ingenieras informáticas, editoras de contenidos y emprendedoras de tecnología de internet es aún muy pequeño.
Las TIC han sido cada vez más parte de la vida cotidiana de las personas y el mayor acceso está dirigido a las redes sociales en dispositivos móviles, que son estructuras donde las personas interactúan con el propósito de socializar y relacionarse para crear vínculos. Esta estructura de comunicación ha ido ganando un espacio significativo, siendo un medio de comunicación fuerte, ya que son herramientas que permiten el acceso a contenido e información inmediatos, además de promover el contacto entre personas de diferentes lugares, lo que permite compartir temas y noticias a nivel mundial. A partir de esto, al ser un mecanismo de información instantánea, se convierten en espacios en los que las personas pueden reunirse y hacer de las redes sociales un lugar favorable para organizar y organizar agendas de lucha basadas en intereses y preocupaciones comunes.
Sin embargo, los ideales de horizontalidad, descentralización y democratización prometidos para internet y la vida en línea, han olvidado que las relaciones de poder no son externas al desarrollo tecnológico, que involucra la economía, sino también el género, la clase social, la raza, la generación, y produce desigualdades complejas en la dinámica del acceso y uso de internet, entre hombres y mujeres, blancos y negros, pobres y ricos. Sin embargo, conscientes de los límites y el inmenso potencial de trabajar en la red, sus contradicciones y su naturaleza más política que técnica, las mujeres se enfrentan a disputas políticas en el ámbito tecnológico, con un mayor o menor grado de participación e interferencia.
Montserrat Boix (2002) defiende que es fundamental, para los movimientos feministas, incorporar y participar en la dinámica de las TIC, alegando el peso que la información con una perspectiva de género debería tener en este nuevo entorno digital. En esta línea, no puede haber democratización de las nuevas tecnologías sin la participación de las mujeres, tanto en términos de acceso a la red, como a la producción y libre expresión en ella. Boix (2002) señala que las áreas donde las estrategias feministas deben actuar, frente a las tecnologías, estos son: el desarrollo de contenido con un sesgo feminista, en todos los frentes donde trabaja el feminismo, ya sea en la producción de información u opinión, para todos los medios; el desarrollo de sus propios medios, páginas web, redes sociales y la formación de mujeres en el uso de las TIC.
Así, el “ciberfeminismo” (Boix, 2002) es la terminología utilizada para designar la parte del movimiento feminista que se compromete con cuestiones como la identidad y los derechos de las mujeres en el ámbito del ciberespacio. A través de él, es posible que las niñas y mujeres que no conocen los derechos de las mujeres puedan conocer, acercarse y adquirir conciencia sobre la importancia del feminismo. Se convierte en un instrumento que fomenta el pensamiento crítico al promover posiciones que influyen tanto en la vida personal como en la sociedad.
Según los argumentos de Butler (2007), se sabe que la búsqueda de representación puede ser tanto operativa como normativa. Sin embargo, la preocupación de la autora es que la problematización de la representación no llega al discurso, es decir, que la representación se opera en busca de visibilidad y legitimidad para las mujeres como sujetos políticos, sino una crítica del lenguaje, lugar donde lo que se dice que es cierto acerca de ser una “mujer” se revela y distorsiona. A este respecto, su crítica llega a la política de representación, ya que regula la vida política de una manera negativa: limitando, prohibiendo, regulando y controlando las representaciones de acuerdo con sus intereses, con el pretexto de “proteger” a los individuos. En términos de género, estos temas se producirían con “rasgos de género determinados de acuerdo con un eje diferencial de dominación” (Butler, 2007), es decir, presumiblemente masculino.
De esta manera, no podemos reducir el reclamo de las mujeres a la cultura digital a un problema de acceso solamente, porque entonces existe el riesgo de centrarse solo en la cuestión del mercado. Reclamar la extensión a gran escala de la banda ancha es necesario en la medida en que los grupos subordinados y excluidos (y no solo los agentes económicos y el gobierno) pueden participar en la discusión de los modelos y propósitos de los programas de inclusión digital, es decir, la formulación, ejecución y evaluación de políticas de inclusión. Esto apunta a la inclusión en el sentido completo: no solo como usuarios y usuarios de servicios de Internet, sino como agentes activos en el desarrollo de capacidades cognitivas autónomas, que permiten la exploración de las características del entorno: inteligencia y organización colectiva, la capacidad de trabajar en red, la capacidad de creación y desarrollo a favor del interés propio.
Desde la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948, la participación se considera un derecho humano fundamental. Con el tiempo, las sociedades, en su dinámica, han estado desarrollando diferentes formas de acción para hacerla un derecho menos abstracto, instrumental y concentrado solo en la libertad de expresión:
Artículo 19: Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.
Artículo 20: 1. Toda persona tiene derecho a la libertad de reunión y de asociación pacíficas; 2. Nadie podrá ser obligado a pertenecer a una asociación.
Artículo 21: 1. Toda persona tiene derecho a participar en el gobierno de su país, directamente o por medio de representantes libremente escogidos; 2. Toda persona tiene el derecho de acceso, en condiciones de igualdad, a las funciones públicas de su país; 3. La voluntad del pueblo es la base de la autoridad del poder público; esta voluntad se expresará mediante elecciones auténticas que habrán de celebrarse periódicamente, por sufragio universal e igual y por voto secreto u otro procedimiento equivalente que garantice la libertad del voto.
A mediados de la década de 1990, Bordenave encontró que “la participación está a la orden del día debido al descontento general con la marginación de las personas en asuntos que interesan a todos y que son decididos por unos pocos” (1994: 12) El investigador consideró que la participación popular y la descentralización de las decisiones son importantes para enfrentar los graves y complejos problemas de los países en desarrollo.
Los procesos participativos, según él, son importantes en las sociedades democráticas, ya que favorecen el control del gobierno, las políticas y las acciones públicas de las personas. Además, facilitan la conciencia crítica de la población y su poder de reclamo, generando políticas públicas que tienden a ser mejor aceptadas por los ciudadanos.
En base al análisis de diferentes investigadores de la ciudadanía, la participación y la interfaz de las tecnologías de información y comunicación, el capítulo pretende: abordar conceptualmente la participación y la ciudadanía, demostrando las interferencias causadas por las nuevas tecnologías en estos campos; describir al sujeto que está delante de las pantallas, ya sea como receptor o como productor-emisor de información; y discutir algunos de los desafíos de la interfaz para el fortalecimiento de la acción participativa y ciudadana de este usuario.
Según Bordenave (1994: 17), la participación es inherente a la naturaleza social de los seres humanos y los acompaña desde la tribu y el clan de los tiempos primitivos, hasta las asociaciones, empresas y partidos políticos de la actualidad. La frustración de esta necesidad constituye una mutilación del ser social y su “futuro ideal” sólo ocurrirá en una sociedad participativa. Las personas participan en su familia, en su comunidad, en el trabajo, en la lucha política. Además de ser instrumental, la acción colectiva es emocional y satisface las necesidades básicas del ser social, como la interacción, la expresión, el desarrollo del pensamiento reflexivo, el placer de la creación y la apreciación de los demás.
Al describir los procesos participativos, Bordenave (1994: 25) diferencia entre la “microparticipación” (en la cual las decisiones interfieren en un núcleo pequeño) y la “macroparticipación” (en la cual las decisiones interfieren en la vida de la sociedad en su conjunto). Los formatos incluyen de facto (familia), participación espontánea (algunos ejemplos de pandillas), en la que existe una relación de afecto. También existe una participación impuesta (votación, en el caso brasileño), voluntaria (partidos cooperativos o políticos), provocada (programas sociales) que en algunos casos puede ser manipulada (cuando los objetivos no son para el otro, sino para usted) y otorgada (como la planificación colectiva).
El grado más bajo de participación descrito por el investigador es el de “información” (los gestores públicos informan a los miembros de la comunidad sobre las decisiones ya tomadas). Luego, el autor reconoce las diferentes modalidades de interferencia pública, con consulta “opcional” u “obligatoria” (la decisión final depende de alguien); el “colaborativo” (la aceptación o no debe estar justificada por los gestores públicos), el “co-gestora” (con mecanismos de codecisión y colegialidad) y el “delegativo” (el público otorga poderes de decisión a los representantes). El mayor grado de participación está representado por la “autogestión”, en la cual el grupo determina sus objetivos, elige sus medios y establece controles relevantes, sin referencia a una autoridad externa.
Agregado a eso, la cuestión de la heterogeneidad de la participación, que, en su análisis, siempre está condicionada a diferentes circunstancias de la vida comunitaria, Daniel Mato7 complementa:
Estas circunstancias y problemas que condicionan las maneras en las que algunas personas participan en dinámicas colectivas, varían de país a país, de comunidad a comunidad, y según los casos suelen estar asociadas, por ejemplo, a factores de género, religión, etnicidad, condiciones físicas particulares, localización, horarios de trabajo fuera de lo común (como por ejemplo en el caso de vigilantes nocturnos, paramédicos, etc.), compromisos familiares (que dificultan la participación de mujeres en las asambleas vecinales), etc. Para entender esas dinámicas y relaciones resulta provechoso estudiar la participación con un enfoque de comunicación intercultural que procure comprender las diferencias y relaciones entre grupos diversos al interior de grupos de población que en ocasiones se perciben ingenuamente como comunidades supuestamente homogéneas (2012: 54).
Además, algunos puntos fundamentales de los procesos participativos descritos por Bordenave (1994) son: la participación es una necesidad humana y, por lo tanto, constituye un derecho de las personas; se justifica por sí mismo, no por sus resultados; es un proceso de desarrollar conciencia crítica y adquirir poder; conduce a la apropiación del desarrollo por parte de las personas; es algo que se aprende y se perfecciona; puede ser provocado y organizado, sin necesariamente requerir manipulación; se facilita con la organización y la creación de flujos de comunicación; debe respetar las diferencias individuales en cómo participar; puede resolver conflictos, pero también puede generarlos; no puede ser “sagrado”, ya que no es una panacea ni es indispensable en todo momento.
Para Orozco (2014: 96), la ciudadanía se puede entender en varias subcategorías: política (la relación con el Estado); económico (referido al trabajo y al mercado); social (está relacionado con el bienestar mínimo, como educación, salud, transporte, deporte, vivienda); cultural (relación entre Estado y ciudadano y entre ciudadano-ciudadano). La última de las subcategorías es la ciudadanía comunicativa, que se refiere, como se describió anteriormente, a algo más grande que el reconocimiento del derecho al acceso simple a la información. Se refiere a un amplio contexto de recepción, producción, emisión ante las nuevas pantallas y caracterizado por la nueva condición de comunicación digital, internet y toda la reorganización social que representan. Esta posición es recurrente en el área de comunicación-educación, en la que la falta de información y diálogo libre, plural y disponible hace que sea imposible formar opiniones legítimas e independientes o tomar decisiones genuinas y democráticas, en este sentido:
Si la característica de la ciudadanía se asocia con el “reconocimiento recíproco”, esto hoy pasa decisivamente por el derecho a informar y ser informado, a hablar y a ser escuchado, lo cual es esencial para poder participar en las decisiones que conciernen a la comunidad. Por lo tanto, una de las formas más notables de exclusión de la ciudadanía radica precisamente allí, en la expropiación del derecho a ser visto, que es equivalente a la existencia / conteo social, tanto en el individuo como en el colectivo, en la mayoría y en las minorías (Barbero, 2014: 107 y 108).
La historia de la comunicación ha demostrado que la sociedad no siempre acepta ciertos desarrollos tecnológicos relacionados con la comunicación. Así fue con la fotografía, el cine, la radio y la televisión. También con internet fueron creados muchos temores y resistencias que dificultan la creación de estrategias participativas capaces de responder a los cambios de manera rápida y efectiva. En esta perspectiva, Barbero expone que:
A principios del siglo XXI, aprender a leer textos audiovisuales e hipertextos es una condición indispensable para la validez y el futuro de los libros: solo si los libros nos ayudan a orientarnos en el mundo de las imágenes, el tráfico de imágenes nos hará sentir la necesidad de leer libros, y parte de un derecho ciudadano fundamental: el derecho a participar de manera crítica y creativa en la comunicación ciudadana (2014: 57).
Así, la cuestión del rechazo, por parte de los más adultos, de las élites del poder y de las instituciones tradicionales, a las tecnologías, culturas y modos de relación de la sociedad que nace y que ya vive plenamente en los jóvenes, Manuel Castells, después de una investigación de seis años, buscó reducir algunos mitos y temores sobre el mundo digital. Su estudio demostró que internet no aísla ni aleja, sino que es capaz de aumentar la sociabilidad y la actividad de las personas en todas las dimensiones de la vida. Para él, internet es, ante todo, un instrumento de libertad, un espacio para la comunicación autónoma y la subversión del poder.
[...] los usuarios de internet más activos y frecuentes, en comparación con los no usuarios, son personas más sociables, tienen más amigos, relaciones familiares más intensas, más iniciativa profesional, menos tendencia a la depresión y el aislamiento, más autonomía, más riqueza comunicativa y más participación ciudadana y sociopolítica (Castells en Castillo, 2014: 51).
Las redes virtuales representan nuevas posibilidades para organizar el trabajo en equipo, colectivo, colaborativo, cuyas plataformas constituyen nuevas formas de activismo ciudadano y creación colectiva basadas en alianzas voluntarias (Castillo, 2014: 55).
Orozco llama a este contexto como una “condición comunicacional”, la posibilidad sin precedentes de pasar del rol de los consumidores (pasivos o hiperactivos) al rol de productores creativos, creadores de información sustancial y, posteriormente, al rol de emisores. La condición comunicacional implica o requiere una actividad o administración del público que va más allá de la interpretación y abre la posibilidad de deconstruir comunicativa y materialmente los referentes de los medios, gracias a la interactividad que permite lo digital (2014: 86).
El formato web 2.0 trajo numerosos avances relacionados con las posibilidades de acción y participación virtual al enfocar sus aplicaciones en los usuarios, permitiéndoles expresar, generar colaboraciones y servicios originales, interactuar con otros usuarios y modificar contenido. Analizando la cuestión de cambiar la perspectiva con respecto al usuario causada por el modelo 2.0, Druetta explica que estas condiciones se definieron como un sitio interactivo de citas o una red social:
Mientras que los sitios web tradicionales no interactivos solo muestran pasivamente información o imágenes, el cambio principal en la web 2.0 es que mejora la capacidad creativa de sus usuarios para expresarse, interactuar y relacionarse a través de las redes sociales que, en pocos años, han alcanzado la posición de los lugares de reunión importantes. Sin embargo, es un tema que debe analizarse cuidadosamente para explicar sus defectos y virtudes (2014: 141).
Para más, Castells (2008) clasificó esta condición como “autocomunicación” masiva, en la cual, desde varias posiciones individuales, colectivas y/o masivas, vivimos día a día compartiendo datos, emociones y sensaciones, “conectándonos de manera análoga o digital, produciendo información oral, escrito, audiovisual y dando sentido al flujo informativo que nos llega y nos involucra sensorial, emocional, cognitiva y corporalmente” (Orozco, 2014: 104).
Tal condición de interactividad representa una reconstrucción de la sociabilidad y la esfera pública, así como mapas mentales, lenguajes y diseños de políticas (Barbero, 2014: 111), modificando las posibilidades de transformación, creación y posible participación real (y deseable) del público de los sujetos, a partir de sus interacciones con las pantallas (Orozco, 2014: 31).
Para Orozco, este es un cambio significativo, capaz de influir en el surgimiento de una nueva cultura de participación, causada por la interactividad. “Se supone que los participantes ya no solo deben interpretar simbólicamente, sino que es posible deconstruir. Es una nueva forma de interacción con las pantallas que sugiere la mutación de audiencias receptivas a los usuarios de la audiencia” (Orozco, 2014: 55).
Sin embargo, por natural que parezca, el tránsito de receptores de la información a productores de comunicación no es automático ni está definido por la acción de acceder a muchas pantallas y ejecutar múltiples funciones simultáneamente. Independientemente de la tecnología como instrumento, la participación debe buscarse y lograrse desde diferentes estrategias políticas, culturales, educativas e integradas. La falta de participación en/con/a través de la comunicación tradicional es el resultado de una forma histórica de ser y estar del público. Las relaciones con los medios de comunicación siempre han sido muy unidireccionales, “y no solo no pidieron esta participación, sino que la inhibieron y la impidieron a través de varios subterfugios mediáticos” (Orozco, 2014: 115). En ese sentido, Martín-Barbero (2014: 39) también considera que el analfabetismo (de letras o digital) no es solo una falta de educación, sino que se revela como una consecuencia estructural de un sistema injusto, que domina excluyendo la mayoría del espacio cultural en el cual se constituye la participación:
La palabra no es un mundo aparte, pero es parte de la praxis del hombre: “la justicia es el derecho a la palabra”, porque es la posibilidad de estar sujeto en un mundo donde el lenguaje constituye el lugar más expresivo de “nosotros”. (Barbero, 2014: 33)
Se establece así la necesidad de superar la apatía social y desinformación voluntaria, es decir, el acercamiento de baja intensidad al funcionamiento de la democracia. De acuerdo con Magallón Rosa (2014: 66), esta “nueva alfabetización ciudadana” ha de ser entendida como la formación en una “nueva cultura” donde los ciudadanos han de aprender que su vida cotidiana está determinada por el funcionamiento de lo público, pero también que el bienestar que adquieran es determinado por un sistema de interdependencia entre responsabilidades y demandas de la ciudadanía.
Según Jenkins (2008), es una nueva cultura de participación. Nunca antes había existido una opción real de que el público pudiera participar directamente en el diálogo con los mensajes, como sus productores y locutores. Aún menos, se había experimentado una participación horizontal extendida entre los miembros de la audiencia, intercambiando roles de remitente y receptor en ambos casos.
García Canclini (2007) entiende que las redes virtuales cambian las formas de ver y leer, las formas de reunirse, hablar y escribir, amar y ser amado. ¿Y cómo podrían no cambiar las formas de ser una sociedad o hacer política? Incluso fuera de los medios tradicionales, los reclamos ahora están llamando la atención de organizaciones internacionales, gobiernos y partidos políticos y la sociedad misma. Las tecnologías para los jóvenes, como lo refleja Barbero, son lugares de desarrollo personal, por ambiguos o contradictorios que puedan parecer:
Por lo tanto, devolver a los jóvenes espacios donde puedan manifestarse fomentando las prácticas de ciudadanía es la única forma en que una institución educativa, cada vez más pobre en recursos simbólicos y económicos, puede reconstruir su capacidad de socialización. Cortar el alambre de púas de los territorios y disciplinas, de los tiempos y discursos, es la condición para compartir y fertilizar mutuamente todo el conocimiento, información, conocimiento y experiencia de las personas; y también culturas con todos sus idiomas, oral, visual, sonoro y escrito, analógico y digital” (Barbero, 2014: 120).
La participación se puede aprender y construir de una manera innovadora. En la antigüedad, los griegos dieron mucha importancia a este proceso de formación para una acción social más calificada, como se puede ver en el siguiente extracto:
En el clásico Paidéia, de Werner Jaeger, vemos la preocupación central que el hombre griego de la antigüedad dio a la formación del ciudadano, un proceso formativo que requirió un amplio esfuerzo pedagógico para permitirle participar en los asuntos de la (res) cosa pública. En la tradición filosófica moderna, autores como Maquiavelo, Montesquieu y Rosseau también Conferían gran relevancia al tema del proceso pedagógico en la formación del ciudadano, siendo que, en el caso del régimen democrático republicano, esta dimensión era inseparable de la formación de los miembros de la polis para tomar decisiones colectivas. [...] Así, una vez más mencionando a Montesquieu, si el objetivo de un régimen dado es generar ciudadanos participativos, la educación de los ciudadanos debe ir precedida del principio de virtud cívica, en este caso, enseñarles a participar en la vida colectiva (Paixão, 2008: 73 y 74).
De este modo, además de considerar la apropiación crítica de la comunicación y las tecnologías, la educación para la participación ciudadana también necesita métodos y contenidos transformadores. También será necesario romper ciertas barreras históricas de la realidad social, como la capacitación y participación crítica, así como el acceso a los medios de comunicación e internet. Si bien se abre un horizonte de posibilidades para producir un nuevo modus operandi, considerando el enfoque basado en derechos humanos como un factor determinante en el desarrollo de la ciudadanía digital
La comprensión de lo que está en juego cuando hablamos de la sociedad de la información y la ciudadanía digital también implica enmarcar la innovación tecnológica en una red de comprensión más amplia, que involucra aspectos sociales, culturales y legales que van mucho más allá de los problemas operativos.
Fountain (2001: 88 y p.98) va en esta dirección, cuando considera que el marco de implementación tecnológica debería llevarnos a revertir la dirección de la relación causal establecida entre tecnología y estructura, para entender cómo la participación de los ciudadanos en las estructuras sociales, culturales, institucionales y cognitivas influyen decisivamente en el diseño, la percepción y el uso de internet y las TIC en general.
Los usos de las nuevas tecnologías están determinados en gran medida por un conjunto de reglas, rutinas y normas que preexisten en cada institución y en la sociedad en general, por lo que comprender las implicaciones de las TIC requiere la articulación de aspectos técnicos con mecanismos sociales e institucionales y con el proceso de globalización en sí, esa tecnología es tanto un factor impulsor como un resultado.
La mera descripción material de la tecnología no nos permite tener en cuenta sus efectos más significativos, que solo se materializan en su interacción con las redes sociales y los arreglos institucionales existentes en un momento dado, lo que, en gran medida dar forma a su uso. Como aclara Fountain:
La [tecnología de la información] puede describirse en su aspecto objetivo, es decir, en términos de la capacidad y funcionalidad del hardware, software, telecomunicaciones o mecanismos digitales. Pero los componentes materiales de la tecnología representan una capacidad potencial que tiene poco valor práctico para un individuo o una organización hasta el momento en que agentes expertos la usan (2001: 88).
La verdad es que los efectos de cualquier tecnología solo pueden evaluarse adecuadamente mediante el análisis de la interacción y la influencia recíproca entre la estructura y la acción.
1 A mediados del siglo XX, el sociólogo inglés Thomas H. Marshall, basándose en la experiencia histórica británica, hizo pública su definición de ciudadanía sobre la base de tres dimensiones: civil, política y social (Marshall, 1998).
2 Javier Bustamante Donas, es director del Grupo de Investigación Theoría, Proyecto Crítico de Ciencias Sociales. Es un filósofo y teórico ético con una sólida formación en informática que se centra en cuestiones éticas y políticas relacionadas con la cibercultura y la sociedad del conocimiento. Recibió su BA, MA y Ph.D. en Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid, con Summa Cum laude y Honores. También posee una Maestría en Estudios de Ciencia y Tecnología del Instituto Politécnico Rensselaer, Troy, Nueva York, y una Maestría con Honores en Ciencias de la Computación de la Universidad Pontificia de Salamanca. Ha realizado algunas becas de investigación y becas en España, Brasil y los Estados Unidos, incluida una beca Fulbright, una beca de profesor visitante extranjero nacional en Brasil (PVE) y una beca de investigación avanzada española.
3 Sabiendo que estas menciones nominales a las redes sociales sean fácilmente marcadas en su tiempo de este texto.
4Muchos llaman a esta nueva fase 2.0, que connota una red más bidireccional, colaborativa e interactiva. Sin embargo, consideramos que el término es redundante, ya que la génesis de la red y su crecimiento ya se basan en la colaboración y la interacción. De hecho, Sir Tim Berners-Lee, mencionó en un artículo de 1989, que una de las características de Internet era precisamente la colaboración, para la propagación de contenido (Berners-Lee, 1989).
5 Considerando el terrorismo como “los actos delictivos destinados o calculados para provocar un estado de terror en el público en general, un grupo de personas o individuos con fines políticos no están justificados en ninguna circunstancia, independientemente de consideraciones políticas, filosóficas, ideológicas, raciales, étnicas, religiosas u otras. cualquier otra naturaleza que pueda ser invocada para justificarlos” (Declaración sobre medidas para eliminar el terrorismo internacional (Resolución 49/60 de la Asamblea General de las Naciones Unidas, párrafo 3)
6 En adelante UIT, es la Agencia del Sistema de las Naciones Unidas dedicada a temas relacionados con las Telecomunicaciones y las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC). A lo largo de sus 154 años de existencia, la UIT ha coordinado el uso compartido global del espectro de radiofrecuencia, promoviendo la cooperación internacional en el área de satélites orbitales, trabajando para mejorar la infraestructura de telecomunicaciones con los países en desarrollo, estableciendo estándares globales para proporcionar interconexión entre varios sistemas de comunicación, además de prestar especial atención a los problemas globales emergentes como el cambio climático, la accesibilidad y el fortalecimiento de la ciberseguridad. Disponible en: https://www.itu.int/es/Pages/default.aspx
7 Doctor en Ciencias Sociales, es investigador en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) de Argentina, adscrito a la Universidad Nacional Tres de Febrero, donde coordina la línea de investigación Cultura, Comunicación y Transformaciones Sociales. Coordinador del Proyecto Diversidad Cultural e Interculturalidad en Educación Superior del Instituto Internacional de Educación Superior de la UNESCO en América Latina y el Caribe.