“Hay tantas memorias sobre Malvinas como islas tiene el
archipiélago,
pero lo que es constante es la perplejidad que este tema genera”.
Federico Lorenz1
Los antecedentes en el campo de la producción social de la memoria colectiva se remontan a los trabajos del sociólogo francés Maurice Halbwachs, los cuales promovieron cierta reorientación al considerar a la memoria como hecho social que es producto de las formas sociales de reconstrucción del pasado en función de un presente y que habilita “marcos sociales” para la conformación de la conciencia de los sujetos (2004). Halbwachs enfatiza en que estos marcos permiten reconstruir los recuerdos después de que los sucesos que le dieron origen desaparecieron, y constituir así un elemento positivo, ya que “permiten reforzar la cohesión del grupo y la afección del individuo a este en tanto comunidad afectiva” (2004: 35). En este aspecto, su tesis respecto de la memoria como reconstrucción desde el presente inauguró un campo fecundo para investigaciones sociológicas de la memoria. En este sentido, sus aciertos, pero también los límites y complejidades que este anticipó, prefiguraron los debates posteriores en torno a la memoria colectiva.
En la actualidad ya no se tratará de preguntarse respecto de la memoria en tanto y en cuanto un hecho social, sino sobre los procesos y actores, los conflictos, competencias y negociaciones que intervienen en la constitución y formalización de las memorias. Como afirma Michel Pollak: “La memoria entra en disputa. Los objetos de investigación son elegidos, de preferencia, allí donde existe el conflicto entre memorias en competencia” (2006:18).
En esta línea, Elizabeth Jelin sostiene que comprender la producción de memoria social de la dictadura requiere entenderla como resultado de un proceso selectivo que involucra situaciones de profundo dolor, gestión de la identidad tanto grupal como individual y luchas por el sentido de lo ocurrido. Para esta autora, distintos actores —a quienes denomina “emprendedores de la memoria”— buscan el reconocimiento social y la legitimidad política de su versión o narrativa del pasado en la esfera pública, ocupándose de mantener visible y activa la atención sobre esta (2002). Para la construcción de esta categoría, Jelin recuperó y reelaboró la noción de “emprendedores de la moral” de Howard Becker (2014), que hace referencia a aquellos actores que trabajan por visibilizar una problemática social de su interés e institucionalizarla como una regla. De esta manera, retoma los discursos propios de los actores y propone una reconstrucción de los diversos significados que le otorgan a sus actos. Allí donde se crean y aplican normas existe un grupo o individuo que tiene una iniciativa moral en tanto se propone crear un nuevo fragmento de la constitución moral de una sociedad. A este grupo o individuos, el autor los denomina “emprendedores morales”.
En tal sentido, los procesos de tramitación del pasado reciente implican disputas entre distintos actores que pugnan por imponer y lograr legitimidad para su interpretación (Jelin, 2002). Estos conflictos se agudizan cuando los pasados revisten el carácter extraordinario que presenta la guerra, en tanto y en cuanto fenómeno que afecta los marcos temporales y espaciales de la propia experiencia (Guber, 2004). Se puede afirmar que las diferentes memorias circulantes en torno a Malvinas se encuentran en permanente conflicto, disputa y lucha por el reconocimiento. En este sentido, el desafío propuesto por Jelin refiere a “poner en el centro a los actores sociales, que despliegan sus estrategias en escenarios públicos de confrontación, de negociación, con alianzas y enfrentamientos y siempre con intentos de convertir sus visiones en hegemónicas” (2017: 23).
Por lo dicho, recurrir al concepto de escena de la memoria permite analizar las narrativas implementadas para desarrollar significados sobre el pasado, así como las tensiones políticas involucradas en la selección y reproducción de voces y testimonios. Según Claudia Feld (2002), la memoria se convierte en un campo de luchas que tienen lugar en la búsqueda de la justicia, y un campo de conflictos en torno a los significados del pasado que son transmitidos.2 En esta línea, Enrique Andriotti Romanin señala que la escena judicial se transforma en un canal de transmisión de experiencias del pasado en los procesos de construcción de sentidos de la justicia y sus usos sociales en permanente disputa (2013).
Como sostiene Antoine Garapón, se recurre a la justicia, ya sea como barrera contra el olvido o como dique del presente que impide remontarse demasiado lejos en el tiempo (1998). Esto es debido a que el ámbito de lo jurídico encierra ambas posibilidades: el olvido institucional de la proscripción, o su prohibición como consecuencia de la imprescriptibilidad. No obstante, la prescripción no consiste en imponer el silencio, sino solamente en prohibir toda acción judicial fundada en un hecho del pasado. En este sentido, “existen dos maneras de borrar la conducta injusta: por el transcurso del tiempo o haciendo justicia” (Garapón, 1998:93).
Así, al adentrarnos en los escenarios judiciales, y respecto de las investigaciones que analizan las dinámicas existentes entre las representaciones sobre el pasado dictatorial y los agentes sociales en la escena judicial, Liliana Sanjurjo sostiene que los sentidos construidos son apropiados como parte de estrategias de afirmación de memorias y verdades públicas acerca de lo ocurrido. Tal como indica la autora, “la escena judicial se ha transformado en locus central de producción del saber y la verdad sobre la dictadura, hecho que ha convertido el campo jurídico en un importante espacio de lucha para la afirmación de sentidos respecto al pasado dictatorial” (2016:164).3 En estas circunstancias:
Los testimonios de las víctimas demuestran su voluntad de tornar pública la palabra, así como ponen de relive un contexto que los autoriza a expresar sus militancias y donde sus memorias se ven dotadas de una esfera de interés ampliada. Además, dicho proceso revela un contexto de desprestigio en relación a quienes han participado de
la represión o a quienes buscan justificarla (Sanjurjo, 2016:161).
De acuerdo con Michel Pollak, “conviene problematizar las condiciones que hacen posible el testimonio, como también revelar las coacciones estructurales que están en el origen del silencio (1989, 2006 citado en Sanjurjo, 2016). Entonces, para el abordaje propuesto en esta investigación cabe preguntarse ¿cuáles fueron las condiciones de posibilidad que habilitaron el (re)surgimiento de las denuncias de los exsoldados por las torturas sufridas en Malvinas, más allá de la demanda pública que, en muchos casos, existió desde la inmediata posguerra?, ¿cómo se produce esa transformación de la demanda a través de las lógicas del procedimiento penal?
A fin de explorar y analizar cómo se transforman estas demandas colectivas, recurriré al concepto de “oportunidades políticas” elaborado inicialmente por Sidney Tarrow, que refiere a las “dimensiones congruentes —aunque no necesariamente formales o permanentes— del entorno político que ofrecen incentivos para que la gente participe en acciones colectivas al afectar sus expectativas de éxito o fracaso” (1997:78). En discusiones posteriores, los teóricos de la estructura de las oportunidades políticas hacen hincapié en la movilización de recursos externos al grupo y destacan cuatro elementos que, a los fines de este trabajo, es importante resaltar: la apertura del acceso a la participación, los cambios en los alineamientos de los gobiernos, la disponibilidad de aliados influyentes y las divisiones entre elites y en el seno de estas (McCarthy, Mc Adam y Zald, 1999). En este sentido, son susceptibles de ser identificadas aberturas, alianzas y realineamientos que se muestran capaces de aumentar la influencia de estos grupos sobre los sujetos de esta investigación.
Asimismo, estudiar estos procesos de demanda de justicia implica poner el foco en las estrategias jurídicas que se desarrollaron y el rol desempeñado por el activismo de derechos humanos. Desde esta perspectiva, el trabajo Sofía Tiscornia reconstruye y da cuenta de los complejos caminos que puede atravesar un caso judicial para activistas que se enfrentan a los laberintos procedimentales y el poder de las burocracias penales estatales en la Argentina (2008).
Cabe destacar que el activismo a escala internacional y la formación de redes transnacionales para la promoción de causas resultaron ser uno de los caminos que han explorado los actores en relación con la búsqueda de justicia. En este sentido, Cecilia Mac Dowell Santos plantea que el concepto de red funciona bien porque acentúa las relaciones fluidas y abiertas entre actores comprometidos y con conocimiento, que trabajan en áreas especializadas de problemas de DD. HH. De acuerdo con la autora, el activismo legal transnacional puede verse como un intento no solo para remediar abusos individuales, sino también a fin de politizar el derecho y legalizar las políticas de derechos humanos, recurriendo a las cortes internacionales y a los sistemas cuasi-judiciales de derechos humanos y haciendo que estos actúen sobre los ámbitos jurídico-políticos locales y nacionales (Mac Dowell Santos, 2007:30).
En este sentido, las redes de defensa que construyen los actores son importantes para entender las diferentes escalas de análisis, es decir, las relaciones entre lo internacional y lo local. Al establecer nuevos vínculos, estas redes multiplican los canales de acceso al sistema internacional y permiten que sus demandas cobren mayor fortaleza y visibilidad produciendo un “efecto boomerang”, que les permita incidir en territorios nacionales donde las oportunidades se encuentran cerradas o no hay una gran visibilidad y recepción de sus demandas. En palabras de Margaret Keck y Kathryn Sikkink:
Al difuminar así los límites entre las relaciones de un estado determinado con sus propios miembros, y la posibilidad que tienen tanto los ciudadanos como los estados de recurrir al sistema internacional, las redes de defensa ayudan a transformar la práctica de la soberanía nacional. En este sentido, los activistas de las redes no solo tratan de influir en los resultados de la política, sino de transformar los términos y la naturaleza del debate. Aunque no siempre lo consiguen, su papel es cada vez más importante (Zeck y Sikkink, 2000:18).4
El enfoque de estas interacciones transnacionales debe ser, al mismo tiempo, estructural y centrado en el actor. Por ello, analizar las demandas de justicia implica considerar las articulaciones y disputas entre varios actores involucrados, sus estrategias, así como también los argumentos que desplegaron para visibilizar sus reclamos de verdad y justicia.
Respecto de la especificidad de la problemática abordada en esta investigación, en los últimos años, a partir de la desclasificación de los archivos de las FF. AA. sobre el Conflicto bélico del Atlántico Sur, diversos trabajos que confluyen en miradas sociohistóricas han indagado en la potencialidad de su análisis. Estos ratifican las violencias y hechos de tortura en Malvinas.
En este sentido, Federico Lorenz se ocupa de ampliar y complejizar las discusiones en torno a las historias y las memorias de Malvinas poniendo el foco en el peso de la experiencia bélica en la posdictadura (2012). De esta manera, introduce una revisión acerca de los procesos de búsqueda social de verdad y justicia en torno a las violencias en Malvinas y enfatiza en la necesidad de reflexionar acerca del peso específico de la guerra en un panorama cada vez más complejo del pasado reciente que hemos construido. En palabras del autor, “una guerra que despierta tantas sensibilidades como si hubiera sido ayer debe inscribirse en una perspectiva histórica más amplia” (Lorenz, 2012:20).
En esta línea, en su trabajo Y en las Islas también, Mario Ranalleti explora las continuidades y elementos comunes entre las violencias denunciadas por los soldados en Malvinas y los repertorios de acciones que compusieron la formación de los militares argentinos. Sostiene que los hechos de torturas y vejaciones narrados “son una muestra más de lo que fue la formación moral y política de muchos miembros de nuestras Fuerzas Armadas” (2017:25). En palabras de Ranalleti:
[Las violencias ejercidas contra soldados argentinos por sus superiores] corresponden a lo que diferentes estudios sobre genocidios, crímenes y violencias de masas han definido como “violencia extrema”. Se trata de un tipo de violencia que excede los límites de la violencia “tolerada”, que se ejerce habitualmente sin normas ni reglas, como una violencia “de proximidad” (a diferencia de los ataques aéreos, por ejemplo), transformando el cuerpo humano en campo de batalla (2017:26).
De acuerdo con el autor, los perpetradores de estas violencias han logrado un distanciamiento moral de los casos de homicidio, de torturas y de vejaciones, a través de una modificación cognitiva de su relación con estas acciones (Ranalleti, 2017). En este sentido, sostiene que pueden identificarse claros paralelismos y continuidades entre estas metodologías y prácticas represivas con lo vivido y denunciado por los exsoldados conscriptos de diferentes provincias del país.
En efecto, los centros de exsoldados combatientes que enfatizan en inscribir lo sucedido en Malvinas dentro del contexto represivo de la última dictadura militar, además, se identifican fuertemente con las organizaciones de derechos humanos; es más, como institución se autoperciben de ese modo. Los aportes de Laura Panizo en torno a las representaciones y autopercepciones de los actores sirven para entender desde qué lugar actúo, por ejemplo, el CECIM en este proceso. Para la autora, “dentro de esta lógica sus integrantes denuncian las violaciones a los derechos humanos que sufrieron los soldados en Malvinas” (Panizo, 2014:11).
Como se profundizará en los próximos capítulos, los excombatientes desnaturalizaron lo ocurrido en el campo de batalla como usos y costumbres de la guerra e impugnaron la relación de subordinación que implican las jerarquías militares y el castigo de los cuerpos socialmente legitimados desde la instauración del servicio militar obligatorio para todos los varones nacidos en el país.
En este sentido, es importante destacar la publicación colectiva realizada por el CECIM que fue prologada por Adolfo Pérez Esquivel;5 en este escrito, confluyen diferentes voces de actores involucrados en el procedimiento judicial por las graves violaciones a los derechos humanos en Malvinas. Los diferentes autores enriquecen la mirada sobre estos procesos al incluir cartas, solicitadas, expedientes, solicitudes de audiencias, reclamos jurídicos y reflexiones sobre su militancia en el marco del CECIM. Se trata de una compilación que registra los procesos sociales y las experiencias vitales que dan cuenta de los sentidos en disputa que emergieron alrededor de esta megacausa, de los desafíos, logros y acciones emprendidas.
Por último, un conjunto de trabajos de investigación periodística analiza el proceso de denuncias por torturas y violaciones a los derechos humanos en Malvinas. Natasha Niebieskikwiat realiza una crónica minuciosa de la causa 1777/07 y de lo que considera “sus marchas y contramarchas”. Asimismo, profundiza las repercusiones del curso de estas demandas en ámbitos tan complejos como es la justicia penal argentina (2012). Por otra parte, un trabajo centrado específicamente en las experiencias y testimonios de soldados pertenecientes a la comunidad judía en la guerra de Malvinas es el realizado por Hernán Dobry; este recupera los testimonios de los capellanes enviados a Malvinas para prestar asistencia espiritual a los soldados judíos y enfatiza en que no fueron pocas las situaciones de antisemitismo sufridas por soldados judíos durante el conflicto bélico (2012).
No obstante, más allá de estos últimos trabajos mencionados, en líneas generales, quienes han abordado la cuestión Malvinas en clave de violaciones de derechos humanos, han enfatizado la importancia que presenta inscribir la guerra en el contexto de la dictadura cívico-militar. Sin embargo, quedan pendientes de indagación dimensiones en lo atinente a cómo los actores desnaturalizaron esas violencias, deconstruyeron los discursos hegemónicos, ampliaron su horizonte de demandas e impulsaron acciones judiciales en torno a la tríada simbólica de verdad, memoria y justicia. El acceso a la verdad es una pieza fundamental para reconstruir la memoria histórica sobre la guerra y posguerra de Malvinas desde una perspectiva de derechos humanos y así, sentar las bases para el castigo a los militares responsables.
En este apartado, es importante recuperar un conjunto de trabajos que nos permitan profundizar el análisis de las diversas experiencias de exsoldados en el conflicto bélico. Por otra parte, revisaremos aquellos estudios que observan la tramitación de dichas experiencias por parte de la sociedad a lo largo de las décadas subsiguientes e indagan sobre la memoria de y sobre los exsoldados combatientes enfatizando tanto en la amplitud de consecuencias devenidas del conflicto, como en los diferentes sentidos sociales coexistentes que influyeron a la hora de plantear y generar por parte de estos sujetos una ampliación de las demandas en torno a la búsqueda de justicia por las torturas sufridas en Malvinas.
Los estudios de Federico Lorenz (2006, 2009 y 2013) y Belén Rodríguez (2014) señalan la existencia de una suerte de “sordera social” durante la posguerra frente a las experiencias de los exsoldados. En este sentido, estas investigaciones proponen revisar las manifestaciones y roles que desarrollaron los distintos actores sociales antes, durante y, en especial, una vez finalizado el conflicto bélico. Lorenz analiza el rol del Estado y sus políticas específicas, la prensa gráfica masiva y el rol de las agrupaciones de veteranos de guerra después de 1982 (2006). El historiador pone el acento en los relatos de aquellos que participaron de la guerra de Malvinas y reconstruye las diferentes maneras en que los jóvenes soldados confrontaron con las visiones sociales acerca de la guerra (2006). Además, profundiza el análisis de la categoría “desmalvinización” y la define como una noción ampliamente extendida en las discusiones públicas desarrolladas en la escena política correspondiente al periodo de la transición democrática. Los excombatientes fueron en contra de una política desmalvinizadora que para ellos representaba el silencio, el olvido, la indiferencia y la falta de reconocimiento por su accionar en la guerra, pero su oposición a la desmalvinización no era equivalente a una reivindicación a las FF. AA. (2013). De esta manera, el autor destaca la construcción de los primeros centros que fomentaban la unión de los exsoldados como formas de respuesta grupal ante los relatos emergentes con relación al conflicto bélico, al desempeño de los altos mandos de las FF. AA. en las islas, y, centralmente, al retorno de los combatientes y su incorporación a la vida democrática.
Por su parte, los trabajos de Rodríguez complejizan la mirada y amplían las problemáticas acerca de la guerra a partir del acercamiento a unidades militares, como fue El Apostadero Naval Malvinas y la reconstrucción de las prácticas concretas desarrolladas por la oficialidad de las diferentes fuerzas a fin de asegurar el silenciamiento y la clausura de toda posibilidad de realizar denuncias, ya sean estas púbicas o judiciales (2014). En este marco, es posible situar a los exsoldados como sujetos que concibieron a la posguerra como una batalla por el sentido, en la que emprendieron acciones a fin de obtener respuestas políticas y estatales a sus necesidades, y disputaron las explicaciones e interpretaciones circulantes sobre los hechos.
Siguiendo esta línea, resulta importante destacar que los procesos de construcción de las identidades de los excombatientes fueron reconstruidos por estudios antropológicos como un aspecto crucial en la comprensión de las formas en que socialmente concebimos y practicamos nuestros sentidos de comunidad nacional. Desde esta perspectiva, la antropóloga Rosana Guber analiza la figura del excombatiente como “ser liminal”, es decir, como un actor que no se encuadra en los límites del sistema clasificatorio con el que opera el sentido común de los argentinos (2004). De esta forma, señala su situación particular, ya que no se los podía incluir dentro de ninguno de los dos bandos que la sociedad argentina identificaba en la posguerra (los militares y la sociedad civil). Guber estudia entonces las diferentes formas en que los excombatientes intentaron separarse de la identificación con las Fuerzas Armadas y los altos mandos para construir una identidad autónoma. En este sentido, analiza las redes de gestión administrativa, de presión política, ayuda mutua y organización ceremonial que los excombatientes desarrollaron para afrontar su situación liminal.
En relación con las representaciones construidas sobre la guerra y respecto del rol de las categorías de héroe y víctima, Guber sostiene que estas nociones influyeron en la construcción de identidades, y compusieron herramientas culturales potentes en la llamada posdictadura y hasta la actualidad a fin de categorizar a los actores (Guber, 2004). Según la autora, es posible identificar dos grandes posturas desde las cuales se analizó el conflicto bélico. Por un lado, la visión heroica, a partir de la cual se reivindica la gesta y la valentía con la que combatieron sus soldados en honor a la “patria”. Y, por el otro, la postura de la “victimización”, en la que se sitúa al exsoldado como una víctima más del terrorismo de Estado.
En esta línea, los trabajos de Panizo (2011) y da Silva Catela (2001) observan las formas en que afrontaron el duelo los familiares de desaparecidos de la última dictadura militar y los familiares de caídos en Malvinas, ante el denominador común de la falta del cuerpo. Así, la trama simbólica que se expresa en los monumentos, actos y rituales genera experiencias movilizantes y transformadoras por parte de los sujetos involucrados. Estos escenarios y prácticas funcionan como “marcos de referencia” a partir de los cuales intentan otorgar sentidos a los hechos acontecidos.
El contexto de transición al régimen democrático, como vimos, propagó la imposición del silencio y el olvido como parte del clima de desmalvinización. En relación con este término, Guber lo caracteriza como un “estado de indiferencia generalizado” por parte de la sociedad argentina, iniciado durante la inmediata posguerra que, sin embargo, se prolongó con la asunción del gobierno radical de Raúl Alfonsín en diciembre de 1983. Se trató de una operación premeditada de desactivar los sentimientos nacionales, orientada a modificar la lealtad nacional de los argentinos a su patria para que esta pueda ser manejada por un poder foráneo, seguramente Estados Unidos y su aliada Gran Bretaña (Guber, 2004:155).
Tanto el régimen militar como el gobierno democrático optaron por alternar entre el silencio sobre la guerra, acallando la voz de sus protagonistas, y el recuerdo de ella en tónica de gesta, cuando las efemérides lo indicaban —desde una retórica nacionalista clásica, el primero, o desde un discurso patriótico republicano, el segundo (Lorenz, 2012)—. Según Lorenz, la cuestión planteaba una contradicción para el incipiente gobierno democrático, condicionado entre los intentos de construir una cultura pacifista, fundada en los valores democráticos y los derechos humanos, y la demanda de recordar la guerra y conmemorar el 2 de abril, un hecho guerrero fuertemente vinculado con la presencia militar (2006). En otras palabras, la conmemoración de Malvinas y la guerra podían favorecer la reconstrucción de una visión positiva sobre unas Fuerzas Armadas desprestigiadas por la represión ilegal y por la derrota en el conflicto bélico, pero también podían constituir una amenaza a la consolidación del sistema democrático. Así, el autor sostiene la dificultad que presentaba en el contexto de los años 80 enunciar un discurso nacionalista y resaltar los símbolos patrios sin quedar vinculado con la dictadura militar más sangrienta de la historia de nuestro país.
Guber menciona que años más tarde se propagó entre los excombatientes el supuesto de que la “desmalvinización” fue una palabra acuñada por Alain Rouquié, quien le aconsejó al presidente Raúl Alfonsín olvidar la hipótesis del conflicto con Gran Bretaña y restablecer los lazos con Europa y Estados Unidos para, de esta manera, ocultar las memorias de una guerra equivocada “nacida de las entrañas” de la peor dictadura argentina (2004). Asimismo, Lorenz retoma las expresiones de Rouquié, quien, en una entrevista con Osvaldo Soriano, al ser interrogado por la relación entre la guerra y los militares, sostiene que las Malvinas serán siempre la oportunidad de recordar la existencia de estos, su función, y que un día les permitirá rehabilitarse. Intentarán hacer olvidar la “guerra sucia” contra la subversión y harán saber que ellos tuvieron una función evidente y manifiesta que es la defensa de la soberanía nacional (2006).
Como sostiene Lorenz, finalizado el conflicto, socialmente emergieron ciertas explicaciones respecto de la guerra, los militares y los exsoldados combatientes. Así, resulta una caracterización general de la experiencia construida en los primeros años de posguerra: el pueblo argentino fue conducido a la guerra por la irresponsabilidad de los jefes militares en ejercicio del poder. En las Malvinas, jóvenes inexpertos enfrentaron bajo hostiles condiciones ambientales (agravadas por la inoperancia de sus jefes) a un adversario superior, y “ofrendaron” sus vidas (Lorenz, 2008: 53). Esta narrativa presentaba a la guerra como una decisión política de los militares, y permitía excluir todo tipo de responsabilidad social colectiva en relación con el apoyo y la satisfacción por la “recuperación”. Esto replica de algún modo lo sucedido frente a la represión ilegal y clandestina sostenida por el Estado contra sus ciudadanos que se marcaba en el Nunca Más: la sociedad inocente estuvo en medio de las violencias de “dos demonios” (Crenzel, 2008).
El autor considera que esta lectura política de la guerra restringe la posibilidad de enunciar diferentes testimonios acerca de esta. En este sentido, limitar la presencia pública y la agencia de los excombatientes a la figura de “víctimas inocentes de sus superiores”, “jóvenes inmaduros” e “inexpertos” no da lugar a pensarlos en un rol activo, en un suceso del cual formaron parte. En palabras de Lorenz: los jóvenes fueron los actores pasivos de un relato trágico del cual, sin embargo, eran los protagonistas (2008: 53). Entonces, esta matriz explicativa si bien responsabiliza a las Fuerzas Armadas, al hacerlo no tiene en cuenta ni da lugar a la enunciación de las experiencias de los sobrevivientes del conflicto. Este discurso suponía dejar en un segundo plano la dimensión conflictiva de las experiencias y su interpretación, convirtiendo la guerra en un acontecimiento tan lejano como incomprensible; y, con él, a sus protagonistas (Rodríguez, 2014).
En este marco, es posible aseverar que el gobierno de Alfonsín construyó una visión política del pasado que hacía de la violencia el resultado del enfrentamiento de dos bandos igualmente irracionales: los ejércitos guerrilleros y la radicalización política, por un lado, y el de la respuesta castrense por el otro. Devenido de este razonamiento, identificar a los exsoldados con las juventudes políticas de izquierda y el peronismo de los 70 representaba también un problema, ya que los ubicaba en la misma posición. No obstante, como ya hemos mencionado, darles lugar en el discurso público y revivir experiencias de la guerra de connotaciones heroicas podía dar lugar a reconstruir una visión positiva de los militares. Alfonsín había llegado a la presidencia con una imagen “de distancia y enfrentamiento frente al régimen militar —diferenciándose fuertemente del oponente electoral—, a partir de la revolucionaria y, a la vez, conservadora demanda del restablecimiento del Estado de Derecho y del imperio de la ley” (Acuña y Smulovitz, 1995:50 citado en Feld, 2002).6
La situación de los excombatientes presentaba una tensión permanente: o mantenían el silencio y ocultaban su identidad como excombatientes de Malvinas o luchaban porque se los reconociera como tales (Guber, 2004). En relación con esto, Guber hace referencia a la sensación de incomprensión por parte de la sociedad argentina; esa misma que había mutado radicalmente de un entusiasmo desmedido durante la “recuperación”, a una normalidad indiferente una vez sustanciada la derrota (Guber, 2001).
Siguiendo esta línea, Rodríguez sostiene que no solo la sociedad civil se había transformado, también los excombatientes habían cambiado producto de la vivencia bélica. (…) “Luego del regreso comenzaron a percibirse distintos, a sentirse ‘otros’. El desencuentro, entonces, fue también con su ser y su identidad prebélicas” (2014: 166). Desde esta perspectiva, existían grandes dificultades para vincular el “allá” (el conflicto bélico) y el “acá” (los tiempos de paz), es decir, esa impresión de no estar “aquí ni allá”, sostiene la autora, fue el factor que los configura como “otros” y los distancia tanto de los civiles que permanecieron en el continente como de los militares.
Al confrontar con esta situación, muchos excombatientes respondieron de forma individual y aislada. Han existido numerosos casos de situaciones límites que terminaron en trastornos psicológicos y suicidios (Lorenz, 2006, 2017; Guber 2001, 2004; Tozzi, 2008; Rodríguez, 2014). En este contexto la posguerra de la guerra se libraría contra la apatía y el silencio de la sociedad civil y política; “sus guerreros”, sujetos políticos capaces de construir una agencia propia, la concibieron como “la batalla por la memoria en contra de la desmalvinización” (Guber, 2004:150).
Confrontar con las representaciones sociales que se volvieron dominantes en el clima de posguerra tomó la forma de oposición al “olvido”, esta acción constituyó la espina dorsal de la identidad pública de los excombatientes que se presentaron a sí mismos como guardianes de una “memoria” de la guerra. Ser reconocidos como sujetos era, pues, la deuda que la sociedad tenía con ellos (Guber 2004: 156). En este mundo y sus tensiones surgieron las polaridades de lealtad-traición a una causa nacional. Los exsoldados sostuvieron distintas operaciones simbólicas, de forma unívoca llamaron a afirmar que la lealtad de los argentinos con Malvinas no debía ser aplacada por la derrota. Sin embargo, debían articular tal llamamiento a mantener en lo alto la causa con su distanciamiento de las FF. AA. y también era necesario que mostraran de alguna forma que habían transitado su paso de chicos —sometidos a la impericia, la violencia y la tortura de sus cuerpos— a una adultez susceptible de convertirlos en capaces intervenir en la escena política en defensa de intereses propios.
En estos procesos confluyeron siempre con la necesidad de reivindicar su accionar en la guerra y de honrar a sus compañeros caídos en combate. Transmitir sus ideas y creencias en torno a Malvinas fueron algunos elementos que intervinieron en la progresiva identificación de la necesidad de reunirse y agruparse como sujetos políticos.
1 Federico Lorenz es historiador, novelista, referente en el campo de los estudios sobre la “cuestión Malvinas”.
2 Claudia Feld analiza las memorias en torno al juicio a los ex comandantes en Argentina, conocido como juicio a las Juntas en el año 1985 y cómo su desarrollo consolidó a la justicia como un espacio social legítimo para el tratamiento de los crímenes cometidos durante la dictadura (2002).
3 A diferencia de lo sucedido en 1985 durante el Juicio a las Juntas Militares, momento en que las historias de militancia fueron intencionalmente omitidas, ahora se ha enfatizado en las identidades políticas de los desaparecidos (Feld, 2002; Crenzel, 2008; Jelin 2008). Esta novedad se vincula tanto con una estrategia de las querellas como a una necesidad de familiares y sobrevivientes de valorizar y legitimar moralmente sus luchas políticas como también la de los desaparecidos.
4 Respecto de la noción de campañas [a la que, como veremos en este trabajo, hacen referencia los actores respecto de la recopilación de denuncias], son conjuntos de actividades vinculadas estratégicamente, en las cuales los miembros de una red de principios difusa (lo que los teóricos de los movimientos sociales llamarían “potencial de movilización”) establecen lazos explícitos y visibles, y roles que se reconocen mutuamente, en la persecución de una meta común (y, en general, en contra de un mismo objetivo). En una campaña los actores centrales de la red movilizan a otros actores e inician las tareas de integración estructural y de negociación cultural entre los grupos de la red. Igual que las campañas nacionales, conectan entre sí a los grupos, buscan recursos, proponen y preparan actividades y llevan a cabo relaciones públicas (Zeck y Sikkink, 2000:24).
5 Adolfo Pérez Esquivel es un referente del movimiento de DD. HH. en nuestro país, su lugar destacado se consolidó al haber recibido el Premio Nobel de la Paz en el año 1980, por su activismo en el marco de la organización Servicio de Paz y Justicia (SERPAJ). En 1975, fue detenido y encarcelado por la policía militar en Brasil junto a Hildegard Goss-Mayr del Movimiento Internacional de la Reconciliación. Posteriormente, fue encarcelado en 1976 en Ecuador junto con obispos y religiosos latinoamericanos y estadounidenses. Con el golpe de Estado de 1976 en Argentina y con la represión sistemática posterior colaboró con la formación y financiación de articulaciones entre organizaciones populares para defender los derechos humanos y apoyar a los familiares de las víctimas de la Dictadura. En la actualidad preside la Comisión Provincial por la Memoria (CPM) de la Provincia de Buenos Aires.
6 Esta imagen había repercutido fuertemente en una opinión pública sensibilizada por las reiteradas denuncias sobre los crímenes cometidos por los militares, dentro de una coyuntura en la que las organizaciones de derechos humanos habían logrado unificar sus pedidos de justicia: “Juicio y castigo a todos los culpables”. Sin embargo, esta posición contrastaba con la estrategia de Alfonsín que propugnaba una justicia retroactiva limitada en razón del establecimiento de categorías de responsabilidad (Feld, 2002:13).