Capítulo 2

División sexo-genérica de tareas

Las labores domésticas y el cuidado de los hijos. Mujeres unidas versus mujeres casadas en el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA)

Belén Coria

Introducción

En la Argentina, las uniones consensuales han aumentado de manera significativa como consecuencia del retroceso del matrimonio. En el AMBA, región a la que se refiere el presente trabajo, el 77% de las mujeres de entre 20 y 29 años que viven en pareja, ha decidido hacerlo en concubinato. Por otro lado, la mayoría de los estudios relevados para esta investigación indican además que las relaciones de género dentro de las familias están atravesando un período transicional. Entre las parejas relativamente jóvenes, la relación tradicional entre cónyuges –derivada de una relación rígida de roles sexuales– parece estar modificándose, aunque todavía no se ha alcanzado un nivel de compromiso igualitario en las tres actividades consideradas centrales para la familia, como la generación de ingresos, el cuidado de los hijos y la realización de las tareas del hogar (Wainerman, 2000).

Teniendo en cuenta cómo se dan estos cambios en las relaciones de género y los fenómenos que afectan a la estructuración concreta de las familias y su composición, resulta relevante analizar cómo afecta el estado civil a estas lógicas y dinámicas familiares, aspecto que no se ha profundizado en la literatura especializada. El objetivo general de este artículo es analizar la división de tareas y las representaciones en torno a la familia y la ma/paternidad desde la perspectiva de mujeres jóvenes de clase media del AMBA, en función de la modalidad de unión conyugal que han formado. El interrogante general es: ¿existen vinculaciones entre el estilo de unión que adoptaron las mujeres, sus representaciones sobre la familia y las dinámicas domésticas? Con este análisis procuré contribuir al conocimiento en relación a los cambios que se están dando en las dinámicas de los hogares, centrándome en si estos cambios se dan de igual manera en las familias basadas en un matrimonio y una unión consensual. ¿Existen diferencias en estas dinámicas de acuerdo con el tipo de unión? El estado civil de los cónyuges, ¿es determinante a la hora de definir estos arreglos? Las uniones consensuales contemporáneas, ¿reproducen o sostienen el modelo tradicional de la mujer ama de casa y el hombre proveedor económico? Estos son algunos de los interrogantes que plantea responder este trabajo.

Este artículo aborda un análisis de tipo cualitativo, utilizando las entrevistas en profundidad como método de recolección y construcción de datos. Si bien las mismas buscaron relevar información concerniente a las representaciones relacionadas a la institución familiar (tales como la importancia o el valor otorgados a la familia, al matrimonio, al divorcio, la maternidad y al trabajo femenino) e indagar sobre las ideas respecto de distintos tipos de familia, aquí me centraré en los datos recabados en torno a la dinámica doméstica y la división sexo-genérica de las tareas al interior del hogar.1 Las entrevistas fueron realizadas durante 2014 y 2015 a mujeres de entre 25 y 45 años de edad, residentes en el AMBA, casadas o unidas. Todas ellas eran profesionales o se encontraban cursando una carrera universitaria, y salvo un caso, todas eran madres. Se priorizó entrevistar adultas jóvenes que estuvieran transitando las primeras etapas de su vida conyugal, y teniendo en cuenta que el nivel socioeconómico es influyente en la definición de valores y actitudes de las personas, y por ende en sus experiencias conyugales y domésticas, se trató de mantener relativamente constante el nivel educativo y socioeconómico.

La inclusión cada vez mayor de la mujer en el mercado laboral tiene como consecuencia un cambio en esta dinámica dentro de los hogares, ya que ella ya no cuenta con una disponibilidad de tiempo completo para encargarse exclusivamente de estas tareas, como sucedía antaño. La literatura especializada definió a este fenómeno como una “doble jornada de trabajo” (Hochschild y Machung, 1990), para dar cuenta de que las mujeres trabajan tanto fuera como dentro del hogar. En este contexto, el artículo abordará cómo ellas creen gestionar los roles de madre, ama de casa, trabajadora y estudiante.

Las tareas domésticas

Para iniciar un análisis de las dinámicas diferenciales de los hogares es necesario tener en cuenta distintos factores que se han destacado como influyentes. En primer lugar, más allá de las habilidades o cualidades que posea cada uno de los cónyuges para realizar los distintos tipos de tareas domésticas, debe tenerse en cuenta la disponibilidad horaria que posee cada uno de ellos, como así también la voluntad personal para realizarlas. Por otro lado, es importante tener en cuenta el nivel socioeconómico que posee cada hogar, ya que la posibilidad de contratar servicio doméstico será totalmente determinante, dado que puede influir en la resolución de los conflictos entre los cónyuges en torno a la distribución de las tareas.

El caso de Paula (38 años, unida, 2 hijos) ilustra cómo el contar con la posibilidad de contratar a una empleada resulta determinante en la división de tareas. Al consultarle sobre las tareas que realiza su pareja, responde lo siguiente:

Entre que tenemos a la chica que cocina, y además él vuelve un toque más tarde que yo, en general… la verdad que ahora mucho de la casa no hace, nada. Salvo los fines de semana. Nosotros tenemos una casa en Tigre y los fines de semana vamos. Quizás en esa dinámica sí hace asaditos, me ayuda un poco con la casa pero acá prácticamente hace poco y nada, de la casa. De los nenes sí se ocupa… En realidad, yo tampoco hago demasiado…

Lo único que Paula nos comenta como tarea que realiza su cónyuge es “hacer asado”, algo tradicionalmente masculino. Sin embargo, ella declara tampoco realizar muchas tareas, justamente porque su empleada se encarga de la mayoría de ellas.

Gabriela (45 años, unida, 2 hijos), nos hace referencia también a la importancia de contar con servicio doméstico:

No, nada, las hago, las repartimos, tengo una persona también que me ayuda en casa a limpiar, y en el caso de los dos, tanto mi marido anterior como mi pareja actual, a ellos, los dos, les encanta cocinar. Siempre, por suerte tuve la ayuda de…él me ayuda mucho con la cocina, siempre deja cosas preparadas. Tuve mucha suerte con eso.

Como ya indicaba Jelin (1998), estos testimonios vienen a reflejar que existen grandes diferencias en la situación de las mujeres dependiendo de su pertenencia de clase, ya que todas tienen un acceso diferencial a los servicios –ya sean comunitarios, estatales o de mercado– que ayudan a la reproducción cotidiana del hogar. Al referirse a sus hijos (adolescentes de 15 y 16 años), Gabriela nos comenta que su pareja actual, a pesar de no ser el padre de ellos, se ocupa de su crianza, es decir, se ocupan “cincuenta y cincuenta”. Esta es una familia ensamblada en la que el hombre toma el rol de padre de los hijos de Gabriela sin la existencia de conflictos.

Todas mis entrevistadas son trabajadoras, lo cual es un punto fundamental para tener en cuenta para este análisis. En el caso de Andrea (34 años, unida, 1 hijo), el hecho de que ella y su pareja tengan horarios totalmente distintos de trabajo, lleva a que las tareas puedan ser divididas fácilmente, y quizás de manera obligatoria: “Los dos también. Se colabora porque los dos llegamos…por ejemplo, Guido trabaja de noche, yo de día”. Más allá de los horarios diferentes, también se dividen las tareas teniendo en cuenta el gusto y las habilidades de cada uno:

Todo. Consultado y hecho por los dos. El que está. Y el que sabe, ¿no? Hay cosas que yo no sé hacer… Si se rompió algo, sí, es él… En la cocina se da más maña que yo, que a mí no me gusta. La limpieza me encanta a mí, por ejemplo… Es algo que me pongo a hacer yo cuando puedo y… no, y así, pagar… el que está en el horario que está abierto el lugar para pagar.

Y lo mismo sucede con el cuidado de su hijo: “Del cuidado del nene los dos nos encargamos. Cuando él lo cuida, lo cambia, o hay que darle la medicación, se la da… nada, todo”.

Los horarios laborales en el hogar de Soledad (36 años, unida, 1 hijo) también son determinantes. Ella trabaja solo los fines de semana, por lo cual en la semana cuenta con mucha mayor disponibilidad horaria que su cónyuge:

El tema de la casa más bien lo manejo yo, las cosas que faltan o lo que hay que hacer. Trato de moverme yo, porque él… de Lunes a Viernes estoy yo en casa. Él paga cuentas. Esa es su tarea. Después, del resto me encargo yo. En cuanto a arreglos de la casa, tratamos de pedirle ayuda a alguien.

Ella es quien se encarga mayoritariamente, aunque las actividades relacionadas a la fuerza física o a los arreglos que necesita la casa, son llevadas a cabo por el cónyuge o por una persona contratada. Con respecto al cuidado de su hijo sucede algo similar: “Es lo único que le pido, que se sienten y hagan juntos la tarea. Porque después en el resto de las cosas, no, no es muy… eh, ¿cómo se dice? No es de estar muy en el detalle. Se pierde todo lo que es… si hay que preparar la ropa, o si…todo el resto de las cosas del gordo, no”.

A partir del trabajo de campo, se identifica otra cuestión respecto de la distribución de tareas. La definición de las dinámicas proviene en ocasiones de un acuerdo explícito entre la pareja, es decir, de un consenso “conversado” y, otras veces, simplemente se da de manera implícita. Así lo demuestra el relato de Bárbara (33 años, unida, sin hijos). En su caso, se encuentran repartidas las tareas en función del gusto y de la disponibilidad horaria:

No es que alguien dijo “yo me encargo de esto y vos te encargás de aquello”. Es como que la mayoría de las veces cocina él y lava la ropa él. Yo limpio. Lo que es hacer compras, generalmente vamos los dos al supermercado. Y las cuentas, algunas las paga él, y otras las pago yo. Por cuestiones de tiempo se fue dando todo así.

Patricia (44 años, casada, 4 hijos) nos comenta también sobre una distribución igualitaria de las tareas, la cual incluye también a sus hijos, que ya son mayores:

Las hacemos todos. Mi marido si tiene que cocinar, cocina. Si tiene que limpiar, limpia. Yo trabajo. Todos trabajamos. Es un tema porque estamos a veces peleándonos. “Che, te toca a vos, me toca a mí…”. Pero hacemos todos. No es que “mamá es la que tiene que hacer porque es mamá”. Eso no existe acá.

Si bien confiesa que ciertas veces hay conflictos o deseos de delegar las tareas hacia los demás, todos se ocupan de la casa de la misma manera, teniendo en cuenta los horarios laborales: “Colaboramos entre todos, la familia… Y la que menos cocina soy yo acá, porque yo llego muy tarde del trabajo. Yo trabajo a la tarde”. El caso de Patricia es interesante, ya que, más allá de tener hijos mayores, uno de ellos cuenta con una discapacidad, lo que implica que sea totalmente dependiente del cuidado de los demás. En esta cuestión entonces sí aparecen los conflictos, y así nos comenta cómo se distribuye el cuidado de su hijo:

Para sacarme un poco de obligaciones de encima, me tiene que ayudar él [su marido]. Porque es culpa mía también, porque yo... no es culpa de él, sino porque yo también me encargué desde un principio y no dejé que el otro se hiciera responsable o lo que fuera, porque no me parecía que lo fuera a hacer bien o porque no tenía confianza de que lo iba a hacer como yo. Y eso fue de a poco dilatándose y de a poco fue como haciéndose como una montaña de obligaciones para mí, que no la podía manejar.

Por su parte, Fernanda (30 años, casada, 1 hijo) nos comenta que ella realiza la mayor parte de las tareas, incluso las de cuidado:

Capaz que sí, él se encarga de cortar el pasto, por ejemplo, que es una tarea que yo no suelo hacer. Las compras las hago yo. Lo que es planchar también. Y cocinar, la mayor parte del tiempo también cocino yo […] Y después, qué sé yo, es como que siempre la mamá asume más responsabilidades en lo que es el cuidado. Cambiarle los pañales... De lo que capaz me ocupo más yo es de lavarle la ropita, plancharle, esas cosas. Pero sí, yo creo que la mamá es la que a veces termina absorbiendo más tareas de ese estilo.

Al respecto, podemos preguntarnos hasta dónde se considera “natural” que la madre se ocupe del cuidado de los hijos. Si bien es cierto que, en el caso de los bebés, las madres se ven comprometidas a encargarse de la alimentación dada lactancia, podríamos asegurar que son cuestiones culturales las que llevan a que se ocupen también del resto de las tareas de cuidado. Es decir que, mientras los hombres son relacionados a las tareas que implican un esfuerzo físico, las mujeres son asociadas a tareas que implican poseer cierta sensibilidad y delicadeza, por lo que, debido a la fragilidad de los bebés, las mujeres suelen ser consideradas como las más aptas para su cuidado.

En las entrevistas se abordó también las dinámicas domésticas en los hogares de origen de las entrevistadas, lo que nos puede dar pautas para interpretar sus dinámicas actuales a la luz de la reproducción o cambios en los patrones tradicionales. Julieta (32 años, casada, 2 hijos) realiza una comparación de este tipo destacando que su padre no realizaba ningún tipo de tarea en el hogar. Ella además relaciona el hecho de que su marido “coopera” con las tareas, con una disociación respecto a la identidad de jefe del hogar. Así se refiere a su marido y a la visión que tiene del hombre de generaciones anteriores, en especial relación con las jornadas laborales:

Nosotros estamos juntos toda la mañana con los chicos, me ayuda. Si tiene que hacer la comida la hace, si tiene que limpiar, limpia, cosa que en mi casa mi papá jamás hizo. No sé si yo soy la jefa de hogar o de la familia, pero es algo que lo hacemos juntos […] Él trabaja pocas horas. No es que está todo el día afuera. Por ahí, antes, se me hace que el hombre trabajaba 9 horas fuera de su casa, llegaba, cenaba y se iba a dormir… El hombre como era antes, llega, se sienta y “dame la comida”.

Julieta es consciente de los cambios que se han dado con respecto a la igualdad de género y los verifica según su propia experiencia. Es consciente también de que estos cambios quizá se deban a la inclusión de la mujer en el mercado laboral. El hecho de que tanto la mujer como el hombre trabajen una cantidad de horas similar vuelve a ser determinante, así como los horarios de trabajo:

Él se encarga mucho de los chicos. Lleva todos los días al jardín a los chicos, por ejemplo... Él va a las reuniones porque yo no puedo porque estoy en la escuela y no me puedo escapar. Como él tiene horarios más flexibles, por ahí se puede retirar antes o entrar más tarde o hacer algún arreglo que yo no puedo. Al doctor sí los llevo yo o a vacunarse, esas cosas. Pero cocinar sí, por ejemplo. Yo voy a cursar a la noche y entonces hay días que sí o sí tiene que cocinar. Y yo llego a las 11 de la noche cuando ya están durmiendo.

Noelia (28 años, casada, 2 hijos), por su parte, interpreta la dinámica de su hogar en términos de continuidad de lo que ocurría en su propio hogar de origen, es decir, como una costumbre, la cual se mantuvo durante los primeros años de convivencia debido a que ella no trabajaba fuera del hogar. Y luego da cuenta de una distribución igualitaria de las tareas de cuidado, nuevamente motivada por una organización basada en los horarios laborales:

La organización con las chicas. En ese caso sí está compartido. Él se encarga de las chicas a la mañana. Él entra al trabajo a las 11 de la mañana, entonces él las lleva a la escuela a las dos. Las prepara, las lleva a la escuela… Se encarga de eso a la mañana y yo las retiro a la tarde. Entonces es como una especie de sociedad.

En los testimonios de las entrevistadas, entonces, se evidencia el desarrollo de la “doble jornada” de trabajo de la que ha hablado la literatura especializada. Y más allá de que la distribución de tareas entre los cónyuges se ve determinada por la habilidad y por los horarios de las jornadas laborales, es frecuente en sus relatos la consideración del trabajo doméstico de sus compañeros como una “ayuda” o una “colaboración”.

La superposición de roles y el manejo de la culpa

Más allá de que estas mujeres afirman que las tareas domésticas y de cuidado de los hijos se encuentran distribuidas entre ellas y sus cónyuges, tienen conflictos para sostener los roles de madre, esposa, trabajadora y estudiante, lo que da lugar a que sientan culpa al dejar a sus hijos para salir a trabajar o estudiar.

Paula (38 años, unida, 2 hijos) nos explica cómo complementa el desarrollo de su profesión con el rol de madre:

A veces me pasaba que me quedaba laburo pendiente y volvía, y encima que volvía un poco tarde, después me quedaba haciendo cosas. O un fin de semana… nuestro laburo es así, medio variable… eh, sí, bueno, me agarra a veces como un sentimiento, sobre todo cuando el grande [su hijo] me dice algún comentario. Sí soy medio culposa, pero trato de rápidamente darles más bola. Pero no cambiaría nada. No es que digo “uh, entonces voy a tener que dejar de laburar”. No, estoy conforme, bien.

Más allá de sentir culpa en los momentos en los que trabaja demasiado, no está dispuesta a abandonar su profesión. Sí nos comenta que, al recibir comentarios o quejas por parte de su hijo mayor con respecto a sus horas de trabajo dentro de la casa, decide tomar un descanso y prestarles más atención a los niños. Es decir, que intenta equilibrar la cantidad de horas que le dedica a su profesión y a sus hijos, de forma tal de darle la misma importancia a ambos.

Gabriela (45 años, unida, 2 hijos), por su parte, nos confiesa nunca haber estado “ausente” para sus hijos, más allá de trabajar y estudiar fuera del hogar:

Es que nunca los dejé. Nunca los dejé con nadie. Hoy tienen 15, 16 años, siempre se quedan conmigo o con el padre. Con nadie más. Siempre trabajé y nunca los dejé a los chicos. Él se iba de gira y me quedaba yo. Las obligaciones son compartidas en todo sentido, afectivas, económicas, todo.

En este caso, se puede notar que ella considera al padre y a la madre como una figura unificada, donde hombre y mujer se completan y complementan en la crianza de los hijos. Por esto es que dejar a los hijos con el padre no le presenta ningún conflicto. Alejándose de aquellos patrones tradicionales que identifican al hombre como proveedor económico y a la mujer como ama de casa y encargada de la crianza, Gabriela no considera que las madres, por el simple hecho de ser mujeres, deban tener más responsabilidades o más presencia ante sus hijos que sus pares masculinos.

Soledad (36 años, unida, 1 hijo) nos comentaba que, excepto cuando ella está trabajando, el padre de su hijo no se ocupa demasiado de las tareas de cuidado. Así, mantiene más bien un rol tradicional de paternidad. En este sentido, nos relata:

A él [su hijo] en el 2012 le declararon el asma. Y el asma tiene un componente emocional muy grande. Entonces es como que ahí empecé a reevaluar el tema de estar tanto tiempo fuera de casa y darle tan poca presencia. Nada, y ahí te das cuenta de que, en el psiquismo, la presencia de la mamá y el papá tiene mucho que ver. Porque él estuvo siempre acompañado, pero es como que esto venía a ser una señal, y bueno, ahí dejé un trabajo. Él se enfermó una vez, estuvo internado 3 días y ahí cuando salí, mandé el telegrama.

La enfermedad de su hijo fue tan desequilibrante en su vida, que se vio inducida a abandonar uno de sus trabajos para ocuparse de él, es decir que cambió sus prioridades y puso en primer lugar su rol de madre que el profesional.

Patricia (44 años, casada, 4 hijos) nos ha comentado que, al iniciar su proyecto familiar, durante los primeros años de matrimonio, ella cumplía solo el rol de ama de casa y su marido el de jefe de hogar y proveedor económico. Cuando sus hijos crecieron, ella decidió retornar al mercado laboral y a sus estudios universitarios, lo que produjo una crisis matrimonial, debido, en parte, a la falta de toma de responsabilidades por parte de su marido. A partir de esto, decidieron hacer terapia psicológica y lograron así modificar ciertas cuestiones en la dinámica de la pareja y del hogar. Esto le permitió ocuparse y dedicarle tiempo a proyectos individuales, como su carrera universitaria, su trabajo y también actividades recreativas. Es decir que no fue de manera espontánea que se fue dando lugar a una igualdad en las obligaciones domésticas, sino que se logró luego de intensos conflictos de pareja.

En el caso de Elizabeth (32 años, casada, 1 hijo), se verifica el mismo fenómeno, pero de manera inversa:

Es como que yo, en un momento, al no estar mucho en casa, sentí como que lo estaba dejando con muchas cosas a él. Me sentía en falta de no darle una mano más a él. Porque es él el que está más tiempo en casa, por una cuestión de laburo. Él trabaja a la vuelta, está a dos pasos de mi casa. Tiene más disponibilidad él para estar, para ir y venir a casa, poder hacer las compras y demás.

Por cuestión de horarios y cercanía con los lugares de trabajo, el marido de Elizabeth se ocupaba mucho más que ella de todas las tareas de la casa y del cuidado de su hija. No a raíz de un conflicto de pareja, sino simplemente por un sentimiento de culpa, ella decidió tomar más responsabilidades respecto a las tareas: “Ahora, por una cuestión mía, de comodidad, por default, creo que él compra y cocina. Yo hago el resto de las cosas. Yo plancho, yo limpio, yo ordeno, hasta ahora… También había delegado lo que es el pago de los servicios. Ahora los puse todos en el débito automático de mi cuenta”.

Para muchas mujeres resulta muy dificultoso equilibrar ambas facetas, por lo cual tienen sentimientos de culpa al dejar a sus hijos cuando salen del hogar para estudiar o trabajar, como Elizabeth afirma:

Siempre. Siempre tengo que llamarla y ver cómo está…Es culpa pero también es… porque va por dos lados. Hay un sentimiento de culpa pero lo que para mí pesa más es darle el ejemplo a ella. O sea, sí, yo soy tu mamá, pero también soy mujer, también trabajo, también estudio. Yo quiero que ella vea eso, que lo haga.

La convicción que ella tiene acerca de cómo debe ser el rol de la mujer en las sociedades actuales, implica hacerse cargo de todas estas actividades y todas estas facetas.

Fernanda (30 años, casada) es madre primeriza y confiesa que se encuentra aprendiendo cómo desarrollar mejor su rol. Aun así, admite todavía sentir culpa al dejar a la bebé, considerando que quizá sería bueno para ella tener presente a su madre durante todo el día.

Y sí… los primeros días que volví al trabajo, o cuando me voy a hacer un trámite o me voy a algún lado, es como que trataba de volver rápido porque me sentía mal estando fuera de casa o dejándosela a otra persona. Es como que sentía que la abandonaba. Y después, bueno, me fui dando cuenta de que no se la estaba dejando a cualquiera, que tenía que estar tranquila… Y bueno, creo que son todos aprendizajes.

Julieta (32 años, casada, 2 hijos) también nos habla de su sentimiento de culpa por no estar todo el día con sus hijos, y también se refiere a la postergación de sus estudios mientras sus hijos eran bebés:

Más cuando son chiquitos, bebés. Y por eso no volvía a la facultad hasta que fueran grandes, porque ya era como demasiado. Sí, o por ahí te vas a trabajar con la cabeza acá, o sea, te vas a trabajar autómata y nada más. Y te quedás pensando: “uh ¿les habrán dado bien de comer?, ¿habrán hecho todo lo que hubiese hecho yo?, ¿lo habrán cambiado, le habrán puesto el pañal así?” Incluso ahora que ya son grandes, yo me voy a la facultad y vuelvo y me siento culpable porque no estuve a la hora de la cena, o por ahí en el trabajo, no pude ir a la reunión… El karma de “te vas a trabajar y dejás a tus hijos” lo tengo, eh. Igual me encanta trabajar. Nunca dejaría de trabajar.

Una vez más aparece la culpa por resignar ciertos aspectos de la crianza de sus hijos o por estar ausente en ciertos momentos considerados “importantes”, en beneficio de seguir estudiando y trabajando. En este caso, ella ha decidido sacrificar cierto tiempo dedicado a sus hijos, para retomar los estudios universitarios y cumplir el objetivo de ser independiente económicamente. Julieta nos confiesa que este sentimiento de culpa tiene su origen en un valor social dado a la maternidad y a la presencia de la madre en la crianza de sus hijos:

Pero también te sentís culpable porque el resto te hace sentir culpable: “ay, pero ¿te parece volver a la facultad con los chicos tan chicos? Son muchas horas… Y a la hora de la cena, ¿qué? Ay pobrecitos…Ay, la verdad que te admiro porque dejás a los nenes”. Como que también el afuera te… no mi marido, porque él está bien, no tiene problema, pero sí, como que el resto te mira un poco… Por ahí te perdés de un montón de cosas pero ganás en otras.

Muchas veces las mujeres se encuentran en la posición de tener que justificarse con los demás al decidir emplear horas de su tiempo fuera del ámbito del hogar. En este ideario se encuentra el preconcepto de considerar que los niños no pueden suplir la presencia de la madre con la del padre, por lo que no podrán desarrollarse plena y felizmente sin la permanente presencia de ella. Y es importante remarcar que es común que las mujeres sientan más la presión externa que dentro del hogar, dado que los hombres aceptan cada vez con más facilidad que sus parejas trabajen o estudien, y por esto, se ocupan del cuidado de los niños para darle más disponibilidad horaria a ellas.

Noelia (28 años, casada, 2 hijos) se refiere también a sentimientos de culpa, los cuales resuelve dedicándose plenamente a sus hijas cuando está presente en el hogar, dándole importancia más a la calidad, a las maneras y al modo de crianza, que a las “horas reloj” en las cuales está presente:

Yo soy una persona súper culposa, jaja. Yo vivo con un sentimiento de culpa. Todo el tiempo peleo con eso. Pero es un tema mío, personal. Eso de salir y estar horas afuera. Igual, yo tengo la teoría esta de que en realidad no va por la cantidad de tiempo que uno le pone, sino por la calidad de tiempo que uno le dé. Es mucho más llevadero estar una hora y media sentadas hablando de lo que les pasa en el día, que estar cinco horas y haciendo otras cosas y con la nena sentada frente a la computadora.

Ciertas corrientes teóricas (Bergstrom, 1997; Becker, 1991) que analizan la autonomía económica femenina creciente, nos permiten evidenciar cómo las mejoras en los perfiles educativos y la ampliación de las opciones laborales de las mujeres entrañan la adquisición de roles económicos extra domésticos y una mayor independencia económica, lo que genera relaciones competitivas entre sus proyectos laborales y familiares. Los relatos de estas mujeres, además, han demostrado que los intentos por sostener los distintos roles no están exentos de conflictos internos, reflejados en el sentimiento de culpa, y externos, reflejados en conflictos de pareja o en exigencias de justificación en torno a los modos de criar y estar “presente” para los hijos/as.

Reflexiones finales

En el análisis concerniente a la dinámica de los hogares no hemos evidenciado grandes diferencias en los relatos de las mujeres según su estado civil. Es decir, no se identifican diferencias en torno a la distribución de las tareas domésticas y de las tareas de cuidado de los hijos en la dinámica doméstica de unidas y casadas.

En todos los relatos se puede evidenciar que los roles tradicionales, me refiero al hombre jefe de hogar-proveedor económico, y mujer ama de casa, están en decadencia. Ahora es más usual notar que tanto hombres como mujeres trabajan, aportan económicamente al hogar y realizan las tareas domésticas y de cuidado. Es decir, ambos desarrollan una doble jornada de trabajo, lo que disminuye así (no total, sino parcialmente) la desigualdad de género dentro de las familias y los hogares. Si bien hay que ser prudentes al considerar el alcance de esta igualdad –sobre todo teniendo en cuenta que este trabajo no pretende construir generalizaciones, sino más bien dar cuenta de un entramado de experiencias–, es innegable que nos dirigimos a una modalidad de familia que se va alejando de ese modelo patriarcal, característico de las generaciones precedentes.

Como decíamos, el estado civil no ha resultado preponderante para definir y caracterizar cómo se desarrolla esta dinámica, pero sí lo son otro tipo de cuestiones. Por un lado, la posibilidad de contar o no con servicio doméstico, lo cual aminora la responsabilidad de ambos cónyuges. Por otro lado, comienza a tomar protagonismo el goce o el disfrute que siente cada uno al realizar cada tarea en particular, es decir, que la distribución se empieza a conformar en relación con quién disfrute realizarlas, lo que contribuiría a desnaturalizar la asociación genérica de tareas. Por esto es que los hombres se encargan cada vez más del cuidado de los hijos, aunque a la par se puede evidenciar que siguen realizando las tareas que implican un esfuerzo físico, como también tareas asociadas a cuestiones técnicas (plomería, electricidad, carpintería), ya que están asociados a profesiones tradicionalmente desarrolladas por hombres.

Por otro lado, hay que tener en cuenta la condición de actividad de los cónyuges. Es una realidad que la mujer en las últimas décadas ha aumentado fuertemente su inclusión en el mercado laboral, quizá no tanto por cuestiones relacionadas a la igualdad de género, sino por cuestiones eminentemente económicas. Si bien en mi investigación he decidido entrevistar a mujeres profesionales o que estén cursando estudios universitarios, es llamativo notar que todas ellas se encuentran trabajando, ya sea, según sus relatos, por gusto, por necesidad o por ambos factores. Y esto ha resultado determinante en la dinámica de sus hogares. En este sentido es importante tener en cuenta la cantidad de horas de trabajo, en qué momento del día se llevan a cabo (mañana, tarde, noche), en qué parte de la semana (de lunes a viernes o los fines de semana), y la cercanía del lugar de trabajo con sus respectivos hogares. Todos estos factores llevan a que, en esa organización de tareas, haya algunas que puedan ser llevadas a cabo solo por uno de los cónyuges, por el simple hecho de que el otro se encuentra ausente del hogar. Me refiero a llevar a los niños al colegio, al pediatra, cocinar, etcétera. Y este fenómeno se agudiza cuando además las mujeres cursan una carrera universitaria.

La edad de los hijos también es un factor determinante. En el caso de que sean bebés, se debe tener en cuenta el ideario cultural que postula a las madres como más aptas para su cuidado, y qué fuerza cobra este ideario dentro del hogar. A veces puede ser tan fuerte, que las mujeres prefieren hacerse cargo de estas tareas, simplemente porque no confían que sus cónyuges puedan llevarlas a cabo de una manera adecuada. En este sentido, es fundamental tener en cuenta quiénes son las personas que se encargan del cuidado cuando ellas no están. Que sea el padre, un familiar, una niñera o instituciones privadas como una guardería, es determinante para la tranquilidad de las madres a la hora de ir a trabajar o estudiar. Por otro lado, en el caso de que los hijos sean mayores, influye el hecho de que ellos sean o no incluidos en la organización y la distribución de las tareas.

Sería correcto concluir que, más allá de que los cónyuges participen mucho más en la realización de las distintas tareas, los relatos de estas mujeres muestran la existencia de conflictos al momento de complementar sus roles (madre/estudiante/trabajadora) y llevarlos a cabo de una buena manera y con la dedicación que requiere cada uno de ellos. Y cabe destacar que entre quienes se encuentran casadas legalmente, estos conflictos se sienten con más intensidad, ya que se registran mayores sentimientos de culpa al disminuir la presencia en sus hogares y la dedicación a tiempo completo hacia sus hijos. En este sentido, cabría preguntarse si la adhesión al modelo tradicional de unión puede estar relacionada a un modelo tradicional de maternidad, en el cual las madres tengan como prioridad la crianza de sus hijos en detrimento de la persecución de otros proyectos que no estén circunscriptos al ámbito privado del hogar. Esto se vería expuesto al notar que alguna de nuestras entrevistadas casadas ha confesado disminuir sus cargas horarias de trabajo, o incluso estar dispuestas a dejar por completo de trabajar, si es que su rol de madre lo exige.

También se encuentra la visión de otras mujeres que declaran que bajo ningún punto de vista dejarían de trabajar o estudiar, sino que buscarían todas las maneras y los arreglos posibles para desarrollar todas las actividades de la mejor manera, sin perjudicar la crianza de sus hijos. Ha aparecido en los relatos de estas mujeres el deseo y la convicción de darle un ejemplo a sus hijos y demostrarles –especialmente a las niñas– que ellas pueden desarrollarse como madres, pero también como personas con otros proyectos y beneficiarse por el hecho de contar con la formación educativa formal, que facilita una independencia económica.

Es decir que uno de los aspectos más importantes a recalcar en este análisis es la mayor conciencia que tienen estas mujeres de la imposición de un modelo de familia, de maternidad y de mujer. Ellas muestran racionalizar y reflexionar más acerca de estos roles y su valorización social, lo que provoca una desnaturalización. Son más conscientes de que muchas de sus decisiones personales están influidas por presiones sociales y tendencias culturales, las cuales se mezclan con sus deseos genuinos. Y, si bien actualmente es más usual notar que tanto hombres como mujeres aportan económicamente al hogar y realizan las tareas domésticas y del cuidado de los hijos, hay que ser prudentes al considerar el alcance de esta creciente igualdad, sobre todo si ella se da luego de la aparición y resolución de conflictos, o en cambio, lo hace espontáneamente. Lo que no se puede negar es que nos dirigimos a una modalidad de familia que se va alejando de aquel modelo patriarcal característico de las generaciones precedentes.

Referencias

Becker, G. (1991). A treatise on the family. Cambridge: Harvard University Press.

Bergstrom, T. (1997). A survey of theories of the family. En M. Rosenzweig y O. Stark (Eds.), Handbook of Families and Population Economics (pp. 21-79). Amsterdam: Elsevier.

Hochschild A. y Machung A. (1990). The second shift: Working parents and the revolution at home. Nueva York: Harper Collins Publishers.

Jelin, E. (1998). Pan y afectos. La transformación de las familias. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

Wainerman, C. (Enero, 2000). División del trabajo en familias de dos proveedores. Relato desde ambos géneros y dos generaciones. Estudios demográficos y urbanos, 15(43), 149-184.


1 Me refiero a tareas de limpieza, cocina, pago de servicios e impuestos, compras, y también a aquellas relacionadas al cuidado y crianza de los hijos, si es que los hubiere.