Capítulo 6

Mirar hacia los Cerros

Una etnografía sobre el conflicto social y la legitimidad moral en la gestión de la Quebrada Las Delicias

Gloria D’Alessio

Introducción

En la ciudad de Bogotá (Colombia), los Cerros Orientales componen una reserva forestal de miles de hectáreas que representan un enorme potencial para la recreación, el turismo y el senderismo. No obstante, su acceso se encuentra limitado debido a la falta de gestión de los senderos en los Cerros. La gran mayoría de los senderos ubicados en los Cerros atraviesan asentamientos informales, lo cual plantea la necesidad de contar con proyectos que estén estrechamente vinculados con la población de estos barrios para lograr una gestión viable.

Esta investigación representa una contribución para comprender el conflicto socioambiental en los Cerros, con un enfoque específico en la gestión del sendero Quebrada Las Delicias de Chapinero Alto por parte de la comunidad de Bosque Calderón Tejada. El presente capítulo surge como resultado de la investigación realizada en mi tesina de grado, cuyo objetivo fue analizar los actores involucrados en el conflicto del sendero Quebrada Las Delicias, su percepción de los Cerros y la ciudad, así como la forma en que construyen legitimidad dentro de su comunidad para la administración del sendero. En este artículo, se abordará la manera en que los actores logran establecer legitimidad mediante la movilización de determinados repertorios morales.

Este análisis se basa en el trabajo de campo realizado entre julio de 2019 y febrero de 2020 en el barrio Bosque Calderón Tejada y el sendero Quebrada Las Delicias, ubicados en Bogotá. Durante este período, colaboré estrechamente con los residentes del barrio, profesionales de una consultora encargada de un proyecto para el sendero, y activistas externos comprometidos en mejorar la gestión de la Quebrada.

A lo largo de siete meses de trabajo de campo, acompañé a un grupo de vecinos del barrio Bosque Calderón Tejada en su proceso de organización para apropiarse del territorio y obtener un reconocimiento legítimo como gestores de su espacio. Para ello, realicé entrevistas individuales, participé en observación activa y asistí a reuniones y recorridos por el sendero que ellos lideraban. Además, en colaboración con algunos actores, organizamos un taller participativo para la construcción de una memoria colectiva oral.

Además de la investigación en terreno, realicé una revisión exhaustiva de archivos periodísticos relacionados con el proceso histórico del conflicto socio-ambiental de los Cerros Orientales de Bogotá. También consulté fuentes secundarias como datos censales, informes de la Secretaría de Ambiente y Hábitat, y documentos de la ONG “Conservación Internacional”.



Imagen 1. Red de senderos de los Cerros Orientales. Fuente: Facebook de la Asociación Amigos de la Montaña

Para los residentes del barrio Bosque Calderón Tejada, los Cerros Orientales de Bogotá representan un paraíso que rodea a la cuarta ciudad más grande de Latinoamérica, pero que pocos tienen la oportunidad de explorar. Estos cerros se convierten en una brújula que permite a cualquier habitante de la ciudad orientarse rápidamente hacia el norte, sur, este y oeste, simplemente mirando el horizonte y los edificios, buscando el color verde eucalipto. Los Cerros están ahí cerca, pero son pocos quienes pueden caminarlos y tener el privilegio de mirar la ciudad desde arriba.


Imagen 2. Pasillo por el cual se sube para seguir al sendero. Fuente: propias.

La Quebrada Las Delicias es un sendero que comienza en el barrio Chapinero Alto, de estratos1 5 y 6, a través de un camino de cemento que pasa por debajo de la Avenida Circunvalar, y luego atraviesa el barrio Bosque Calderón Tejada, de estrato 1 y 2, a través de los pasillos y calles del barrio.

Finalmente continúa el camino a través de un bosque de eucaliptos, puentes de madera que pasan sobre el río y dos miradores hacia la ciudad.

Por último, una cascada de 41 m de altura con un pozo de agua. El total el sendero tiene 3 km que lleva aproximadamente 1.30 h recorrerlo caminando.


Imagen 3. Vista del barrio, Bogotá y los Cerros Occidentales desde el Mirador de las tres Cruces. Fuente: fotografía del autor.

Según Noel, los repertorios morales son “conjuntos más o menos abiertos y más o menos cambiantes de recursos asociados sobre la base de afinidades fundadas en sus modalidades socialmente habituales de adquisición, circulación, acumulación, acceso o uso en determinado colectivo de referencia” (2020: 47). Los diferentes actores disponen de recursos o repertorios, los cuales tienen una carga valorativa en términos morales. Dependiendo del contexto, los actores se apropian y movilizan estos recursos para fortalecer su sentido de pertenencia a la comunidad y construir o restar legitimidad a otras personas o grupos. Tanto Noel como Hojman (2017) señalan que en los procesos de socialización, los actores se relacionan con formas de recursos morales socialmente disponibles, apropiándose de ellos en diferentes grados según sus trayectorias biográficas y las posiciones que ocupan en el grupo al que pertenecen.


Imagen 4. Cascada de 41 m, último punto del sendero. Fuente: fotografía del autor.

En el caso del sendero, a medida que el proceso de recuperación y gestión avanzaba, surgieron nuevos actores y condiciones que llevaron a cambios en las posiciones y repertorios morales de los participantes a lo largo de los años. Además, la noción de legitimidad en el control del sendero experimentó cambios drásticos, al igual que la forma en que se construía. La legitimidad es contextual y surge de interacciones mutuas en relación con la configuración identitaria contextualizada, histórica y cambiante (Hojman, 2017). Estas definiciones culturales de legitimidad, basadas en el interés personal por la autonomía, la autoafirmación y la comunidad, delinean las aspiraciones individuales.

Los repertorios no deben ser aislados de manera individual, sino que es necesario, como señaló Noel, analizar la manera en la cual aparecen entrelazados los recursos que los componen. Por una cuestión de alcance de esta investigación, únicamente analizaré los más recurrentes entre los actores a la hora de construir legitimidad, siendo estos (1) ser considerado parte de la comunidad, (2) tener un conocimiento legítimo y (3) estar interesado por el beneficio “comunitario” y la protección de la ‘naturaleza’, sin priorizar el lucro económico.

Ser de la comunidad como repertorio de legitimación

En Bosque Calderón Tejada, la inclusión en la comunidad, según los actores involucrados en la gestión del sendero, dependía de diversos factores. Principalmente, se consideraba parte de la comunidad a aquellos que habían nacido o crecido en el barrio (autoctonía), a los que se habían comprometido con proyectos para mejorar el bienestar de los vecinos (Junta de Acción Comunal o recuperación de la Quebrada) (compromiso), a los que conocían la historia de la fundación del barrio (conocimiento) y a los que ejercían liderazgo en proyectos comunitarios (liderazgo). Ninguno de estos criterios era excluyente, lo que significa que una persona podía no cumplir con todas estas condiciones y aun así ser considerada parte de la comunidad. Sin embargo, el grado de pertenencia variaba, ya que cuanto más estuviera una persona involucrada en el barrio, mayor se le consideraba su grado de pertenencia a la comunidad.

Ahora bien, no se trata solamente de comprender quiénes formaban o no parte de esta comunidad en términos nativos, sino de entender de qué manera operaban los repertorios morales de pertenencia comunitaria a la hora de disputar la legitimidad por manejar el sendero. En este sentido, para los actores involucrados que un proyecto se llevara a cabo desde la comunidad implicaba un beneficio para la misma. Mientras que un proyecto desarrollado por un outsider era leído como una búsqueda de beneficio por y para afuera de la comunidad. La autoctonía funcionaba entonces como una garantía moral de la política en el barrio (Noel, 2014). Sin importar si alguien cumplía con alguna otra de las características que podían convertir a una persona en parte de la comunidad (es decir liderazgo, compromiso, y conocimiento) el hecho de ser de ahí casi por default significaba un garante de que sus acciones buscarían un bien común para la comunidad de BCT.

A lo largo de la última década, se proyectaron propuestas de actividad turística de diferentes magnitudes en los Cerros. Una de las más significativas y difundidas fue el llamado Sendero la Mariposa (S.M.), planificado durante el último gobierno de Enrique Peñalosa.2 Durante los meses que realicé esta investigación, el proyecto S.M. estaba siendo sometido a una audiencia pública. Diferentes organizaciones sociales de los barrios de los Cerros y movimientos ambientales de toda la ciudad denunciaban al proyecto S.M. por el fuerte impacto socioambiental que produciría la construcción de una carretera a lo largo de todos los Cerros Orientales. Finalmente, el proyecto no prosperó a causa de las fuertes manifestaciones. Al consultarle a una de las guías independientes de Las Delicias qué opinaba sobre aquel proyecto, comparó al Sendero Las Mariposas con el proceso que estaba ocurriendo en la Quebrada del barrio BCT, porque dos de los miembros de la consultora EcoAlpina también habían participado en aquel proyecto:

Y es que pasa lo que pasó en Las Delicias, si no se hace a nivel comunitario, si no hay una participación ciudadana, cualquier proceso se cae. Ese proceso viene hace dos años y medio, tres años que yo empecé a escuchar que estaban armando ese proceso. Si el Alcalde desde el principio hubiera contado con las comunidades ese proceso sería válido y sería lo mejor para el territorio. Pero se hizo por fuera de las comunidades y vino planteado. Adrián que es ahí el que está ayudándoles a ellos [La Alianza] estuvo en ese proceso ayudando a la institución, con Luz, entonces ellos tienen esa imagen desde allá pero no la tienen desde acá. Sinceramente Adrián y Luz se incluyeron ahorita en los procesos, pero ellos no son comunidad de base. Comunidad de base [son] Don Camilo, Dante, Marcia, la señora Patricia Melo, Marta Díaz, la gente del territorio, así no los quiera yo, son ellos. Los demás se pueden aliar, pero no son la comunidad de base. (Adriana, 51 años, guía independiente)

La reflexión de Adriana me llevó a considerar tres aspectos. En primer lugar, predominaba la creencia de que los proyectos solo prosperaban si surgían desde la comunidad de base. En segundo lugar, aquellos que estaban activamente vinculados al sendero y vivían cerca de él, pero no en el barrio, específicamente en la zona de Chapinero Alto, de estratos 5 y 6, no eran reconocidos como parte de la comunidad por los vecinos de BCT. Esto se debía a que tenían una imagen desde allá pero no desde acá. La población de BCT se veía a sí misma separada de la ciudad, mientras que los residentes de la ciudad los percibían como externos a ella. Por lo tanto, sin una perspectiva desde el barrio, desde la comunidad de base, nadie podía pertenecer realmente y afirmar que estaba llevando a cabo un proyecto comunitario. En tercer lugar, aunque un proyecto fuera desarrollado por personas reconocidas como pertenecientes a la comunidad, esto no garantizaba que lo acordado tuviera un carácter ciudadano, es decir, una representación suficiente de la comunidad. La pertenencia a esta categoría y sus distintos grados constituían un repertorio ampliamente utilizado por los actores involucrados, tanto para generar su propia legitimidad justificando su importancia en el proyecto de gestión del sendero o en su grupo, como para restar legitimidad a aquellos con quienes diferían en algún aspecto.

El conocimiento local y el conocimiento técnico

Dentro de los conflictos por demostrar mayor legitimidad a la hora de manejar el sendero, la disputa por los saberes, es decir por el conocimiento, emergía constantemente como repertorio moral en los intercambios de los diferentes actores. Tanto en la temática del cuidado ambiental como en la del turismo, se han multiplicado enormemente las oportunidades para formalizar su educación en las últimas décadas. En el sendero Las Delicias, el recurso del conocimiento legítimo ambiental, turístico e histórico aparecía en tensión según el tipo de saber que se movilizaba: técnico o local.

Don Camilo había residido en el barrio Bosque Calderón Tejada durante cuarenta y nueve años. Nacido en Villeta, un pueblo en las afueras del norte de Bogotá, Don Camilo emigró a la ciudad junto con su familia y pasó la mayor parte de su vida trabajando en la construcción, fábricas y bares nocturnos. Desde su llegada al barrio, se unió a los jóvenes jugando al fútbol y se involucró en la lucha por la vivienda, la legalidad y la prevención de desalojos. Se consideraba a sí mismo como uno de los principales impulsores de la recuperación de la Quebrada, su limpieza y mantenimiento.

En Colombia, existe el Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA),3 que ofrece diversas formaciones de nivel terciario de forma gratuita, incluido el curso de guía turístico. Sin embargo, Don Camilo no pudo acceder a esta formación debido a que estaba destinada a personas de hasta sesenta y cinco años, lo cual le causó una gran indignación. Él expresó: "¿Cómo es posible que yo esté llevando a cabo un proceso, gestionando un recurso, y no tenga derecho a capacitarme solo porque tengo sesenta y seis años?". Si bien la edad representaba una limitación para realizar estudios formales, lo que se destaca aquí es la legitimidad del conocimiento local que argumentaba Don Camilo, basada en sus años de trabajo en el proceso. No se negaba el valor del conocimiento institucionalizado, al contrario, existía una legitimidad y un interés por ese tipo de formación, pero también se esperaba un reconocimiento del conocimiento local complementario.

Una imposibilidad similar aparecía a la hora de querer incluir a algunos chicos y chicas del barrio de entre 15 y 30 años (a los que usualmente se les refería como los pelados4) a la gestión del sendero de La Alianza. Los guías eran en su mayoría adultos de entre 50 y 70 años que querían que jóvenes del barrio se sumen al proceso. Este intento se vio frustrado porque, según los guías, los pelados querían la luca ya, y todavía no les era posible obtener un rédito económico suficiente de los aportes voluntarios como para pagarles mejor. Sumado a esta desmotivación económica, el SENA no tenía solamente un límite etario máximo, sino un nivel de escolaridad mínimo. Para poder hacer el curso de guía era necesario haber finalizado noveno grado, y tener el cartón del ICFES,5 elemento con el cual no contaban una gran cantidad de los jóvenes guías. Estos requisitos, y la desmotivación del manejo del sendero como salida laboral de los jóvenes, imposibilitaba continuar con su desarrollo como guías y, por lo tanto, como futuros líderes, lo cual preocupaba enormemente a los actores mayores, como Don Camilo.

El gran interés por formarse de manera institucional estaba mucho más relacionado con poder acreditar su conocimiento que con la idea de aprender. Los miembros de la Alianza como Don Camilo consideraban que tenían un gran conocimiento, pero que éste no contaba con la acreditación necesaria para ejercer, por ejemplo, como guías turísticos profesionales. Por lo tanto, si bien se identificaban como personas con gran conocimiento local, entendían que necesitaban la acreditación que les daba el conocimiento técnico. La disputa por el conocimiento acreditable aparecía como eje principal en la discusión por los saberes:

Muchos de nuestra comunidad, o nosotros los viejos, que hemos hecho los procesos en todas partes, porque los procesos los iniciamos los viejos, y no tenemos derecho a capacitarnos porque nos tienen unas talanqueras6 puestas, como es el tema de la edad o la escolaridad. Yo tengo quinto de primaria nada más, pero he estado tan en el territorio, que me siento en capacidad de hablar de cualquier tema ambiental en este momento. (Don Camilo, 66 años, La Alianza)

Don Camilo relacionaba capacidad con el conocimiento local proveniente del haber estado ahí, haber llevado a cabo procesos, como un tipo de saber diferente al de una capacitación institucional. Para él, este conocimiento local es el que legitimaba lo que decía, al mismo tiempo que confirmaba su derecho a poder acreditar institucionalmente su conocimiento.

Para profundizar en lo que significa ese estar ahí que hace que las personas “simplemente sepan o aprendan”, retomo el concepto de participación periférica legítima (Lave y Wenger, 1991), donde conocer se produce en el contexto de las actividades cotidianas. Este tipo de aprendizaje se produce dentro de una comunidad de práctica, un grupo que ya domina ese saber o está aprendiendo colectivamente.

En el caso del sendero, este aprendizaje ocurre en un contexto informal, a diferencia de un contexto formal basado en una actividad educativa organizada. Se refiere a un proceso educativo que se desarrolla de manera indiferenciada e inmersa en otros procesos sociales. En este sentido, el aprendizaje se da de manera natural a medida que las personas participan y se involucran en las actividades relacionadas con el sendero. Es a través de la interacción con otros miembros de la comunidad de práctica que se adquiere el conocimiento y se desarrollan las habilidades necesarias para gestionar el sendero de manera efectiva.

Dentro del grupo de La Alianza, se incorporaba a nuevos miembros, especialmente jóvenes, con el propósito de que aprendieran a guiar y transmitir la historia del barrio desde una perspectiva libre de estigmas. Además, adquirían conocimientos sobre las especies de flora nativa y sus usos en la vida diaria al escuchar a los guías de mayor edad, quienes ya poseían este conocimiento. El aprendizaje sobre cómo operar el sendero, desde los saberes hasta las metodologías de control y trabajo, se llevaba a cabo dentro de una comunidad de práctica, mediante la participación activa en el entorno. El conocimiento local era altamente valorado por los actores del sendero, ya que implicaba un saber que no se podía obtener fuera del barrio o del sendero, en espacios institucionalizados.

Esta valoración del conocimiento local no era exclusiva de los miembros de La Alianza. El equipo de EcoAlpina, conformado por profesionales universitarios, reconocía constantemente la legitimidad del trabajo realizado por este grupo a lo largo de los años, bajo el mismo concepto de estar presente y participar activamente. Durante una reunión en la que presentaron su proyecto a La Alianza, Antonio, uno de los miembros de la consultora, destacó que el trabajo realizado por La Alianza en la Quebrada era único en la ciudad y expresó su admiración por el grupo y el proceso que habían llevado a cabo. Sin embargo, también enfatizaron que parte de su proyecto consistía en capacitar tanto a la comunidad en general, a través de talleres, como a La Alianza en particular, para mejorar sus herramientas de gestión del sendero.

También algunos de los guías turísticos validaban al conocimiento local. Tal era la postura de Sonia, bogotana de treinta y ocho años, habitante del barrio invasor vecino a BCT, llamado Juan XXIII. Ella se fue involucrando en el proceso a partir de la limpieza de la Quebrada que llevó a cabo Conservación Internacional en el 2013. En el año 2014, la Quebrada Las Delicias ganó un premio por la ONU a mejores prácticas ecológicas en espacios de ciudad y el premio como atracción turística de Bogotá. En este contexto de visibilidad del sendero y los Cerros como espacio de actividad turística, comenzaron a surgir los guías privados que subían con grupos de turistas a visitar los senderos. Según Sonia, estos guías contaban con una formación institucionalizada, con un conocimiento técnico, pero no local:

Los guías le decían cosas raras a la gente de lo que no era la Quebrada y no nos apoyaban en el trabajo, porque ellos eran guías y nosotros no. Eran de otras partes, pero no daban la historia, no había ese reconocimiento. Desde la red entonces yo mandé carta a mis compañeros de los cerros y mucha gente escribió y mandamos una carta gigante al SENA, hoy ya soy egresada del SENA. Entonces yo dije “vamos a estudiar turismo, no puede ser que vengan otros y nosotros por no aprender no podamos hacerlo, nosotros también podemos ser guías turísticos”. (Sonia, 38, guía independiente)

Tanto para Don Camilo como para Sonia no alcanzaba con el conocimiento técnico, sino que para poder ser un guía de los cerros era necesario tener conocimiento local, “hablar de historia”, poder identificar las diferentes plantas y sus usos populares, conocer a la gente.

Más allá de que Don Camilo se siente con “capacidad de hablar” sobre cualquier tema ambiental –aun prescindiendo del conocimiento técnico– algunos actores del conflicto como Sonia no consideraban suficiente al conocimiento local. En una ocasión, Sonia mencionó una gran cantidad de reconocimientos que había tenido ella, especialmente del Instituto Distrital de Turismo, por su participación en la Quebrada, y las múltiples experiencias que había conseguido de formación en guía turística del SENA, avistamiento de aves, turismo comunitario e inglés. La formación académica que Sonia y los otros guías tenían era crucial para ella en el sostenimiento del proceso de la Quebrada diferenciándose de los “intérpretes locales” como Don Camilo o Don Manuel:

Los principales, Don Camilo, Dante, el otro señor que se llama David, ellos no han logrado esa experiencia. No han estudiado turismo. Cuando nosotros nos formamos como guías entonces ya nuestro cobro fue diferente, nos empezamos a diferenciar ya un poco con los compañeros. Siempre he buscado la posibilidad de que de alguna forma el gobierno les haga la legalidad a los intérpretes locales, porque es verdad que Don Camilo tiene toda la experiencia y podría ser guía, pero por su edad, porque no tiene el bachillerato, de pronto no puede ingresar. (Sonia, 38, guía independiente)

Sonia hacía referencia a la ilegalidad de ser intérpretes ya que la categoría no contaba con el reconocimiento institucional para poder realizar guías según la reglamentación turística de Colombia. Para ella, los miembros de La Alianza carecían del conocimiento que ella tenía por haberse formado en turismo comunitario. Su postura era que, si bien el proceso en la Quebrada era “un proceso de participación comunitaria”, no era de turismo comunitario porque no había una concertación ciudadana de toda la comunidad de BCT sobre lo que ellos decidían.

Cada uno de los tipos de conocimiento mencionados eran utilizados como recursos morales en la disputa por la legitimidad entre los diversos actores involucrados en la gestión del sendero. Estos repertorios morales se relacionaban con aspectos como los niveles socioeconómicos, la pertenencia a la comunidad, la edad, la educación formal, las habilidades requeridas para ejercer como profesional del turismo, entre otros. Cada tipo de conocimiento y su valor eran objeto de debate al determinar quiénes tenían derecho a participar en la gestión del sendero y por qué razones.

Por la naturaleza y la comunidad, nunca por dinero

La legitimidad de participación no se ponía en juego únicamente a partir de los tipos de saberes de los actores. Existían otros repertorios morales relacionados con las expectativas, deseos, intereses, reclamos y concepciones alrededor de la Quebrada Las Delicias, y estos entraban en tensión en la cotidianidad. La cuestión del interés era constantemente marcada entre los actores involucrados en el manejo del sendero. En este apartado veremos de qué manera estas personas definían las motivaciones para participar en el proceso, generalmente indicando un interés genuino por el cuidado de la naturaleza y la comunidad, al mismo tiempo que se diferenciaban de quiénes lo hacían por un interés económico.

Las motivaciones atribuidas al propio grupo de actores o a otros grupos se relacionaba con los ya mencionados límites de la comunidad. Las personas que se identificaban como parte de la comunidad del BCT declaraban ser parte del proyecto moral de gestión del sendero que buscaba “hacer un bien” para la naturaleza y la comunidad, mientras que acusaban a quienes estaban por fuera de los límites de la comunidad de responder a intereses relacionados con el rédito económico. Sin embargo, como veremos en este apartado, entre quienes se consideraban dentro de la comunidad también se acusaban entre ellos de estar respondiendo a intereses más económicos que de cuidado con el territorio.

El sendero, al igual que el resto de los Cerros Orientales, atraviesa un territorio que es simultáneamente privado, público y una Reserva Natural. En este sentido, surgen una serie de interrogantes: ¿A quién pertenece el sendero? ¿Quién tiene la responsabilidad de regularlo y cuidarlo? ¿Quién posee la autoridad legítima para gestionarlo? ¿Quién tiene el derecho de acceso? y ¿Quién puede obtener beneficios económicos a través de su manejo? Todas estas preguntas forman parte de la disputa diaria entre las personas involucradas en esta temática.

Cada uno de los senderos presentaba sus propias particularidades dentro de los Cerros. Aunque todo el territorio de los Cerros pertenece a la Reserva Forestal del Bosque Oriental y su administración recae en la Corporación Autónoma Regional (CAR) de Cundinamarca, parte de los terrenos pertenecen a la empresa pública Acueducto de Bogotá, otro sector a la Iglesia y otra porción a propietarios privados. Por lo tanto, la administración de estos senderos depende de acuerdos entre diversas instituciones y grupos de personas.

Para algunos senderos, como la Quebrada La Vieja al norte de la ciudad, en el barrio de Usaquén, el principal responsable del manejo del sendero era la empresa Acueducto de Bogotá S.A. Si la empresa cumplía con las condiciones impuestas por la CAR (mantenimiento del camino, control de carga de visitantes y acompañamiento policial) el sendero podía estar abierto para recibir senderistas. Pero esto no siempre fue así, sino que se consiguió gracias al trabajo realizado por la Asociación Amigos de la Montaña (AdlM) en los últimos doce años. Este grupo concebía al derecho a caminar los Cerros como un asunto de salud pública, ya que estos eran un hospital preventivo para la ciudadanía, en palabras de su fundador Francisco. Este vínculo era muy distinto al de los habitantes del barrio Bosque Calderón Tejada (a continuación BCT) con la Quebrada Las Delicias.7 Los primeros eran senderistas de estratos altos que caminan las montañas, y los segundos vivían en situación de informalidad junto a la Quebrada.

Se observaba una diferencia similar entre aquellos encargados de garantizar la apertura y cuidado de los distintos senderos. En el caso de La Vieja, tanto el Acueducto como la CAR se comprometieron con su cuidado y apertura. En cambio, en Las Delicias, si bien la CAR y la Secretaría de Ambiente establecieron condiciones para su apertura, no se encargaron de garantizarlas ni supervisarlas. Es por eso que La Alianza se propuso como un grupo local que buscaba obtener el reconocimiento institucional de la CAR para gestionar el sendero, desmintiendo el mito de que solo los estratos altos de las montañas se preocupaban por el cuidado de las Quebradas y que solo ellos recorrían los Cerros. Si bien el grupo de La Alianza compartía la idea de AdlM de que las instituciones estatales eran responsables de regular ciertos aspectos del sendero, como el control de carga diaria o la señalización, han sido ellos quienes han estado limpiando y manteniendo el sendero durante más de una década, sosteniendo dicho proceso prácticamente sin apoyo estatal.

Algunas instituciones –especialmente Conservación Internacional– habían realizado proyectos en el sendero, pero no coordinaban su accionar entre sí, muchas veces se superponían las acciones o no había continuidad. Sobre esto Don Camilo me comentó:

Tengo una discusión con Acueducto y con Aguas de Bogotá porque ellos dicen un contrato por tres meses para podar la parte de abajo y yo le digo “¿un contrato por tres meses?” Tuve una lucha fuerte con la empresa del aseo para que nos podara parte de la ronda de la Quebrada, ya llevamos más de un año que lo están haciendo, pero si ponemos a un contratista por dos meses, se van ellos y ¿quién sigue podando? Eso es lo que uno no entiende de los contratos... porque (dicen) por dos o tres meses, y resulta que en esos dos o tres meses fue muy difícil lograr que Promoambiental nos podara la ronda de la Quebrada, por lo menos una parte, y ahora (dicen) que no, que hay un contrato que ellos lo van a hacer por tres meses. Yo le decía a Carlos Bello del Acueducto “¿Cómo voy a sacar a Promoambiental por tres meses y después el problema va a estar otra vez?”. Pero los contratos son así...

Si bien estos contratos dinamizaban el proceso llevado a cabo por los locales, ofreciendo servicios y recursos, también generaba una discusión sobre el acaparamiento de las oportunidades. Para Sonia, guía ambiental, Don Camilo era siempre convocado por los contratistas para trabajar ahí y “sacaba un beneficio propio” de esto:

Entonces empezamos a trabajar así, yo independientemente de Dante, de Don Camilo también porque el tema con el señor Don Camilo es que él tiene una familia grande y quiere vincular a su familia, y realmente la comunidad lo ve como un espacio muy cerrado. Si tú hablas con la gente de la comunidad te dice: “Ay, es que Don Camilo es para él y no para la comunidad”, pero yo me imagino que es porque su familia es grande, y tu tiendes a beneficiar primero a los tuyos, y eso no es malo simplemente que es una forma de mirar sus procesos y su vida y sus entornos. Ellos, por ejemplo, Don Camilo siempre que ha venido la institucionalidad le han dado trabajo a él, él ha participado siempre del trabajo como trabajador, le dan trabajo de operario, o con Conservación, o con la Alcaldía, con los que vienen a trabajar a la Quebrada siempre buscan a Don Camilo para el trabajo de operario. Entonces él ha estado ahí con sus hijos y a veces Don Manuel también ha estado. (Sonia, guía independiente)

La cuestión de los criterios de distribución de los recursos, en este caso oportunidades laborales, generaba muchas discusiones entre los diferentes actores de Las Delicias. Sin importar cuántos recursos aparecían en el barrio o en el sendero, los grupos y actores discutían, negociaban y se los repartían, sin que esto no genere acusaciones de acaparamiento de recursos:

Teniendo en cuenta que los recursos a distribuir –particularmente los bienes– son limitados y en cualquier caso inferiores a las expectativas y demandas de aquellos que los solicitan, y ante la dificultad de determinar criterios consensuadamente equitativos –o aún sistemáticos– de distribución, rápidamente comienzan a sucederse las acusaciones cruzadas y las imputaciones de parcialidad, injusticia o favoritismo. (Noel, 2007: 129).

Para muchos actores, beneficiarse económicamente del proceso de la Quebrada significaba un proyecto moral mercenario, diferente al proyecto moral ambientalista y desinteresado al que se referían constantemente. Esto hacía que pocos actores hablen acerca de si vivían o no de ganancias obtenidas a partir de su participación. Sonia era una de las guías independientes que hablaba abiertamente de cobrar por su servicio guiando en el sendero. Pero en general los miembros del grupo La Alianza, quienes eran constantemente acusados de facturar con el sendero, recalcaban que para ellos no era un negocio, sino un compromiso con su Quebrada. Esto conllevaba a diferencias acerca de a quienes se les podía permitir vincularse al proceso y a quiénes no, en función de sus intereses. Dante, de la Galería ART y miembro de La Alianza, solía hablar en términos de aliados de la Alianza, para seleccionar a vecinos y vecinas que trabajan en conjunto con ellos, pero no a cualquiera:

A mí me dijeron “Dante, usted...”, porque yo venía trabajando en la Quebrada hacía mucho tiempo, entonces me dijeron “Dante, usted que está trabajando ahí pues unámonos y trabajemos en conjunto” y yo dije: “Bueno, si es por nuestra Quebrada sí, está bien”. Muchas personas lo ven desde la parte económica, y eso, ese es el mayor de los problemas y de los conflictos para trabajar con las comunidades, la cash. Es la más difícil de todas, es lo que puede dañar el proceso, eso es lo que puede retrasar el proceso, lo que lo frena, cuando hay dinero. Porque eso quiere siempre alguien que se destine hacia algo, en especial muchas veces hacia algo que uno quiere, beneficio… qué beneficio busco. Entonces nosotros hemos tratado de hacer un ejercicio bien chévere primero porque acá todavía no hay dinero, y hemos tratado de hacerlo muy transparente para mostrar cómo se hace un proceso comunitario donde no hay recursos, con una comunidad, porque también nos hemos aprendido a manejar. […] Hay que involucrar al turismo, que es lo que se está haciendo, pero siempre que sea bajo el fundamento de que ame lo que hace, y no que venga por dinero nomás, ¡que pereza! por dinero tengo un montón de gente. O sea, solamente pongo un letrero que necesitamos personas si viera la cantidad de personas que se quieren meter a la Alianza pero para ver qué sacan de dinero, y no es lo que queremos. Necesitamos formar personas que vengan, que quieran venir a podar, a echar agua, que quieran hacer cosas, y todo lo que se pueda llegar a hacer en el camino. (Dante, 35 años, La Alianza)

Entre La Alianza y los guías independientes existía una tensión constante regida por una diferencia en los criterios y distribución de oportunidades. La Alianza no solía considerar a los guías como parte de la comunidad, a pesar de que incluso algunos vivían en el barrio o en barrios vecinos. Les molestaba enormemente el hecho de que algunos de ellos cobraban diez mil pesos a cada turista, pero se negaban a pagarle a La Alianza la colaboración voluntaria de dos mil pesos:

Sonia pues se dejó convencer por Pablo Valbuena que no hay que hacer el aporte, entonces suben con la gente y hacen lo que quieren, no ayudan a recoger basura. Y eso es lo que se me hace a mí injusto, si viene con un grupo de personas por qué no hace el aporte, si es un aporte voluntario que nosotros no nos estamos enriqueciendo con ese aporte, al contrario, estamos mostrando nuestro trabajo para que la gente que venga sepa que estamos haciendo y para que con el tiempo vean está Quebrada más linda de lo que está. (Miguel, 59 años, La Alianza)

Miguel era una de las personas que más se molestaba con esto y en reiteradas ocasiones mientras caminábamos por el sendero nos cruzábamos a un grupo de turistas con su guía y rápidamente se ponía a contar cuántas personas estaban allí. No solamente hacía esto para calcular el control de carga, sino también porque ese cálculo le daba el número de ganancia que le daba a ese guía. Para Miguel, Sonia “ganaba devociones ajenas” con lo que ellos habían hecho en el territorio. A pesar de que le reconocía su participación en el proceso de recuperación del sendero, afirmaba que los que habían construido realmente eran Don Camilo y él, porque eran los que “más le habían metido pecho a esta Quebrada”. Don Camilo por su parte, la acusaba no solamente de buscar un beneficio económico personal de la Quebrada, sino también de haberse apropiado del conocimiento recolectado por otras personas:

Una compañera que ha estado, pero en un momento determinado ella se contrató dentro del proceso para trabajar en el tema de socializar el tema del sendero, de abrir el sendero. Pero ella lo que hizo fue tomar toda la información de las universidades, colegio, del SENA, todo el mundo, hizo su base de datos y cuando tuvo todo entonces se retiró y se volvió enemiga del proceso. Ella no está de acuerdo con que la gente aporte algo porque esto es un espacio público, pero ella lo que hace ahora es guianza turística, ella cobra un promedio de diez mil pesos por persona, pero ella no está de acuerdo en dar dos mil pesos para el mantenimiento. (Don Camilo, 66 años, La Alianza)

Para ellos no hacer el pago voluntario la volvía enemiga del proceso. Su participación no era realmente legítima y por ende se encontraba por fuera de los límites de la comunidad.8 A pesar de que ella había participado desde el 2013 en la Quebrada, no era una habitante del barrio BCT, sino de un barrio vecino, y al haber decidido no ser parte de La Alianza, no era –justamente– una aliada.

Si bien para Sonia las tensiones entre La Alianza y los guías independientes giraban en torno a la disputa de los saberes ya explicitados anteriormente, ella consideraba que eran ellos los que buscaban un beneficio personal del proceso. Aun cuando reconocía la trayectoria de La Alianza en la Quebrada, creía que estos se habían acaparado demasiados recursos y habían sido contratados en casi todos los proyectos porque estaban ahí.

Ellos, por ejemplo, Don Camilo siempre que ha venido la institucionalidad le han dado trabajo a él, él ha participado siempre del trabajo como trabajador, le dan trabajo de operario, o con Conservación, o con la Alcaldía, con los que vienen a trabajar a la Quebrada siempre buscan a Don Camilo para el trabajo de operario. Entonces él ha estado ahí con sus hijos y a veces Don Manuel también ha estado. (Sonia, 38 años, guía independiente)

Tanto los guías independientes como los miembros de La Alianza exigían a la CAR una gestión, regulación y mantenimiento adecuados del sendero. Sin embargo, la gran diferencia radicaba en que, ante la falta de acción por parte de la CAR, La Alianza decidió asumir por sí misma la operación del sendero, encargándose de todas las tareas involucradas, mientras que los guías independientes se limitaban a garantizar que pudieran realizar sus propias actividades individuales de recorrido.

La cuestión acerca de a quiénes se les permitía involucrarse en el ejercicio de manejo del sendero y a quiénes no era muy heterogénea entre el propio grupo de La Alianza. Para algunos miembros había que movilizar a la comunidad de BCT con emprendimientos de artesanías innovadoras, temas de vida sana, permacultura, eventos, mercados a partir de un plan de desarrollo diseñado por La Alianza y EcoAlpina. Sin embargo, para Dante, miembro de La Alianza y de Galería ART, no “cualquier persona” debía ser involucrada al proceso:

Yo siempre he dicho que es también muy importante que las personas que se vinculan con el proyecto tengan una corresponsabilidad tanto con la Quebrada como con la Alianza, no sirve estar metiendo a cualquier persona y a todas las personas si no hacen parte de esa Alianza. Los aliados de la Alianza son las personas que están ayudando a que se haga un buen ejercicio. Si son personas común y corrientes “no que la vecina quiso montar allá y que vamos a pasar por allá”, la Alianza lleva a los turistas allá, no va a funcionar. Ellos deben hacer parte del ejercicio de la Alianza como aliados de nosotros. Es decir, Don Camilo tendrá sus aliados, Fer tendrá sus aliados, la Galería tendrá sus aliados, todos tenemos unos aliados donde podemos ir, y esos aliados van a tener una corresponsabilidad con este ejercicio. Si no, no va a servir, porque va a ser solamente de negocio. (Dante, La Alianza y Galería ART)

Podían observarse dos visiones muy diferentes del camino hacia lo comunitario. Lucrecia era miembro de La Alianza, aunque no era una habitante del barrio. Vivía justo en la entrada al sendero, en el barrio Chapinero Alto. Por su experiencia como antropóloga en otros proyectos de turismo comunitario en las Islas del Rosario, ella prefería incentivar a los vecinos del barrio a involucrarse comercialmente en el turismo, a través de emprendimientos convocados y guiados por la Alianza. Dante, por su parte, opinaba que únicamente podían ser incluidos aquellos que sean aliados a la Alianza, es decir que respondían a las personas que formaban parte de ella. Para él, de no ser así, las personas comunes y corrientes solo lo harían por el rédito económico de la actividad turística. Dante consideraba que sus aliados eran legítimos para involucrarse, porque confiaba en que su interés era el mismo que el de la Alianza: desarrollar un proyecto de manejo del sendero y no solamente un negocio.

Por su parte, la consultora EcoAlpina compartía en gran medida las concepciones sostenidas por las instituciones estatales, incluyendo Aguas de Bogotá S.A., quien los contrató para el proyecto. Los profesionales que conformaban la consultora habían estado involucrados en diversos proyectos relacionados con los Cerros Orientales, como la Asociación Amigos de la Montaña, el proyecto de la empresa Acueducto de Bogotá en el sendero San Francisco Vicachá y el Cerro Guadalupe, así como el proyecto Sendero La Mariposa, entre otros. Además, habían sido aliados del proceso local de la Quebrada durante varios años y habían apoyado la creación de La Alianza. Durante su trabajo con La Alianza, entendían que era la CAR el organismo encargado de regular las normativas de los Cerros; sin embargo, proponían que La Alianza se capacitara y aprendiera a cumplir las normativas básicas para ser ellos los operadores del sendero. El proyecto de EcoAlpina consistía en dinamizar el proceso que venía construyendo la Alianza, ¿cómo? Reforzando las relaciones interpersonales entre los miembros, capacitándolos con nuevos conocimientos técnicos, socializando al resto de la comunidad lo que venían haciendo, y siendo articuladores entre la CAR y La Alianza. Ellos sí hablaban explícitamente de que esta actividad debía ser un beneficio económico para ellos, así como también para los aliados de La Alianza.

Este grupo era visto por lo general por fuera de los límites de la comunidad con lo cual reaparecía el criterio de lo local y lo de afuera y en algunos casos se cuestionaban sus decisiones por el beneficio que ellos sacaban del proyecto. Sonia me comentó que ella se sentía excluida del proyecto de EcoAlpina porque se habían puesto del lado de “La Alianza” en lugar del de ella, separados a partir de la discusión por cobrar o no el aporte voluntario a los senderistas. Sonia era una de las personas que no consideraban que los miembros de EcoAlpina tenían la visión de la comunidad, y que el grupo La Alianza no podía prosperar a no ser que estudien en un espacio formal el turismo.

Mientras sigan enrollados a ser cerrados y no abrirse, difícil. Y si no entienden que el turismo es social, no va a pasar, si no entienden que la calidad del turismo es la puerta de entrada para volvernos grandes. Entonces, ¿qué es lo que yo les peleo a ellos? Calidad, verdad, incidencia en el territorio, y legalidad en el proceso. (Sonia, guía independiente)

Para ella, el proceso que llevaba la Alianza funcionaba cerrado a la comunidad, aunque reconocía a los miembros de ese grupo como parte de la comunidad de BCT. Les exigía verdad porque para ella el proyecto de La Alianza no era “transparente” a la comunidad. Por otro lado, Lucrecia, miembro de La Alianza, enfatizaba siempre a EcoAlpina que ellos esperaban que “realmente los ayuden”, especialmente en la comunicación y articulación con la CAR para que reconociera a La Alianza como operadores legítimos, y no que simplemente cumplieran con “los quince talleres de su proyecto y se vayan”. Aquí aparecía nuevamente la problemática de la desvinculación institucional a lo largo del tiempo, así como el miedo de los miembros de la Alianza de “entregarles” todo su conocimiento y trabajo a la consultora, y que éstos la utilizaran para cumplir con su proyecto y se retiren sin un impacto en el sendero.

Como es evidente a partir de las diversas situaciones descritas en esta sección, participar en la gestión de la quebrada era valorado positivamente siempre y cuando la persona fuera aliada del proyecto moral que enfatizaba la importancia de la preservación de la naturaleza y la comunidad del barrio. Por otro lado, aquellos que enfocaban su participación en el sendero en la obtención de beneficios económicos eran rápidamente acusados de seguir otro tipo de proyecto moral para la quebrada, uno que priorizaba el lucro por encima del cuidado de la naturaleza y la participación comunitaria.

Aunque existía una clara diferenciación discursiva entre ambos proyectos por parte de los actores involucrados, en la práctica no había una separación estricta entre aquellos que actuaban exclusivamente en función de uno u otro. En general, las acciones relacionadas con el sendero combinaban diversos deseos e intereses que podían responder a ambos proyectos. Lo que se consideraba importante era reafirmar constantemente que lo primordial era el cuidado de la naturaleza y la participación de la comunidad, y no la búsqueda de beneficios económicos como "otros" podrían hacer.

Reflexiones sobre repertorios morales y legitimidad

La legitimidad se construye en medio de esta disputa en torno a tres aspectos fundamentales: los límites de la comunidad, los tipos de conocimiento y la gestión de los recursos. Entre los distintos tipos de conocimiento, se establecen valoraciones morales que refuerzan o debilitan la legitimidad para gestionar el sendero. Aunque se reconoce universalmente el valor y la importancia del conocimiento local, el conocimiento técnico goza de un prestigio especial debido a las limitaciones de acceso a la educación formal, como las restricciones de edad y los requisitos mínimos de escolarización. Son pocos los que han tenido la oportunidad de adquirir formación académica en este campo, lo cual le otorga un estatus privilegiado.

Por otro lado, existen diferentes criterios de distribución de recursos entre los actores. En general predomina el criterio de quien más trabajaba por el sendero mayor beneficio debía obtener de él, o al menos mayor legitimidad para gestionarlo. Según este criterio es que la Alianza solicitaba un pago voluntario a los visitantes del sendero a cambio de su servicio. Los guías independientes como Sonia no acordaban con ese cobro por tratarse técnicamente de un espacio público, y desarrollaban un servicio de beneficio individual en el que cobraban dinero a clientes por su servicio de guianza por la Quebrada. Además, consideraba que algunas personas de la Alianza eran convocadas para todos los proyectos de las instituciones por estar siempre ahí, y no le parecía justo que ella no sea convocada en muchos casos, como en el proyecto de EcoAlpina. Esto significa un insulto moral (Cardoso de Oliveira, 2004) ya que algunos actores involucrados en la quebrada consideraban que no se les daba el reconocimiento merecido por su labor en el sendero. Tanto el dinero9 como las relaciones institucionales eran recursos para quienes estaban involucrados en el sendero, y la capacidad de obtener esos recursos constituía también a la legitimidad por gestionarlo.

Los límites de la comunidad, sus diferentes saberes y los criterios de distribución de recursos atravesaban todas las situaciones, negociaciones y desacuerdos entre los actores involucrados en el proceso. Dar cuenta de la manera en la que se disputaba la legitimidad por el manejo del sendero en Las Delicias permite comprender el desafío particular que tienen los habitantes de un barrio popular urbano para gestionar y administrar un conflicto socioambiental como lo es el uso de los Cerros Orientales de Bogotá.

Los actores se relacionaban entre sí a través de sus experiencias de vida y la constante configuración y reconfiguración de sus vínculos sociales, que se apoyaban en una variedad de recursos materiales y simbólicos (Noel, 2020: 45). Sin embargo, estos recursos no estaban siempre disponibles ni se podían utilizar de manera constante. Su accesibilidad y movilización dependían de la posición que los actores ocupaban en la estructura social. Aquellos que participaban en la disputa por el control del sendero utilizaban estratégicamente los recursos morales a su disposición para legitimar su liderazgo en el proceso y deslegitimar a otros, incluso cuando estos "otros" eran representados por instituciones a las que buscaban disputar legitimidad mientras demandaban reconocimiento local. En resumen, el conflicto social giraba en torno a quiénes tenían el poder de apropiarse de los espacios de uso público y con qué propósitos (Fabaron, 2019). Dentro de esta disputa, se discutían las cuestiones planteadas en este artículo, donde se ponían en juego diferentes formas de habitar e imaginar el barrio Bosque Calderón Tejada y el sendero, así como diversos repertorios morales.

Referencias

Cardoso de Oliveira, L.R. (2004). Honor, dignidad y reciprocidad. Cuadernos de Antropología Social, 20, 25-39. Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires.

Fabaron, A. (2019). La batalla del color. San Martín: UNSAM Edita.

Hojman, A. (2017). Un territorio querandí entre urbanizaciones cerradas. Moralidades en pugna en la localidad de Punta Canal (Partido de Tigre - Provincia de Buenos Aires, 2010 - 2015). Tesis de Maestría en Antropología Social, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales.

Lave, J. y Wenger, E. (1991). Situated learning. Legitimate Peripheral Participation. Cambridge University Press

Noel, G.D. (2007). Los Conflictos entre Agentes y Destinatarios del Sistema Escolar en Escuelas Públicas de barrios populares urbanos. Tesis del doctorado en Ciencias Sociales, IDES, Universidad Nacional de General Sarmiento.

Noel, G.D. (2020). A la Sombra de los Bárbaros. Transformaciones Sociales y Procesos de Delimitación Moral en una Ciudad de la Costa Atlántica Bonaerense (Villa Gesell 2007-2014). Buenos Aires: Teseo.

Noel, G.D. (2014). La autoctonía como garantía moral de la política: retóricas de la legitimidad en una ciudad intermedia de la provincia de Buenos Aires (Argentina). Papeles de Trabajo, 14.

Tamayo Buendía, J.A. (2013). Relaciones socioespaciales en los Cerros Orientales: prácticas, valores y formas de apropiación territorial en torno a las quebradas la Vieja y las Delicias en Bogotá. Tesis de pregrado en Sociología. Universidad Colegio Mayor Nuestra Señora del Rosario, Bogotá.

Uribe Mallarino, C.; Vásquez Cardozo, S.; Pardo Pérez, C. (2006). Subsidiar y segregar. La política de estratificación y sus efectos sobre la movilidad social en Bogotá. Papel político, 11(1), 69-93.

Zelizer, V. (1979). Morals and Markets: the Development of Life Insurance in the United States. Nueva York: Columbia University Press.


1 En Colombia toda la población está dividida en seis estratos socio-económicos diferentes según el barrio en el que viven, y factores como la cantidad de baños y fachada de la casa. Este sistema es muy criticado a causa de que la clasificación no se basa en los ingresos del grupo familiar o la cantidad de personas que habitan una casa, sino que principalmente se sostiene según el barrio en el que se vive. El objetivo original de este sistema era tener una política de mayor redistribución en la sociedad, ya que según el estrato se aplica una tarifa diferencial de los servicios públicos (agua, gas, electricidad, alcantarillado). Sin embargo, lejos de hacer de Bogotá una ciudad un poco menos desigual, este sistema ha asentado una zonificación de la ciudad, a partir del cual hay áreas de estratos bajos con grandes necesidades, y áreas de estratos cinco y seis con constante presencia de seguridad privada, autos blindados y estaciones policial. Algunas científicas sociales (Uribe Mallarino, Vásquez Cardozo, Pardo Pérez, 2006) afirman que las políticas de estratificación han propiciado a la segregación espacial. Esto se encuentra fundamentado en el hecho de que el estrato ha sido un concepto fuertemente apropiado por la sociedad, a tal punto en que han aparecido conceptos tales como cultura de estrato produciendo aún más desigualdad entre ellos. El estrato social se ha convertido en una parte de la identidad colombiana, permitiendo -o dificultando- acceder a ciertas zonas, universidades, becas, trabajos y espacios sociales.

2 Enrique Peñalosa es un político colombiano que fue Alcalde Mayor de la ciudad Santa Fé de Bogotá durante dos ocasiones. La primera entre 1998 y el 2000, y la segunda gestión fue entre 2016 y 2019.

3 https://www.sena.edu.co/es-co/Paginas/default.aspx (última consulta en junio 2021)

4 Expresión utilizada en Colombia para nombrar a la gente joven.

5 El ICFES es una empresa estatal vinculada al Ministerio de Educación Nacional de Colombia que evalúa la educación en todos sus niveles. En noveno grado se realiza un examen para ver el nivel educativo alcanzado, así como también al finalizar el secundario antes de comenzar la universidad. El puntaje obtenido en el ICFES es determinante para saber a qué becas puede acceder o no un estudiante.

6 Una talanquera es una valla o una barrera que busca evitar el paso, equivalente a nuestra tranquera.

7 Ver Tamayo (2013)

8 El análisis sobre “los límites de la comunidad” en el barrio Bosque Tejada Calderón se encuentra desarrollado en mi tesina de Licenciatura. Por una cuestión de espacio no es posible retomar ese análisis en este artículo.

9 Excede a esta investigación estudiar a la gestión del sendero como un fenómeno económico-cultural. Sin embargo, cabe resaltar que el hecho de poner a la ‘naturaleza’ en el mercado ofendía a un sistema de valores que creía en lo sagrado de la ‘naturaleza’ frente a lo profano del dinero (Zelizer, 1979) a partir de usarla como fuente de actividad económica. La mercantilización del espacio ‘natural’ por parte de la comunidad local era objeto de aborrecimiento para algunos vecinos y bogotanos.