Atormentado por la imagen de la cruz, angustiado por haber permitido semejante barbarie, Dios Padre decide hacerse hombre y probar en carne propia el calvario del Hijo. Sin embargo, su designio no es sufrir para redimirse del crimen, su designio es multiplicar el mal entre los hombres, convertir la antigua culpa en una gangrena progresiva. En esta, su tercer novela, Mazora retoma la problemática de su primera ficción, María Magdalena condenada: ¿Cómo entender que una civilización haya aceptado la imagen del hijo crucificado, resignándose a la idea del abandono paterno, y que incluso haya sublimado semejante desamparo haciendo de la cruz un emblema de amor divino?