Cuatro fotógrafos. Cuatro artistas. Cuatro miradas. Una vida. ¿Cuántas veces transitamos el mundo, incluso nuestra experiencia cotidiana, imbuidos de ceguera? Como habiendo perdido la frescura de la mirada primera, casi ciegos por haber visto. Entonces la mirada deja de ser la luz del mundo, aquello que nos permite la maravilla de descubrir por entre la sombras de la rutina, la vida que pasa. Justamente la vida, como la belleza, guarda su secreto, no deja verse más que como una tenue brisa solitaria y silenciosa. Es, de algún modo, inaprensible en la transparencia de su profundidad. Quizá por ello, tan solo se ofrece menuda, se regala en el instante que pasa, en la fugacidad del momento oportuno. La ambición de su potencia no deja percibirse en la dura secuencia del tiempo, sino que brinda su claroscuro en la aventura del trance pasajero en el que palpita su anhelo de sentido. Sabemos que la potencia de la vida en común abreva en las fuentes de cada experiencia personal, de cada biografía tallada a la altura de sus deseos. Sin embargo, la vida en común es ello y mucho más.
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