Inés Mancini, Evangelina Caravaca y Lola González Plaza
“Esto explota en cualquier momento” fue una frase recurrente al tiempo que un diagnóstico extendido sobre los barrios vulnerables en pandemia. Pese a la ligereza con la que muchos hemos sostenido este argumento de manera reiterada, por distintos motivos “no explotó”. Es justamente aquí desde donde queremos partir nuestro análisis. En estas páginas, entonces, buscaremos profundizar en los roles que llevaron adelante distintos actores comunitarios durante las medidas de aislamiento para lidiar con las violencias y la desigualdad. Hoy es posible afirmar que durante el tiempo que duraron las distintas instancias del aislamiento se deterioraron las condiciones de vida de los ciudadanos, pero este incremento resultó exponencial en los barrios vulnerables, donde las condiciones de infraestructura complejizaron el aislamiento y en donde, además, el origen informal de los ingresos de las poblaciones dificultaron tanto cumplir con las medidas de aislamiento como conseguir sustento diario.
En relación con lo anterior, Aliano, Pi Puig y Rausky (2022) señalan que los comedores comunitarios en barrios vulnerables de la ciudad de La Plata no solo desarrollaron tareas de cuidado al encargarse del acceso a la alimentación de una parte considerable de los vecinos, sino que también pasaron de ser mediadores entre el estado y la población a transformarse en actores que captaron recursos por su propia cuenta y que, especialmente, transformaron su escala de trabajo. Entendemos que todo ello da cuenta de una enorme flexibilidad y capacidad de trabajo. Ahora bien, en este artículo nos proponemos vincular la flexibilidad y capacidad de trabajo de estos actores para atender demandas de la población del Área Reconquista en relación con la contención y regulación de las violencias en pandemia.
Asimismo, la pregunta que guía estas páginas se inscribe en un interrogante general sobre el que venimos reflexionando como equipo de investigación: ¿cuál es la relación entre las condiciones estructurales y las violencias en los barrios segregados? La situación de la pandemia y las medidas de aislamiento constituyen un momento privilegiado para observar que estas relaciones, entre condiciones estructurales y violencias, siempre deben ser pensadas en mediación y articulación con los tejidos sociales que caracterizan los barrios que estudiamos. En efecto, cuando el mensaje oficial se traslada de “quedate en tu casa” a “quedate en tu barrio”, se transparentaron las dificultades de cierto sector social para aislarse dentro de las casas a la vez que reconocía la existencia y el valor de relaciones comunitarias dentro de los barrios. Por ello, nos proponemos mostrar cómo estas mismas relaciones comunitarias reconocidas por el Estado han logrado mediar entre el extremo agravamiento de las medidas estructurales y las violencias en el Área Reconquista. Siguiendo a Roig (2020), entendemos la labor de los actores comunitarios como una infraestructura territorial de cuidados. En este sentido, estas tramas de trabajo comunitario deben ser consideradas a la hora de pensar las vinculaciones entre condiciones estructurales y violencias.
Las medidas de aislamiento junto al temor al contagio ocasionaron en los sectores populares consecuencias económicas —pero también subjetivas— devastadoras en algunos casos. En efecto, una gran mayoría de trabajadores informales debieron violar las medidas de aislamiento para subsistir o generar nuevas formas de ganarse la vida. Pero además, muchas nuevas familias debieron recurrir a comedores y espacios de distribución de alimentos y bienes de primera necesidad. En un mismo sentido, los efectos de la merma de circulación de dinero se hicieron sentir especialmente dentro de los barrios, incluyendo los mercados informales como el inmobiliario, ya que muchos dejaron de poder pagar sus alquileres. En este sentido, algunos entrevistados vinculan la situación habitacional excepcional que supuso el aislamiento, con los episodios de toma de tierras ocurridos en el Área Reconquista durante el año 2020.1
Por otro lado, es importante mencionar que no todos los grupos etarios fueron afectados de la misma manera con las medidas de aislamiento. Por su parte, los adultos mayores padecen el mayor riesgo objetivo a morir a causa de la enfermedad al mismo tiempo que suelen tener ingresos formales (jubilación) que continuaron recibiendo a lo largo de la pandemia. Ello implicó que los efectos de estas muertes en las familias se vieran multiplicados: no solo se trataba del dolor de un duelo, sino que se vieron afectadas económicamente. Por el contrario, los jóvenes cuyo riesgo de muerte a causa del covid resultaba exponencialmente menor, parecen haberse visto afectados con mayor intensidad por las conflictividades y el hostigamiento policial. Pero también, por las dificultades para acceder al trabajo y al dinero.
No menos relevante son las menciones a la salud mental a lo largo del trabajo de campo. Varios entrevistados describen experiencias propias o de allegados de padecimientos psíquicos, producto de los temores vinculados a la enfermedad y las incertidumbres económicas. Dichos padecimientos revisten distintos niveles de gravedad, pero se habla de un general “estado de crispación”. En definitiva, las entrevistas realizadas a distintos actores del área nos permiten leer que los vecinos han experimentado una acelerada acumulación de sufrimientos de distintos órdenes. Padeceres en un amplio abanico que incluye lo económico pero también la salud mental.
Además, es necesario señalar que en el área —como en otras zonas vulnerables— estos trabajos comunitarios son desarrollados principalmente por mujeres. Esta atribución a las mujeres de roles de cuidado se ve reforzada por conjuntos de políticas sociales iniciadas en la década de 1990, en las que se evidencia una ideología particular sobre la mujer y la familia, el rol de la mujer como cuidadora y el fomento del trabajo circunscripto al barrio (Frederic, 2004; Masson, 2004; Zapata, 2005; Epele, 2010). Consideramos importante remarcar la condición de género de la mayoría de los actores comunitarios, pues la configuración de relaciones sociales y las modalidades en las que varones y mujeres se posicionan frente a las violencias parece verse reforzada en este accionar en el que el trabajo denodado de un conjunto de mujeres previene acciones violentas que con mayor frecuencia ejercen los varones y las fuerzas de seguridad.
Finalmente, el trabajo de campo realizado nos permite adentrarnos en los sentidos y representaciones sobre la pandemia en general y sobre los actores y espacios comunitarios en particular. Analizaremos entonces las formas en que el trabajo comunitario es representado por nuestros entrevistados (sus lógicas, funciones, desafíos). Esto nos permitirá tener un panorama general sobre el mismo advirtiendo que trabajamos en un plano representacional. También, analizaremos cómo el trabajo comunitario se relaciona con otros actores y poderes (estatales, policiales, militantes entre otros).
“Llegó un momento en el que me superaba la gente”. En mayo de 2020, la muerte de una referente comunitaria de la villa 31 se transformó en noticia a nivel nacional. Ramona Medina era una militante que participaba activamente en la agrupación Garganta Poderosa. En tanto coordinadora de un comedor comunitario, denunció tempranamente como las condiciones de hacinamiento de los barrios potenciaban los contagios en los barrios relegados. El caso de Ramona sirve como ejemplo para identificar y pensar en algunas características recurrentes del trabajo comunitario en barrios relegados: el trabajo de campo nos permitió confirmar la mayoritaria participación femenina en la organización de espacios comunitarios (comedores comunitarios y espacios de cuidado para las infancias). Y resulta preciso volver a mencionarlo: la gran mayoría de las tareas de organización y distribución de bienes (alimentos pero también elementos para la salud e higiene) se apoyaron en redes de trabajo preexistentes a la pandemia. Esto, creemos, permitió su “éxito” para sortear dificultades cotidianas y diversas.
Pero además, a lo largo de estas páginas apostamos a pensarlas en tanto redes de trabajo en lugar de redes de cuidado. La diferencia no es solo semántica: con esto queremos enfatizar que las tareas que estas mujeres desplegaron y despliegan en los barrios son trabajos comunitarios por los cuales muchas veces no reciben remuneración ni reconocimiento.
Cómo hemos mencionado en la introducción, la pandemia y el aislamiento obligatorio produjeron un conjunto de consecuencias muy palpables en las vidas de las personas. Particularmente en los barrios vulnerables, las consecuencias económicas fueron más extremas y muchas necesidades básicas se vieron insatisfechas. Frente a este panorama, se conjugaron distintas respuestas de parte de los actores barriales, entre ellos: vecinas y vecinos, las organizaciones, las escuelas, los clubes, el Estado, la policía pero también los transas como analiza Ana Beraldo en esta misma compilación. Observar esta diversidad de reacciones y de actores, es decir, de agencia de diversos actores frente a una crisis no solo novedosa, sino también desafiante, nos permite entender de qué manera se sostiene la vida social en un contexto de adversidad. Pero también es importante decir que las consecuencias que, veremos a lo largo de estas páginas, no resultan ser únicamente en términos materiales. Y sobre ello volveremos más adelante.
En pleno ASPO, algunas de las mujeres que desplegaban tareas comunitarias desde antes del comienzo de la pandemia se vieron inmersas en una nueva intensidad que las colocaría, queriendo o no, como protagonistas: no sólo sobrellevar en términos individuales y familiares la pandemia sino también verse en la responsabilidad de coordinar la distribución y gestión de recursos estatales.
En primer lugar, aunque resulte una obviedad, una clara expresión de las consecuencias económicas del aislamiento producido en los barrios puede ser advertida en la mayor recurrencia y participación en los comedores, merenderos y bolsones de comida. En efecto, el Estado distribuyó recursos (mencionados popularmente como mercadería) a través de escuelas, clubes de barrio, en espacios de distintas organizaciones e incluso en las casas particulares. Una entrevistada recuerda la transformación del espacio de un club en un comedor de grandes dimensiones y el esfuerzo colectivo en esta tarea:
El club estaba cerrado, solo se abría para cocinar. Cada quince días me mandaban un camión del mercado central, abría al club, le avisaba a la gente que podía, a veces venía cantidad de verdura y la gente se llevaba la verdura. Los días de semana estaba cerrado, solo abría los viernes para recibir la mercadería del municipio. Después hacíamos sábados y domingos. Eran los únicos días que no funcionaba ningún comedor acá esos dos días. A. nos ayudaba con las verduras si le llegaba alguna donación. Actividad de club no tuvimos ni juego ni prácticas y mientras tanto si fuimos trabajando, hicimos un paredón para dividir la cancha de las tribunas. Yo recibí el club con tres mil pesos y el playón sin pintar.
Diremos entonces que, a través de estos actores y de la gestión de recursos llevada adelante por ellos, se fueron organizando, más temprano que tarde, una serie de respuestas colectivas para garantizar el acceso al alimento y a los bienes básicos para la subsistencia. Porque, además, quienes habitan los barrios y conocen el territorio en sus pliegues rápidamente identificaron y entendieron estas necesidades —y sus urgencias— aun antes del reconocimiento e intervención estatal. Una gran mayoría de las organizaciones y comedores en donde hemos realizado el trabajo de campo son previos a la pandemia. Fue justamente en el temprano devenir de la pandemia donde la respuesta de estos espacios y organizaciones se tradujo en redoblar, modificar y adaptar el trabajo de contención. Un entrevistado menciona la rápida respuesta comunitaria y el tejido del estado a partir de estas:
Yo creo que la presencia del Estado tardó un poquito en organizarse y llegar. No es que llegó de manera rápida a todos los barrios. La realidad es esa y ahí me parece que hay una dinámica que se fue dando que en otros barrios no se daban.
En relación con lo expresado previamente, la llegada del Estado, es decir, las respuestas e intervención frente a una demanda extraordinaria, se dio a través de distintas organizaciones preexistentes. Se distribuyeron alimentos básicos que en los comedores se utilizaron para preparar comidas calientes y armar bolsones. Esta medida estatal fue posible debido a que ya existía una red de trabajo y contención previa que se responsabilizó por la distribución de los recursos. De esta manera, quienes llevaban adelante los comedores, principalmente mujeres, se convirtieron en la cara visible de esta respuesta estatal y en las responsables de sostener a sus barrios frente a la crisis alimentaria. Es importante observar que, para estas mujeres, sostener los comedores significó muchísimo más que la recepción de la mercadería enviada por el Estado. Este trabajo comprendió cocinar, limpiar, sostener medidas de cuidado sanitario y llevar a cabo la organización interna, así como con el barrio. Pero no solo organizar las tareas propias de estos espacios, demandantes de por sí, sino también gestionar los conflictos que allí se generaron también formó parte de las tareas cotidianas:
Las familias, por lo general, vienen temprano y ahora lo que se está implementando es el sistema de, este, colero creo que se dice. Que es haceme, guardame un lugar. Eso también pasa porque hay muchas familias que van un poquito más tarde, ven que hay 50 personas pero cuando llegan las 10 de la mañana que es, por lo general, el horario de entrega de alimentos, se llenó de gente. Y entonces, ahí no queda. En esta situación en Billinghurst, bueno, hubieron un grupo que entró en la escuela una discusión, que hubo violencia pa’ todos lados y se pidió que las escuelas no participaran más de esto, sino que lo hiciera el Consejo Escolar.
Este testimonio da cuenta de que los conflictos entre vecinos en una situación excepcional como la pandemia resultan imprevisibles y, en ese contexto, son los actores comunitarios en su rol de mediadores entre el estado y los ciudadanos quienes deben gestionar la conflictividad emergente de las modalidades de distribución de la ayuda ante la pandemia. En definitiva, el Estado aportó los recursos pero dejó en manos de los actores comunitarios la logística y su distribución. De igual manera, quedó en manos de los actores comunitarios hacer frente a la gestión de los conflictos derivados de estas modalidades de distribución.
Asimismo, algunos espacios implementaron sistemas de turnos que contemplaran la posibilidad de que, si alguno de los trabajadores enfermara, el resto pudiera seguir desarrollando sus funciones y atendiera las necesidades del barrio.
Tuvimos que ir ordenando también un montón de cuestiones en el funcionamiento del propio centro comunitario. Porque lo que nos pasaba era que, si se enfermaba algún compañero o compañera o algún familiar de riesgo o algo, también nos quedábamos sin equipo para poder responder a la demanda de la emergencia alimentaria.
Además, contener a los vecinos mientras se perdían los trabajos y aumentaban los contagios, una situación tan adversa y angustiante que desembocó en un estado de crispación generalizado. Sobre este punto, una entrevistada vuelve a describir las formas en que el Estado refuerza el trabajo de las organizaciones comunitarias abonando una representación extendida su rol clave en la pandemia:
Creo que las organizaciones actuaron y respondieron de forma más rápida que el Estado y después el Estado reforzó el trabajo de las organizaciones. A mi entender, la emergencia alimentaria fue bastante bien cubierta por el Estado pero a través de las organizaciones territoriales. Quizás tardó un poco en llegar la cantidad en función de la demanda pero se fue encontrando el equilibrio hasta llegar a un punto en donde realmente se cubrieron las necesidades totales de demanda alimentaria.
Con su trabajo, las mujeres pusieron en valor y maximizaron los recursos del Estado. Así afrontaron los desfasajes entre la mercadería recibida y las necesidades reales de los barrios. En muchos casos, la mercadería llegaba tarde, no era suficiente o no era el tipo necesario para hacer las preparaciones que tenían previsto. Sobre este punto, una entrevistada menciona:
Entrevistada: Hubo un montón de necesidad en el barrio porque yo hacía la olla y llegó un momento en el que me superaba la gente.
E: ¿Para cuantas personas preparabas comida en ese momento?
Entrevistada: No sé, ochenta familias y ochenta familias con ocho integrantes cada una. Uno se ponía mal porque lo único que podía hacer es guiso porque no tengo una cocina armada en el club, lo hacíamos con leña. Fue un sacrificio importante. Nos costó poder hacerla, tuvimos la suerte de que en el municipio nos daban carne y secos. El resto había que salir a pedir verdura. Al principio teníamos entre nosotros y juntábamos doscientos pesos cada uno, pero después nos pegó a toda la pandemia. Nos pegó a todos. De a poco la gente fue disminuyendo por suerte, pero nos pegó el aislamiento.
Frente a estas situaciones, las entrevistadas mencionan cómo se organizaron entre vecinos para juntar plata y comprar los alimentos restantes, cómo se los pidieron a los comercios del barrio y se intercambiaron productos sobrantes entre los clubes, escuelas y organizaciones. De esta manera, a partir de hacer esfuerzos colectivos por suplir las necesidades del barrio, se generaron y estrecharon relaciones de solidaridad. Incluso cuando la calidad y cantidad de la mercadería fue decreciendo a medida que avanzaba el aislamiento, quienes organizaban los comedores los sostuvieron lo máximo que les fue posible. Aun cuando llevar adelante estos espacios significa más trabajo, exposición al virus y tiempo fuera de casa, donde otras necesidades deben ser satisfechas. Sobre el miedo al contagio y el desarrollo de las tareas comunitarias una entrevistada menciona:
Nosotros también nos sentíamos como que teníamos que hacer las cosas porque la gente realmente lo necesita y teníamos que estar, más allá de que si una se enferma tiene que estar la otra.
Observando estos factores, es posible advertir cómo son representadas las mujeres y las organizaciones en tanto “contenedoras” de los vecinos y evitando que “explote todo”. En coincidencia con lo planteado por Faur y Brovelli (2020) encontramos que los entrevistados refieren a la labor de contención realizada por las trabajadoras comunitarias como modo de evitar violencias en general y más específicamente violencia de género e intrafamiliar en particular, refiriendo a las tensiones experimentadas en los hogares a partir de las medidas de aislamiento.2
Esto, veremos en varias entrevistas, pensado a costa de su propio sacrificio. Varios actores comunitarios señalaron la gran utilidad de los productos facilitados por el Estado al tiempo que destacaban el trabajo que se hacía en los comedores como una clave fundamental para sostener al barrio durante la pandemia. Además, estos actores también se ocuparon de facilitar información sanitaria, contener a los contagiados y aliviar a sus familiares y colaborar con el armado de curriculum y búsquedas de trabajo.
Ahora bien, es importante destacar que todos estos logros tienen un costo personal para las encargadas de gestionar la ayuda comunitaria: sentirse mal por poder hacer solo un guiso, salir a pedir verdura, organizarse para conseguir plata, prever una organización en caso de enfermedad y otras enormes cargas de trabajo fueron experimentadas por estas mujeres como una responsabilidad individual.
Además, la participación y el control del Estado en los barrios también se dio a través de las policías y fuerzas de seguridad que participaron de los distintos operativos.3 Si bien los vecinos indican que, en términos generales, la relación entre población y policía no cambió a partir de la pandemia, sí hubo una particularidad: ahora tenían la nueva tarea de hacer cumplir el aislamiento en la época de medidas más estrictas. En algunos casos, esto significó mayor presencia policial en los barrios. En otros casos, los entrevistados indican que fue menor, ya que el miedo al contagio mantenía a los policías fuera de los barrios. Algunos vecinos expresan que esta presencia fue necesaria, ya que de otra manera no se entendía la obligatoriedad del aislamiento.
Pero muchos entrevistados denuncian que las formas para cumplir este objetivo fueron innecesariamente violentas: indican que la policía hacía un despliegue innecesario en los barrios y que en muchos casos recurrían a la violencia física, particularmente contra los más jóvenes. De esta manera, a través de hostigamientos y abusos de poder, provocan temor y mayor ansiedad en la población. Una entrevistada menciona:
Se dio esta cuestión que las escuelas repartían una vez por mes o cada quince días alimentos y las familias se tenían que movilizar hasta la escuela, y ahí los frenaba la policía y les preguntaban qué hacían. Los frenaban con los bolsones de alimentos a dar explicaciones y también digamos que hacían abuso de autoridad en ese caso. Ahí también, como organizaciones, lo que hicimos fue pensar de darle alguna nota de donde figuraba la fecha, dónde tenían que ir a retirar el alimento.
Frente a esto, algunos actores comunitarios reconocen haber realizado un tipo de mediación adicional: entre los vecinos y las fuerzas policiales:
Ahí hubo otro caso de abuso de autoridad: tuvimos que repensar de darle un certificado a las familias o algo que dé cuenta que estaban transitando por la calle porque estaban yendo a la escuela a buscar el bolsón alimentario que el Estado Nacional o Provincial le mandaba a las escuelas para repartir a los alumnos. Se dio esta cuestión que las escuelas repartían una vez por mes o cada quince días alimentos y las familias se tenían que movilizar hasta la escuela, y ahí los frenaba la policía y les preguntaban qué hacían.
Otra cosa que podría destacar de la policía es que al principio parecía que nosotros éramos culpables, yo sentí eso. Que éramos culpables por lo que estaba pasando. Nos mandaban con el altavoz, diez millones de camionetas y uno acá en el barrio está acostumbrado a que vos veas un movimiento y salís. Primero porque no todos tenemos la suerte de tener un parque en el fondo. Mi patio es vereda.
En los fragmentos recuperados vuelve a aparecer la falta de alineamiento entre el Estado, la policía y las necesidades concretas en los barrios. Y nuevamente, los actores comunitarios son representados como quienes se ocupan de mediar estas faltas.
Como venimos señalando, las organizaciones comunitarias demostraron a lo largo de las distintas etapas de la pandemia una enorme capacidad adaptación y flexibilidad para estar a la altura de las múltiples y complejas demandas de la población. Postulamos, también, la idea de que esta capacidad y disponibilidad de trabajo sostuvo y contuvo potenciales estallidos de violencia que parecían esperables en aquellos momentos. Ahora bien, esa contención de potenciales estallidos tiene lugar con altísimos costos para los trabajadores comunitarios. En efecto, la presencia del Estado se visibilizó a partir de las fuerzas policiales. Si bien el Estado implementó medidas de ayuda económica y dispuso de recursos y alimentos para los barrios vulnerables, fueron los actores comunitarios quienes —a partir de una importante organización— se hicieron visibles como distribuidores de esos recursos.
Eh, no, nunca, nunca hicimos olla popular pero si ayudamos a... de las donaciones que recibimos nosotros, armamos un grupo de merenderos y... comedores. Y la mercadería que recibimos nosotros a través de Nación o Desarrollo Social, de Nación y Municipio eh, llamábamos a los referentes eh, de estos lugares y les dábamos semanalmente la mercadería que era para la olla popular.
Esto implicó que los actores comunitarios, en tanto mediadores, fueran receptores de las demandas de los actores institucionales, así como también de los vecinos. En efecto, cuando los actores comunitarios son responsables por la distribución de los recursos, se constituyen también en encargados de negar o explicar la carencia, la falta de alimentos para algunas familias. Más allá de los esfuerzos relatados por nuestros entrevistados por conseguir la cantidad suficiente de recursos, nos interesa remarcar la responsabilidad que muchos de nuestros entrevistados señalan haber sentido, junto con los temores de que ello acarrea distintos niveles de conflicto. En efecto, como ha sido estudiado previamente (Fonseca, 2004) los líderes comunitarios que representan al barrio ante los poderes municipales y estatales son objeto constante de chismes.
En última instancia, cuando la comida efectivamente no alcanzaba para todas las personas que se acercaban a la fila de los comedores, fueron las mujeres quienes tuvieron que poner la cara. Hubo casos en los que esta falta generó situaciones de violencia entre los vecinos, y frente a esto, las mujeres intentaron afilar la organización y el trabajo para evitar que vuelva a ocurrir. Al mismo tiempo, en las filas de los comedores también se dieron relaciones de solidaridad: se guardaban los lugares y se compartía la mercadería. Si bien el estado de crispación generó situaciones de tensión, en gran parte el trabajo de los comedores logró encauzar las necesidades individuales en una salida colectiva que facilitará encuentros y relaciones de solidaridad entre lxs vecinos más que violencias:
Nosotros acá tenemos 340 familias y entregan bolsones para 250 y entonces tenés un resto, que los tenés que mirar a la cara y decirle “No hay más, no hay más”. Y es el mismo derecho, porque es el derecho del que se llevó la caja 1, el que se llevó la caja 250 y el que está esperando la caja 251.
En este sentido, queremos señalar que la idea de que la labor de las organizaciones comunitarias contribuyó a la paz social, evitando conflictos y potenciales estallidos, puede ser atinada pero que en el mismo movimiento se ocultan otros padecimientos, estallidos internos, presiones sobre estos actores comunitarios (principalmente mujeres) que se expresan en lamentos o padecimientos psíquicos. Asimismo, esta distribución de roles que ubica a ciertas mujeres atendiendo más o menos silenciosamente demandas de todo un barrio para prevenir situaciones peores refuerza los roles más tradicionales de género. Es interesante notar que frente a la situación de la pandemia las necesidades de los vecinos en general podían ser planteadas ante pocos actores dentro del barrio. En este sentido, como señala Berlado en este mismo volumen, los transas se convirtieron en actores relevantes en tanto y en cuanto prestaban dinero a los vecinos necesitados. Así, frente a una situación de necesidad, los vecinos podían plantear sus demandas ante los actores comunitarios (siempre cargados con una excesiva demanda y escasez de recursos) o solicitar un préstamo a los transas del barrio. De hecho, algunos entrevistados que realizan tareas comunitarias perciben esta situación de competencia y plantean las dificultades que tienen para posicionarse en la misma, viendo así redobladas las exigencias antes las que se encuentran sometidos.
Hasta aquí, hemos detallado cómo desde la perspectiva de nuestros entrevistados, y también las de la comunidad científica, las peores premoniciones en términos de violencias no se cumplieron. Sin embargo, con el devenir de la pandemia tuvieron lugar algunas transformaciones en el seno de los hogares y las familias que merecen nuestra atención y quizás observarlas bajo un nuevo prisma.
En primer lugar, frente a la escasez de dinero, una parte de la solución fue brindada por la mediación de los actores comunitarios, mientras que al mismo tiempo otros actores barriales como los transas ganaron protagonismo y también se incrementaron las deudas de muchos hogares, así como los emprendimientos de ventas de diversos elementos dentro de los barrios que terminaron potenciando los endeudamientos (véase Rajoy y Beraldo en este mismo volumen).
Pero lo que nos convocó en este trabajo fue profundizar en el modo en el que las mujeres a cargo de tareas comunitarias se posicionaron como contenedoras de las violencias y de la desigualdad en zonas segregadas como el Área Reconquista. Allí que sus trabajos y roles pueden ser pensados en términos de prevención de esos potenciales estallidos que auguramos, pero que finalmente no ocurrieron. Pero ¿ocurrieron otros “estallidos” que no vimos?
A continuación, volvemos sobre algunos de los ejes de análisis de nuestro texto pero también queremos abrir preguntas de investigación que no quedaron saldadas en esta propuesta y que creemos merecen indagaciones más profundas:
Pensar las contenciones comunitarias frente a las violencias y la desigualdad nos obliga a pensar nuevamente en el Estado. En este sentido, creemos que el análisis de trabajo de campo realizado nos permite sostener un traspaso de la responsabilidad de gestionar el conflicto —traspaso o terciarización que se da a ciertos espacios y actores comunitarios— como una forma de gobierno en espacios marcados por la desigualdad y la violencia. Entonces, analizar estos espacios comunitarios nos puede acercar a las formas en que el estado regula las violencias.
Así, en paralelo a la continuidad en los patrones de policiamiento que han advertido Garriga Zucal y del Castillo en el artículo compilado en este volumen, sostenemos que con el devenir de la pandemia se perpetúa la regulación de las violencias en el Área Reconquista. En tanto el traspaso y la organización de recursos (escasos) pero sobre todo de la gestión de la conflictividad local recae no solamente en las fuerzas de seguridad sino también en los actores comunitarios que hemos tratado de retratar en estas páginas.
Sobre este punto, queremos señalar algunas cuestiones que consideramos fundamentales para este trabajo y venideros:
– El estallido interno: a lo largo del trabajo de campo aparecen menciones a padecimientos de salud mental que “estallan” con la pandemia. Aunque hay menciones específicas a las violencias de género (ver en esta compilación el trabajo de Dikenstein, Echagüe y González Campaña) como un emergente específico de la pandemia - y cuya mayor visibilidad es un problema sobre el que también intervienen espacios comunitarios (ver Rajoy en este volumen) es posible afirmar que las menciones a la salud mental y su deterioro circulan como diagnósticos extendidos y legítimos en los barrios que hemos estudiado. Pero además, y en relación expresa a la noción de sacrificio, algunas menciones a los padecimientos de salud mental se encuentran directamente vinculados a la responsabilidad de gestionar el malestar y la escasez. De allí que hablemos de un estallido interno, no tan visible, pero que desparrama sufrimientos de manera desigual.
– La sobrecarga de la tarea femenina: por otro lado, y en estrecha relación a la problemática mencionada previamente, el trabajo de campo permitió advertir menciones recurrentes sobre la doble jornada del trabajo femenino (que incluye a las laborales las tareas de cuidado) con la sumatoria en tiempos de pandemia de un trabajo comunitario intensificado y exigente tanto física como mentalmente. No solo eso, sino además transitado con temor al contagio. En relación con las exigencias y la gestión de conflictividades en espacios comunitarios —que se tornan en los “rostros del estado”—, la responsabilidad por la escasez de mercaderías y el ingenio colectivo para lidiar con la falta. Esta sobrecarga, atada muchas veces a imaginarios militantes y de “sacrificio”, operan naturalizando estas tareas y los roles que estas mujeres despliegan en sus barrios.
– Regulación de las violencias y roles consagrados: finalmente, como pregunta abierta de esta investigación nos volvemos a preguntar por las vinculaciones entre las violencias. Pero también una pregunta ética sobre nuestros trabajos y recortes sobre el trabajo comunitario y las violencias.
En este sentido nos preguntamos si al reconocer y, sobre todo, al “celebrar” estos trabajos comunitarios no reforzamos roles tradicionales de género en los que las mujeres están subordinadas a la tarea silenciosa, todo para evitar un estallido y prevenir las reacciones de algunos varones a los que hay que cuidar, sostener para que “no la pudran”.
Por último, diremos que “Quedate en tu barrio'” significó también una nueva responsabilidad para los actores comunitarios que tomaron el desafío de gestionar la conflictividad en sus barrios. Nuevamente, la sobrecarga y, sobre todo, la noción de sacrificio y entrega naturalizaron los roles y espacios conducidos por mujeres, encargados de gestionar el conflicto con escasos recursos estatales y altos costos personales.
Aliano, N.; Pi Puig, A. P.; Rausky, M. E. (2022) “Lo sedimentado que se activa: Los comedores populares en la trama sociocultural de los barrios populares durante la pandemia”. Cuestiones de Sociología 26(e131). Recuperado de https://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/art_revistas/pr.14718/pr.14718.pdf.
Beraldo, A. (2022). “‘Nos ganaron la calle’: transas y chorros en los barrios en contexto de pandemia.”, en este mismo volumen.
Caravaca, E.; Garriga Zucal, J. y Mancini, I. (en prensa). “Sobre llovido mojado. Pandemia y violencias en poblaciones vulnerables en el Área Reconquista”. Revista Acta Sociológica.
Epele, M. (2010). Sujetar por la herida. Una etnografía sobre drogas, pobreza y salud. Buenos Aires: Paidos.
Faur, E. y Brovelli, K. (2020). “Del cuidado comunitario al trabajo en casas particulares. ¿Quién sostiene a quienes cuidan?”. En J. M. Bustos y S. Villafañe (Comps.), Cuidados y mujeres en tiempos de COVID-19: la experiencia en la Argentina (pp. 67-100). Santiago: Naciones Unidas Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL).
Fonseca, C. (2004). Família, fofoca e honra. Etnografia de relaçoes de gênero e violência em grupos populares. Porto Alegre: Editora da UFRGS.
Frederic, S. (2004). Buenos vecinos, malos políticos. Moralidad y política en el Gran Buenos Aires. Buenos Aires: Prometeo.
Garriga, J. y Del Castillo, F. (2022). “Policiamiento Pandémico. Policías bonaerenses en el Área Reconquista (San Martín) durante la pandemia covid-19”, en este mismo volumen.
Masson, L. (2004). La política en femenino. Género y poder en la provincia de Buenos Aires. Buenos Aires: IDES Serie Etnográfica.
Rajoy, R. (2022). “El entrecruzamiento de los mecanismos de la violencia machista en tiempos de confinamientos y emergencia sociosanitaria”, en este mismo volumen.
Roig, A. (2020). “Enlazar cuidados en tiempos de pandemia. Organizar vida en barrios populares del AMBA”. En J. M. Bustos y S. Villafañe (Comps.), Cuidados y mujeres en tiempos de COVID-19: la experiencia en la Argentina (pp. 67-100). Santiago: Naciones Unidas Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL).
Zapata, L. (2005). La mano que acaricia la pobreza. Etnografía del voluntariado católico. Buenos Aires: Antropofagia.
1. En el proyecto “Violencia institucional: Ampliando el campo de batalla” se registraron las tomas de tierra ocurridas en el Área Reconquista durante las medidas de aislamiento. Se puede acceder a la investigación en: http://unsam.edu.ar/escuelas/idaes/violenciainstitucional/
2. En este punto es preciso mencionar que la vinculación entre tensión por el aislamiento e incremento de las violencias en los hogares corresponde a una visión nativa. Puede verse una discusión al respecto en Caravaca, Garriga, Mancini (en prensa).
3. Para comprender en profundidad este tema, sugerimos ver de este mismo volumen los trabajos de José Garriga Zucal, Joaquin Zajac y Federico del Castillo.