CAPÍTULO 6

Violencias entrecruzadas

Tres estudios de caso

Romina Rajoy

Introducción

Este capítulo tiene como objetivo visibilizar las estrategias de sobrevivencia que despliegan las vecinas residentes de los barrios del Área Reconquista frente al entrecruzamiento de los mecanismos de la violencia machista en tiempos de confinamientos y emergencia sociosanitaria. Detectamos, por ejemplo, cómo se entrecruzan la violencia de género, la violencia institucional, la violencias interpersonales o del entorno barrial y las vinculaciones de estas violencias con las vulnerabilidades socioeconómicas y sanitarias, así como con las problemáticas de consumos de drogas o alcohol, por parte de los vínculos familiares directos, tal como los hijos, nietos, cónyuges, exparejas, que –por lo general– sobrecargan de nuevas lógicas de trabajo de cuidado y responsabilidades en las cotidianidades de estas mujeres de sectores populares. Para contextualizar el escenario social, presentaremos algunas continuidades, recurrencias, avances o retrocesos detectadas por el equipo de investigación, durante el transcurso de la pandemia coronavirus COVID-19 y las medidas de cuidado sanitarias, sancionadas por el estado nacional y que dispusieron el distanciamiento y luego el aislamiento social preventivo y obligatorio, periodo durante el cual estas vecinas tuvieron que entretejer distintas estrategias de sobrevivencia –socioeconómicas, habitacionales, entre otras– frente a las múltiples violencias, en un escenario particular. Entonces definimos como múltiples violencias al enlazamiento de la violencia machista, la violencia institucional, las violencias interpersonales, familiares o barriales, que por lo general se presentan cruzadas (Caravaca y Garriga 2022).

Como resultado de estas observaciones, presentaremos la experiencia de tres vecinas víctimas de la violencia machista per se, sus estrategias de agenciamiento frente a las múltiples violencias y vulnerabilidades socioeconómicas, enfatizando particularmente que, al momento del decreto de las medidas de cuidado sanitaria, estas interlocutoras se encontraban conviviendo con varones violentos. Se resalta además que los casos utilizados para este trabajo son protagonizados por mujeres con una activa participación en las redes comunitarias de un barrio que denominaremos alternativamente como “Villa la laguna”, emplazado en una zona de alta vulnerabilidad socioeconómica y ambiental, conocido como el Área Reconquista, debido a su cercanía con la ribera del Río con el mismo nombre, y dentro del Municipio de General San Martín (Besana et al., 2015a; Besana 2016b; Nejamkis et al., 2019). Las interlocutoras seleccionadas son privilegiadas para este trabajo, ya que oportunamente pudimos entrevistarlas antes de la pandemia (un dato no menor que nos permitió visualizarlas como mujeres con mayores riesgos de vida, en tanto y en cuento estaban conviviendo con varones violentos, esto es, parejas y expareja e hijos con problemas de consumo problemáticos de drogas, a la vez que volvimos a entrevistarlas durante las distintas etapas de las medidas de confinamiento y asilamiento social.

En esta línea, nos interesa reponer cómo la etnografía y las prolongadas estancias (observación y participación) de trabajo de campo, junto con las trayectorias cotidianas de las protagonistas, nos habilitó a profundizar algunos interrogantes y esbozar hipótesis o aproximaciones en torno a las violencias que atraviesan cotidianamente las mujeres vinculadas a mayores vulnerabilidades socioeconómicas. Si bien nuestras indagaciones eran sobre las estrategias de sobrevivencia que despliegan las mujeres residentes de barriadas empobrecidas, frente al entrecruce de la violencia machista, hubo foco en las múltiples violencias y las desigualdades socioeconómicas. Ahora bien, con la emergencia del coronavirus, nuestros interrogantes se profundizaron e, inevitablemente, las variables –aislamiento y confinamiento– intervinieron en nuestra investigación, así como también las cotidianidades de estas mujeres. Entonces en esta línea de dilucidar las continuidades, recurrencias, avances o retrocesos en cuanto a las posibilidades de sobrevivencia en tiempos de pandemia, nos interrogamos qué sucedía con los mecanismos de la violencia machista. A la vez, qué tipo de estrategias desplegaron las mujeres confinadas y aisladas de manera obligatoria y en convivencia con estos varones violentos o con problemas de consumo de drogas o alcohol.

La violencia machista antes y durante la pandemia

Durante el periodo 2016-2019 en el marco de los estudios de grado realizamos una tesina titulada Una etnografía sobre la agencia en las mujeres víctimas de la violencia machista en el Área Reconquista. La investigación tuvo como objetivo comprender, analizar y visibilizar las estrategias de sobrevivencia que desplegaba un grupo de mujeres cooperativistas enmarcadas en un programa de trabajo de saneamiento de aguas y espacios verdes, frente a la violencia de género y en escenarios socioeconómicos y ambientales sumamente precarios. Fue en este sentido que, al observar las estrategias de sobrevivencia que ponían en práctica las mujeres frente a la violencia de género, detectamos que estaban íntimamente relacionadas con las condiciones de existencia estructurales y que, en ocasiones, estas estrategias eran respuestas disruptivas, que develaron cómo las interlocutoras privilegiaban resolver unos emergentes sobre otros; por ejemplo, detectamos que pactaron normas de convivencia con los varones violentos para, entre otras necesidades, las siguientes: “No quedarme sin trabajo”, “Quedarse con los chicos” o “La casa está en el terreno de mi suegra”. En otras palabras, las mujeres privilegiaban la organización del cuidado (Faur, 2014; Enriquez, 2015) y el trabajo remunerado o la posibilidad de conservar la vivienda por encima de denunciar formalmente, es decir, las mujeres evitaban transitar el circuito de la denuncia efectiva: comisaría, juzgado, frente a las violencias ejercidas por perpetradores. En consecuencia, las condiciones de vulnerabilidades habitacionales, las precariedades laborales, las responsabilidades de cuidado y los tediosos tiempos de la justicia o dispositivos de mitigación de la violencia machista profundizaban la peligrosidad de la vida y la dejaban a merced de los humores de los varones violentos, lo que favorecía un sin fin de violencias cotidianas, que según expresiones de estas mujeres, “lastimaban a sus hijos, no solo con golpes, sino con tristezas”, “malos tratos, ausencias” (sobre esto volveremos en los siguientes apartados). En consecuencia, con estas observaciones y otras consideraciones que se fueron visibilizando en las trayectorias de las interlocutoras comienza la investigación a inmiscuirse, más allá de los estudios de la violencia machista, en la relación de la violencia de género entrecruzada con las múltiples violencias y la intimida vinculación con las desigualdades socioeconómicas y sanitarias. Finalmente, durante el año 2020 el equipo pudo retomar estos antecedentes y revisitar a las interlocutoras, en el marco de un nuevo proyecto de investigación titulado Fuerzas de seguridad, vulnerabilidad y violencias.1 Dicha investigación nos permitió profundizar en torno a la percepción de las múltiples violencias que atraviesan a la cotidianidad de las personas emplazadas en los barrios populares y que, en tiempos de emergencia sanitaria y confinamientos, según las voces de los distintos actores territoriales, las violencias provocaron nuevas afectaciones.

En cuanto a las categorías centrales para seguir el relato de las interlocutoras, partimos desde la concepción de agencia social (Ortner, 2016; Kunin, 2018), noción clave en el campo social, a partir de un sin fin de actividades desplegadas y entretejidas de abajo hacia arriba (Fournier, 2017) por las mujeres de los sectores populares frente a necesidades insatisfechas desde el Estado (Lopez y Rajoy, 2022). Por su parte, las estrategias de sobrevivencia y la importancia de las vinculaciones comunitarias y redes primarias de asistencia, ya sea para cuidarse o sostenerse, desplegadas por mujeres de los sectores populares emplazadas en estas barriadas han sido abordadas por (Vazquez et al.,2018). Asimismo, se observó que durante el avance del COVID-19 en el territorio en cuestión, fueron las vecinas del Área Reconquista quienes sostuvieron las estrategias de sobrevivencia socioeconómica y sanitaria durante la pandemia. (Gavazzo et., al 2020; Gavazzo y Nejamkis, 2021). Por otro lado, vale destacar que partimos desde una mirada interseccional, cómo categoría relevante, que pone de manifiesto cómo las diferentes categorías sociales generan opresiones y privilegios muy dispares al entrecruzarse entre ellas (Crenshaw 199; Vigoya, 2015). Por este motivo retomamos a Magliano (2015) en pos de vislumbrar otras vulnerabilidades de derechos que atraviesan a las mujeres pobres, a la vez que nos permitirá detectar la capacidad de agencia social. Por último, al indagar en torno al entrecruce de las violencias y la vinculación con las condiciones de vulnerabilidad socioeconómica, intentamos analizar más allá de la relación víctima-victimario y sumamos a las interpretaciones de los hechos sociales, la multiplicidad de violencias que se entrecruzan en la cotidianidad de las mujeres en general y en particular en mujeres pobres. En este sentido, la violencia machista es un entramado de las desigualdades de género y un encubrimiento por parte de las instituciones sociales que reproducen, reactualizan y encubren la violencia contra las mujeres (Femenias, 2013; 2015).

Entonces, en los siguientes apartados, el capítulo repone algunas de las continuidades, recurrencias, avances y retrocesos desplegados por tres mujeres —casos privilegiados para sumar a este análisis (en construcción) frente a las violencias entrecruzadas, las desigualdades socioeconómicas y las responsabilidades de trabajos y cuidados, en tiempos de pandemia COVID-19 y medidas de cuidado primero de confinamiento y luego de aislamiento obligatorio—. No obstante, queremos destacar que las medidas de cuidado sanitario habilitaron mayores situaciones de violencias en los hogares y en los entornos barriales populares, como así también una sobrecarga de trabajos y cuidados, en los espacios íntimos y en los entornos barriales.2 En esta línea, podemos señalar estas sobrecargas o responsabilidades asumidas por las mujeres de las barriadas como parte de los retrocesos en división sexual del trabajo, lo que supone una mayor reproducción de las desigualdades entre varones y mujeres, tal como expresa (Partenio, 2022).

Mujeres entrecruzadas

Rita, Victoría y Azunena3 son tres interlocutoras que conocimos antes de la pandemia en una investigación realizada de 2016 a 2019. Desde allí sabemos que las tres mujeres sufren violencia machista. Vale destacar que la violencia que padecen y combaten tiene características particulares para cada una de las trayectorias que iremos relatando. Sin embargo, las tres mujeres son violentadas por los progenitores de sus hijos y en asociación con destratos y/u omisiones por parte de los vínculos familiares del violento, tal cual detectamos en Rajoy, 2020 (Luego volveremos sobre esto, con más detalles). Conocimos a las interlocutoras en el marco de un taller de Género y trabajo que socializamos con el doble rol de investigadoras y trabajadoras de un programa municipal. Las tres mujeres estaban obligadas a concurrir a los encuentros, como parte de la contraprestación enmarcada en un programa social de acceso al trabajo y la formación. En “Las charlas de género y trabajo” conocimos a mujeres que frente a la violencia machista, estas la padecían a la vez que la combatía, es decir que no se identificaban con el estereotipo de la buena víctima, ya que las mujeres que presenciaban el taller, expresaban que también hacían violencia de género a sus maridos, señalando por ejemplo “yo me paro de mano”, “le rompo algo por la cabeza”, entre otras. Estas respuestas a las violencias (disruptivas) desataron varios escenarios posibles, frente a la violencia machista no solo como víctimas que padecen, sino además como víctimas que combaten. Por un lado, cuando indagamos más, se abrieron varias experiencias; entre estas, estaban quienes habían intentado denunciar la violencia machista en varias oportunidades a la policía y no habían encontrado una respuesta de mitigación hacia la violencia. Asimismo encontramos otros relatos que se asociaban a los temores o inseguridad que les provocaba acercarse a las fuerzas de seguridad, ya sea porque habían formado parte de alguna actividad ilícita o ilegal, en el pasado o seguían vinculadas a los mercados de drogas por venta y/o consumos de algún familiar directo. Por lo tanto, estas trayectorias de vida no les permitía confiar en las fuerzas de seguridad. Por otra parte, la mayoría de estas vecinas desconocía cómo realizar y efectivizar la denuncia civil o penal frente a un hecho de violencia machista. Y por último, quienes habían logrado efectivizar la denuncia, luego quedaban a merced de los continuos hostigamientos o “revanchas “ por parte de los varones violentos y los familiares directos de estos, y/o sobrecargadas de responsabilidades de trabajo y cuidado o sin “un techo”, por estas razones y otras, es que las mujeres presentes en el taller utilizaban cómo recurso de defensa legítimo, frente a la violencia machista: La violencia, la denuncia vecinal y junto a este entramado la organización de estrategias disruptivas, tal como pactar la convivencia con los varones violentos. En esta línea de análisis y reflexión; presentamos parte de las notas y entrevistas realizadas antes y durante la pandemia; a tres vecinas del Área Reconquista Rita, Victoria y Azucena.

El pasillo el patio de todos

Rita tiene 46 años, es nacida y criada en Villa La Laguna, exrolinga4 y con un pasado “pesado” según expresaba la interlocutora, vinculados a los hábitos de la noche. Rita afirmaba que había dejado todo, haciendo referencia a las drogas, la calle, el alcohol, con la llegada de su primer hijo, ya hacía 26 años. La interlocutora es madre de tres varones y a pesar de autopercibirse a partir de su “pasado pesado” Rita hace más años que es madre que rolinga, sin embargo, luego comprendimos que el repertorio del cual ella se autoafirma, cómo mujer que conocía el barrio y los recovecos de los pasillos, la habilitaba la entrada y el respeto, por parte de los vendedores de drogas y le permitía cuidar a sus hijos de “los hábitos de la calle”. La entrevistada es presidenta de la cooperativa de un Club Social y entrenadora de Futsal femenino.5 Es conocida en el barrio por entrar a los pasillos6 (señalados cómo lugares en donde se venden drogas) a rescatar7 a los hijos de otras vecinas que no se animan a ingresar a los pasillos y revisar que sus hijos no circulen por estos espacios peligrosos. Rita es una morena y corpulenta y como jugadora de futsal y trabajadora de una cooperativa de limpieza y saneamiento de espacios públicos, nadie se animaría a “pelearla” y/o no se la supondría víctima de violencia de género. Sin embargo, Rita cuenta que su marido la engaña hace años.

Mario es camionero, a veces viaja, siempre lo hace y no viene a casa por varios días. Sinceramente prefiero que no esté y siempre fue así. Los chicos siempre le molestaron. Con la excusa que viene cansado de manejar, si él está en la casa no se puede respirar [...] Cuando los chicos eran chicos yo me encerraba en la otra pieza o me los llevaba a la plaza, pero ahora están más grande y se me van a la calle y eso me molesta [...] porque corren peligro”. “me desprecia, me ignora” [...] “Yo ya sé que tiene otra” [...] Pero qué voy hacer, soy una tarada, la casa está construida en el terreno de mi suegra, delante vive ella y arriba mi cuñada. No me voy a ir y dejar todo. (Rita, vecina, 2018).

Las violencias que sufre Rita son múltiples, por un lado, observamos a partir de su relato la violencia machista ejercida por el progenitor de sus hijos, entendida cómo una violencia simbólica, económica y habitacional. Y por el otro, las violencias intrafamiliares, que es señalada por ella cómo la mayor preocupación, ya que expone a sus hijos varones a las distintas violencias barriales relacionada con los ilegalismos y los consumos problemáticos de drogas y/o alcohol: “El pasillo, la droga, el choreo, la mala vida”. Por este y otros relatos de Rita, es por donde comenzamos a dilucidar cómo frente a las múltiples violencias entrecruzadas que atraviesan la cotidianidad de Rita, ella jerarquiza el cuidado de sus hijos y “el techo” por encima de la violencia de género que sufre por parte de su marido. Sin embargo, volvimos a entrevistar a Rita, en los momentos más álgidos de la pandemia y el confinamiento (abril, 2020) y lo primero que nos expresó fue la suerte de tener una casa con varias habitaciones a diferencias de otras familias de la villa la Laguna.

Si yo pensaba que era peligroso para las mujeres estar confinadas con los maridos en las casas, todo juntos el día y la noche [...] Pero los que peor la pasan son los chicos, mucho maltrato hay hacia los chicos [...] Igual yo las entiendo a las madres todo el día con chicos, chicos [...] El pasillo es quilombo te tenés que pelear con todos los atrevidos [...] claro si no tenés patio ahora el pasillo es el patio de todos [...] a la tarde que dejen jugar a los chicos, chicos y bueno ya más tarde uno ya sabe que tiene que meterse adentro [...] Pero si son re atrevidos se creen que la calle es suya. Acá no tenemos plaza y el club solo hacemos vianda [...] los primeros en morir fueron en este barrio. Ni agua tenemos para lavarnos las manos (Rita, vecina, 2020).

En los relatos de Rita, detectamos las precariedades que vivenciaron las familias en tiempos de confinamiento obligatorios y como estas reforzaron “los malos humores” vinculados, tal como otras expresiones nativas, a las condiciones habitacionales en las que conviven, sumado a la falta de servicios básicos, tal como la ausencia de agua en medio de una emergencia sanitaria y la falta de espacios comunes en el barrio, veredas, plazas.

En esta línea, en las que estábamos registrando las distintas precariedades en las que cohabitan las familias de los barrios populares, aparece en este y en otros relatos de las vecinas, el entrecruce de vulnerabilidades socioeconómicas y habitacionales, por las que estaban atravesados los vecinos del Área Reconquista. Particularmente se manifiesta en la demanda por el uso del espacio público y en las nuevas configuraciones espaciales que emergen en el barrio tras el avance de la pandemia. En este sentido, Rita nos comenta que el barrio cuenta con un único espacio deportivo, el Club, del que ella es la presidenta, y que con la pandemia este espacio se convirtió en un centro de reparto de viandas de comida.

Antes los chicos iban a la escuela, pasaban por el club [...] ahora están encerrados con sus familias y la pasan mal si como te decía no todos tienen un patio, no podés sacarlos a jugar a la calle y no tenemos una plaza [...] se vive mal, adentro y afuera de las casas, lastimosamente para los chicos, chicos [...] pero que vas hacer la gente tiene que comer (Rita, vecina).

Sin embargo, la demanda de Rita por más clubes y más plazas se desarrolla a partir de la tensión que les significa a las familias, que tienen que compartir “La vereda y el pasillo” con algunos jóvenes que venden y/o consumen drogas.8

Volvimos a entrevistar a Rita a fines del 2021 y lo primero que nos relató es que se había separado. Los hijos de la interlocutora, que en 2016 eran adolescentes y no tenían un empleo formal, en tiempos de la postpandemia habían logrado acceder al mercado del trabajo. Frente a esta nueva posibilidad de otros ingresos económicos, es como Rita les propone a sus hijos alquilar juntos una vivienda en el barrio, pero por fuera de la villa.

Además, Rita, desde que se había separado, también había ampliado sus posibilidades de trabajo, en calidad de empleada en casas de familias y continuaba en el programa de trabajo social. Cuando le consultamos por la vivienda que había construido con el progenitor de los hijos, en el terreno de su exsuegra, Rita nos expresó que ya no la tenía y que estaba apenada por haber perdido todo “lo material” pero que, por otro lado, se sentía aliviada de haber alejado a sus hijos de los pasillos de la villa. Sin embargo, Rita lidiaba con la persecución por parte de la familia de Mario, la suegra y excuñada, que la hostigaban por haber abandonado a Mario. Motivo por el cual tuvo que dejar la presidencia del club y encontrar otro espacio comunitario en el cual contraprestar en el marco del programa social de trabajo. La vida de Rita se reconfiguró con la separación de Mario, en este sentido el dinero que administra se entrelaza entre los ingresos del programa de trabajo y una parte de dinero deviene de los salarios de los hijos que trabajan. Asimismo, Rita nos expresa que una amplia parte del dinero la asignan a los gastos de sobrevivencia, entre estos, el dinero se destina al pago del alquiler, la compra de tubos de garrafa, bidones de agua y la carga de crédito de las tarjetas de viaje –Sube– y de celulares. En cuanto a los insumos tales como alimentos y artículos de limpieza, Rita nos comenta que los consigue a través de donaciones o intercambios en los comedores de los centros comunitarios. En este sentido, Rita nos aclara que los comedores tienen distintos días y horarios en los que reparten viadas, alimentos y otros productos, y que ella se encarga de seguir este recorrido por estos espacios, para hacerse de las cosas que necesitan.

La experiencia de Rita es parte de los relatos de otras mujeres en situación de violencia machista, es decir, nos permite comprender, por ejemplo, por qué las mujeres en situación de violencia machista y con hijos (en edad escolar y necesidades de cuidado) a cargo, jerarquizan el techo y la comida, por encima de denunciar a los varones violentos de manera formal, frente a un circuito de la denuncia que hasta el momento y según los relatos de las vecinas, emplazadas en las barriadas del Área Reconquista, no las contiene. Por otra parte, se visualiza la cantidad de ingresos que necesita una familia de los sectores populares para sobrevivir económicamente. En este sentido se observa cómo se entrelazan distintos dineros, percibidos a través de programas sociales, y trabajos intermitentes, empleos e intercambio de bienes materiales.

El camión de agua

Victoria nació en Villa la Laguna, tiene 43 años y es madre de 3 hijas y 4 hijos, convive con el progenitor de sus hijos aunque estén separados en una casa: “No tiene papeles, estamos en la villa, el que se va pierde”. Es una activista católica, es jugadora de vóley y educadora popular, Victoria es una gran hacedora, reconocida por los vecinos del barrio, además es presidenta de una cooperativa de trabajo que presta diversos servicios comunitarios en el barrio.

Si nosotros empezamos hace 13 años a brindar servicio social en el barrio [...] Acá tenemos catequesis para lxs chicxs, pero también ayuda escolar, comedor, merendero, roperito. Qué sé yo, hacemos de todo. Tenemos talleres también, porque nuestro objetivo es potenciar el trabajo [...] panadería, costura, construcción, un poco de todo. [...] Desde que comenzó la pandemia preparamos viandas para 100 familias en el turno noche [...] tenés que calcular porciones para 5 o 8 bocas por familia, a veces un poco más [...] Sí, salgo con el camión de agua, todos los días [...] Es que allá abajo los transas sino no lo dejan pasar y justo ahí es donde más se necesita el agua. (Victoria, 2020).

A Victoria, como a las otras protagonistas de este texto, la conocimos en el taller de Género y Trabajo, antes de la pandemia. Ya en esa época prepandemia, se la observaba como una mujer sumamente involucrada con las problemáticas barriales y de alguna manera sobrecargada de responsabilidades de trabajo y cuidados familiares y comunitarios. Nos costó mucho que hablará del trabajo que realizaba en sus ámbitos privados como madre y esposa. En este sentido, los ejemplos que expresaba Victoria, en el taller estaban vinculados a las prácticas como trabajadora comunitaria en el barrio. Situación que se revierte con la llegada de la Pandemia y las medidas de confinamiento, por donde la interlocutora comienza a narrar en detalle, situaciones de su vida íntima, entre estas intimidades nos compartió cómo y por qué convive con la expareja, una persona que había ejercido sobre ella violencia machista y con problemas de alcoholismo. Victoria nos comenta que existía entre ellos, desde hacía varios años, un acuerdo, en el cual estaban destinados a compartir la vivienda y el cuidado de los hijos, y sin ningún tipo de vinculación romántica y/o sexoafectiva. Sin embargo, para Victoria, la convivencia con la expareja no era una situación problemática o que ella viviera como un problema de violencia machista. En otras palabras, no lo expresaba como un padecimiento. No obstante, lo que Victoria señalaba como una demanda e inquietud era otra problemática, que a nuestro parecer se solapaba a la percepción de la violencia machista: la venta de drogas en el barrio y el acceso que tienen los jóvenes, entre estos sus hijos al consumo de las sustancias en el barrio. Es por esta razón que Victoria nos comentaba con alegría lo agradecida que estaba con las medidas de confinamiento obligatorias, puesto que el confinamiento y luego el aislamiento, le habían permitido a Victoria, tener mayor control sobre sus hijos, dado que estos jóvenes, estaban obligados a quedarse en sus casas y/o imposibilitados de salir hacia la búsqueda de dinero para la compra de sustancias. Vale destacar que durante las medidas de cuidado sanitarios, el control policial fue más estricto en los barrios en cuestión y de hecho se conformaron nuevas fuerzas de seguridad para el control ciudadano en los barrios populares.9

En cuanto a la estrategia utilizada por Victoria frente a pactar una convivencia con un “ex varón violento y alcohólico”:

Raúl tomaba y pegaba, pero yo nunca fui sumisa siempre le respondí y más fuerte [...] Cuando los chicos empezaron a crecer se empezó a calmar, viste eso que decías vos que la violencia crece, bueno en mi caso, no, fue disminuyendo o no se capaz yo me puse más brava. Cuando Raúl dejó el alcohol se volvió un ejemplo de padre, bueno siempre le costó trabajar, pero bueno para eso siempre estuve yo [...] pero él se volvió un buen padre y bueno tiene que ver con la organización de la casa, imaginate tenemos 3 hijas mujeres y bebe de 5 años, no podemos separarnos, nos necesitamos, él cuida a los chicos y yo salgo a trabajar porque yo no soy para quedarme en la casa todo el día. [...] y además como mis hijos saben que estoy en la calle todo el día le saco oportunidades de que metan la nariz en donde no deben [...] si mis hijos consumen y no venden, porque los transas saben que yo soy la flaca del agua, me meto con el camión por todos lados, así que ellos no se meten con mis hijos yo no los molesto a ellos. (Victoria, vecina, 2021).

En relato de Victoria, al igual que en el de Rita, se visibilizan una variedad de violencias entrecruzadas, entre la vida pública (el barrio) y la vida privada (la violencia ejercida por el progenitor de sus hijxs). Victoria hace 25 años que convive con Raúl, la edad de su hijo mayor, quedó embarazada a los 18 años y desde allí comenzó su carrera en el maternaje, en la actualidad su hijo más pequeño tiene 5 años. Cuando indagamos acerca de la violencia de la que fue víctima Victoria, en primera medida, nos corrigió diciéndonos que ella no se consideraba una víctima, porque se defendía: “Yo pegaba y gritaba más fuerte que él” (y que además esos hechos habían quedado en el pasado). En otras palabras, Victoria sentía que había adoctrinado a su marido. Por otra parte, le consultamos si alguna vez había denunciado o pedido ayuda a su familia o a alguna institución, y ella inmediatamente nos dijo que no, porque consideraba que era algo privado y que ella podía resolverlo. En ese sentido, Victoria no se definía a sí misma como una víctima de la violencia de género. Sin embargo, cuando indagamos en torno a otros tipos de violencias como las interpersonales o las vinculadas a las lógicas de convivencia barrial durante la pandemia, señaló, como la principal problemática, lo que ella consideraba como violencia barrial, vinculado a la venta de drogas y a las nuevas lógicas que habían encontrado para expandir y sectorizar el consumo de drogas en el barrio. La interlocutora tenía algunas hipótesis nativas, en torno a estos mecanismos de la violencia y con mucha naturalidad nos expresaba: “Claro se pelean con otras villas, porque el negocio está creciendo [...] de la nada entra una moto a los tiros mata un par [...] y como si nada”. La hipótesis de Victoria detalla que, desde que había avanzado la pandemia y el delivery de comida, la droga salía del barrio para los consumidores de afuera “en cajita de delivery, como la pizza” y que mientras tanto a los jóvenes residentes del barrio los tenían consumiendo en los galpones de reciclado. A su vez, nos expresó que se había cansado de pedir ayuda a las autoridades (municipio, políticos) por la venta de drogas en el barrio, de la que sí son víctimas sus hijos y otros jóvenes y nadie hace nada. Cuando preguntamos por la policía, si esta institución intervenía, ella solo nos respondió: “Nadie hace nada [...] la policía y los políticos son lo mismo”.

En la trayectoria de Victoria, se observan las violencias machistas entrecruzadas con otras violencias vinculadas a los problemas de consumo problemático de drogas y la violencia que ejerce el estado al desoír los reclamos de esta y otras vecinas en torno al crecimiento de la venta de drogas en el territorio Área Reconquista. Sin embargo, es importante reponer que la interlocutora, a lo largo de 28 años, sobrevivió a distintas violencias, a la vez que asumió las responsabilidades de cuidado de personas que requieren de cuidado, tal como las infancias, maternando primero a los hijos y en la actualidad a los nietos en edad escolar. Por otra parte, el progenitor de sus hijos, según ella señala, nunca pudo sostener los trabajos por sus problemas con el alcohol y/o según una simple expresión de la interlocutora nunca le gustó el trabajo. En este sentido, Victoria ha sido desde siempre la proveedora económica y afectiva de la familia. En suma, a la sobrecarga de todas estas responsabilidades, la vivienda que lograron construir para sus hijos está ubicada en las inmediaciones de las viviendas de la familia de su expareja, lo que la deja vulnerable en relación a lo habitacional. En cuanto a los cuidados que requieren los hijos, una vez Victoria nos expresó: “Hijos chicos problemas chicos, hijos grandes muchos quilombos” en relación con esto último, Victoria destina mucho tiempo en los seguimientos que realiza a sus hijos, entre estos la búsqueda y control de los hijos por el barrio, los tratamientos de adicciones frustrados, las corridas a la comisaría, etc. Por último, si bien nunca se reconoció como víctima y en tanto no se acercó a la policía para denunciar a su ex pareja, si lo hizo para pedir ayuda por y para sus hijos a la institución y en este sentido la demanda, fue desoída por la policía, esta inacción por parte de la policía, fomenta el argumento de Victoria y otras vecinas, que la policía está vinculada con la venta de drogas, porque ellas afirman que hay consumo porque hay venta.

Nos tomaron la casa

Azucena tiene 46 años, es analfabeta y es la cocinera en el espacio comunitario que organiza Victoria, nació en Paraguay y tiene 2 hijas (adolescentes) que viven con ella y 5 hijos adultos que residen en su país de origen. Azucena, al igual que Rita, nos cuenta que su marido la engaña, pero que además lleva una doble vida, es decir, convive a tiempo partido con otra familia. Él es zapatero y hace 15 años que llegó a la Argentina en busca de trabajo. Ella arribó dos años después, al tiempo se instaló en la villa La Laguna y luego compraron un terreno ubicado en los bordes del Camino Buen Ayre, compra que realizaron de manera informal a un familiar del marido (compraron de palabra, sin ninguna documentación que acredite la posesión de la tierra, luego volveremos sobre esto).

La interlocutora nos comentó que el esposo viaja mucho para ir al trabajo, razón por la cual él se quedaba en la casa de la patrona de lunes a viernes: “Sí, hace quince años que viaja hasta Liniers [...] para ahorrar dinero y tiempo”. Sin embargo, lo que primero nos pareció un acto inocente por parte de la interlocutora, con el tiempo comprendimos que este era otro acuerdo “disruptivo”, es decir, ella fingía no saber que él se quedaba en casa de la otra mujer, siempre y cuando los fines de semana volviese a construir la vivienda. Sin embargo, cuando le consultamos a Azucena si ella conocía la zona de Liniers, la interlocutora nos comentó que en pocas ocasiones salía del barrio y que en alguna oportunidad había viajado hacia la ciudad capital, con los compañeros en los micros para acompañar los reclamos y las movilizaciones, actividades obligatorias para aquellas personas que están enmarcadas en los programas sociales de trabajo.

Entonces, finalmente, confirmamos nuestras sospechas en torno a la inocencia estratégica de Azucena cuando nos comenta que, en principio, hace muchos años cuando estaba recién llegada a la Argentina, ella confiaba que el esposo viajaba lejos y que realmente era una situación trabajosa viajar a diario y sobre todo era costoso sostener los viáticos, y frente a la necesidad de comprar materiales para avanzar en la construcción de la casa, le parecería una decisión razonable. Sin embargo, cuando la interlocutora comenzó a llevar a las hijas a la escuela y conocer un poco más de Buenos Aires y, sobre todo, cuando ingresa al programa de trabajo, por donde conoce a otras mujeres, descubre que el marido se estaba aprovechando del mundo público que ignoraba. Sin embargo, la interlocutora decide mantener el secreto, para que su marido, finalmente, termine la construcción de la vivienda.

Yo siempre supe que algo no estaba bien, pero bueno que iba hacer cuando llegué acá yo no hablaba muy bien, estaba embarazada y enseguida después vino la otra nena [...] cuando le peleaba para que se quede conmigo él se bebía y era peor ponía la música fuerte y me pegaba o me agarraba por la fuerza [...] Cuando compramos el terreno y empezamos a construir, me dije lo más importante es tener una casa y que mis hijas no pasen lo que yo [...] Yo les persigo las llevó a la escuela y a la casa, ellas tienen que estudiar ser mejor que yo [...] cuando conocí a Victoria me sume a cocinar y acá que te voy a decir me sentí acompañada, mejor con las compañeras que con mi marido, que te voy a decir [...] estoy terminando la primaria [...] ahora tomo colectivo, me voy a buscar a mis hijas , otra vida (Azucena, vecina, 2019).

Cuando volvimos a entrevistar a la interlocutora ya en tiempo de pandemia, Azucena muy angustiada nos comentó que los transas la engañaron y le habían tomado la casa y que por ese motivo estaba alquilando en una pensión en Billinghurst. Cuando preguntamos más sobre el hecho sucedido, Azucena nos cuenta que el terreno que habían comprado no tenía papeles (legales) era una compra de palabra entre vecinos (un pariente lejano del marido). Entonces, Azucena nos comenta que, cuando decretaron el confinamiento, Oscar no volvió más y que ella se quedó sola con las dos hijas en la casa. En ese entonces apareció una sobrina exigiendo el terreno, de ese pariente fallecido y que se metió por la fuerza a construir en la parte de atrás del terreno.

Enseguida se armaron un rancho [...] yo tendría que haber venido hablar con Victoria, pero ella también tiene sus problemas con sus hijos y yo nunca pensé que me iba a pasar así [...] Esa gente empezó a vender drogas, porque no paraban de entrar y salir gente a la tarde noche y yo estaba con mis hijas, ni siquiera podía salir para venir a cocinar al comedor. Entonces tome la decisión de irme de la casa y si la perdimos están estos familiares del vendiendo, no sé, dicen que cuando el lugar no sirve más la dejan [...] pero no podía quedarme ahí con mis hijas. Oscar dice que no le importa. (Azucena, vecina, 2020).

Cuando hablamos en profundidad con Azucena y con otras vecinas de la zona, nos expresaron que es normal que los transas tomen las casas que están ubicadas en las inmediaciones del camino Buen Ayre (una autopista). Generalmente, avanzan sobre las viviendas de las personas que están en vinculación con el consumo de drogas, “perdidos en el consumo [...] mujeres solas”. Frente a este atropello, es difícil organizarse y sobretodo defenderse, la policía no se mete en la zona, son casas que en su mayoría no tienen propietarios legales y, por otra parte, lo que más atemoriza a los vecinos es que estas personas –los transas– están armados, suelen ser “revanchistas [...] son capaces de prenderte fuego, tirotearse [...] si tienes hijas mujeres corres peligro que las agarren”. En este caso, Azucena como mujer migrante y madre de dos hijas, era un posible blanco fácil para los transas. Frente a esta situación sumamente violenta, Azucena había encontrado en la red comunitaria la solución socioeconómica y habitacional, una vecina y compañera del comedor del barrio tenía una hermana que alquilaba cuartos en billinghurst, San Martín, y la hospedó a un precio de alquiler acorde a sus módicos ingresos, por otra parte la referente del espacio consiguió que cobrará el salario doble, en el marco de la jornada en el programa social, a la vez que estaba trabajando como personal de limpieza en un geriátrico en el centro de San Martín.

En la historia de vida de Azucena se visualizan el entrecruce de los mecanismos de la violencia machista y las múltiples violencias. Sin embargo, encontramos otras pistas interesantes para analizar el avance de estos mecanismos violentos, vinculados a los mercados de venta ilegales específicamente de drogas. La interlocutora sufre violencia machista por parte del progenitor de sus hijas, una violencia que cala en su cotidianidad como mujer, pobre y particularmente migrante que como lengua de origen es el guaraní. Sumado a estas dificultades para comprender la lengua española, como otras personas de orígenes rurales, Azucena no pudo acceder a la trayectoria escolar, por lo que, al momento de conocerla, no sabía leer y escribir. Por otra parte, se observa cómo la interlocutora, cuando comienza a relacionarse con el mundo público y la organización comunitaria, logra develar otros mundos posibles y agenciar sus propias estrategias de sobrevivencia socioeconómica, por ejemplo, desentenderse frente al abusivo de su pareja, como así también se habilita la posibilidad de ingresar al mundo del trabajo y la formación educativa. Sin embargo, frente a los imponderables que trae aparejado ser protagonista de las dimensiones internacionales que describimos en los párrafos anteriores, aparece de forma problemática el avance las violencias de los entornos barriales, que complican las cotidianidades de las mujeres de .los barrios, ya sea porque deben dejar sus hogares, por la vinculación de la venta y consumo en la vida de sus hijos y/o porque directamente son expulsadas forzadamente por las personas asociadas a estas irregularidades.

Reflexiones finales

En este capítulo, intentamos visibilizar las estrategias de sobrevivencia que despliegan las vecinas residentes de los barrios del Área Reconquista, frente al entrecruzamiento de los mecanismos de la violencia machista en tiempos de confinamientos y emergencia sociosanitaria. Para ello, se recuperaron las voces de tres interlocutoras, vecinas de uno de los barrios de estudio, a quienes pudimos entrevistar en distintas instancias; antes y durante la pandemia COVID-19 y las medidas de confinamiento y aislamiento obligatorios. En la búsqueda de comprender cómo operan los mecanismos de la violencia machista, en tiempos de emergencia sanitaria y confinamientos o aislamientos obligatorios.

Detectamos algunas continuidades, recurrencias, avances y retrocesos, en varias direcciones por un lado desde los devenires de los mecanismos de la violencia machistas en las cotidianidades de las familias y, por otra parte, el refuerzo de las estrategias de sobrevivencia que despliegan las mujeres, que padecen y combaten la violencia machista, frente al entrecruzamiento de las múltiples violencias y las problemáticas vinculadas a las ventas y consumo de drogas por parte de los hijos. Violencias que se presentan yuxtapuestas en un territorio cruzado por vulnerabilidades socioeconómicas y habitacionales, sumadas a la emergencia sanitaria y las medidas de confinamiento y aislamiento social, preventivo y obligatorio.

Frente a este escenario, es central retomar la idea de temporalidad y pandemia. Las experiencias de las entrevistadas manifiestan que la violencia machista es previa a la pandemia. Varias autoras entre estas Femenias (2013) echa luz sobre los mecanismos de las violencias burocráticas, gestionados por parte de los organismos estatales y cómo estas perpetúan la violencia de género en las vidas de las mujeres. Está claro que por estas razones de omisión o exclusión, por parte de los dispositivos estatales, estas mujeres, como muchas otras víctimas de los sectores populares no denuncian formalmente. En esta línea, Rajoy (2020) ha trabajado puntualmente con vecinas del Área Reconquista mediante el seguimiento de la ruta crítica de la denuncia formal de la violencia de género y ha develado que, frente a este recorrido frustrado, las mujeres sobreviven a las violencias a partir de denuncias informales y comunitarias, que se expresa en estrategias de sobrevivencia “disruptivas” y entretejidas con los recursos comunitarios, entre mujeres, tal como lo trabajan (Vazquez Laba et al., 2018), por ejemplo, en los espacios de consejerías de género. Con la llegada del Coronavirus, esta situación no se revierte, es decir, las mujeres no dejan de sufrir violencia por parte de sus parejas y/o exparejas sexoafectivas, a la vez que tampoco denuncian formalmente, por lo tanto medir y/o analizar la violencia de género, únicamente por la cantidad de denuncias registradas en los organismos del estado, no sería de utilidad para el estudio de las violencias machistas.

Es por ello que, frente a la situación de confinamiento obligatorio, nosotros, como investigadores, fuimos en busca de las experiencias de las mujeres que, entendíamos, sufrían violencia machista per se y, suponíamos, estaban en mayores grados de peligrosidad, en tanto y en cuanto convivan con los varones violentos, en tiempos de confinamientos y aislamientos obligatorios. Sin embargo, nos encontramos con otros escenarios, que argumentan en contra el estereotipo de “víctima” y mucho más el de “buena víctima”, ya que estas mujeres lograron sobrevivir con los varones violentos, a partir de estrategias disruptivas, que se valía de pactar una convivencia estratégica para ambos, bajo el mismo techo y privilegiar el cuidado de los hijos. Frente a este hecho, que a nosotros nos parecía aterrador, se develaron un sin fin de razones fuertemente vinculadas a las vulnerabilidades socioeconómicas en las que cohabitan las familias de los sectores populares, entre estas las imposibilidad y/o los esfuerzos económicos que deben gestionar para solventar el alquiler de una vivienda por fuera de los asentamientos, los trabajo y salarios precarios a los que acceden y un sin fin de responsabilidades de cuidado que, fuera de la posibilidad de teciarizarlos, recaen sobre estas mujeres. En este sentido, Fournier (2017) expresa que son las mujeres de los sectores populares quienes entretejen la supervivencia de abajo y hacia arriba, a partir de la ausencia y/o presencia del estado a partir de programas sociales. En esta línea Faur (2015) devela la importancia del diamante del cuidado compuesto por cuatro puertas de entradas, el estado, la familia, la comunidad y los servicios privados, y que sin embargo en la organizaciòn del cuidado de las familias de sectores populares quienes componen este diamante de cuidado, son por lo general las propias mujeres y niñas de la familia, generan de este modo en términos de Enriquez (2016) una desigual de acceso al mercado de trabajo remunerado en la vida pública.

Además, el hecho social que develan estas entrevistadas en distintos momentos, antes y durante la pandemia, nos permite entrever cómo operan las violencias vinculadas a las ventas y consumo de drogas en el barrio. Este hecho social es el que puntualmente señala como principal violencia y preocupación de las mujeres que maternan juventudes en el Área Reconquista.

Cuando intentamos comprender ¿Qué es la violencia barrial, a partir de la mirada de las actrices? descubrimos que estas, señalan la venta y el consumo de drogas como la mayor violencia o como una situación que genera violencia, porque desde su rol de madres cuidadoras, expresan: “Estamos perdiendo a nuestros pibes [...] son estos los que están más cerca de morir [...] “por la droga, por una bala, por la policía” o cómo tal nos expresó una de las entrevistada “Chicos chicos, problemas chicos, chicos grandes quilombos grandes”.

En esta línea del avance de las drogas en el territorio, se observa además, que las vecinas que no están vinculadas directamente a la venta y/o consumo de drogas por parte de los hijos, sin embargo también se sienten amenazadas. Un claro ejemplo de este avance de las violencias vinculadas a los mercados ilegales en el territorio Área Reconquista; se visibiliza en los relatos de Azucena, una vecina que pierde la posesión de su vivienda, por una toma forzada de los, que los propios vecinos señalan como transas. En este sentido la investigación, detecta a estos mecanismos de la violencia machista, cómo un nuevo modus operandi, ya que no es casual que las víctimas de expropiación de las viviendas sean mujeres. Por otra parte, las mujeres solas y/o madres de hijas mujeres, quedan vulnerables frente a estas situaciones de violencias, porque son reforzadas con promesas de violencias sexuales. Otro ejemplo, del avance de la violencia en el barrio y el miedo que arremetan contra los hijos, se reconoce en el relato de Rita, una vecina que lograr huir de la villa, una vez que sus hijos consiguen ingresar al mercado laboral, con el fin de alejar a los jóvenes de los pasillos. En este sentido es Victoria, la que queda circunscrita en la villa y en una lucha tediosa por recuperar el bienestar de sus hijos que están fuertemente afectados por el consumo de drogas. No obstante en estas situaciones de alta vulnerabilidad son las mujeres en palabras de Ortner (2016) quienes encuentran la manera de agenciar estrategias de subsistencia y agregó sobrevivencia social y económica.

Finalmente, observamos que este escenario, al igual que la violencia machista y otras violencias cómo la institucional, no son nuevas en el territorio en cuestión, sin embargo, se devela cómo problemática recurrente en varios relatos. Nosotros en este capítulo nos centramos en la voces de las mujeres, no obstante en otros apartados de este mismo libro, se focaliza en las voces de otros actores que residen y/o están vinculados al territorio, ya sea por sus actividades como políticos y/o agentes del estado municipal y/o provincial. En otras palabras, la droga en el territorio es una problemática que anuda y tensiona las lógicas de organización comunitaria y recae en suma como otra responsabilidad de trabajo de cuidado sobre las mujeres.

Entonces, podemos esbozar muy sucintamente, este reclamo de abordaje integral de los mecanismos de la violencia machista, a partir de los tres relatos de las interlocutoras que reflejan cómo se vinculan las múltiples violencias. La violencia machista (en todos sus tipos y modalidades) la violencia institucional, específicamente la omisión de las fuerza de seguridad frente a las distintas violencias que atraviesan las cotidianidades barriales a partir de la vinculación con la venta y consumo de drogas y la relación de estas múltiples violencias con las condiciones (vulnerabilizadas) en las que sostienen la vida cotidiana las familias y principal sobrecarga de trabajo y cuidados en las mujeres pobres.

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Caravaca, Mancini y González Plaza (ver en este volumen)

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Garriga y Del Castillo ver en este volumen

Garriga y Zezaj; ver en este volumen

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1. El Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Nación lanzó la convocatoria del Programa de Investigación sobre la Sociedad Argentina Contemporánea (PISAC) COVID- 19, con el objetivo de promover los esfuerzos de las investigadoras e investigadores y de equipos e instituciones de Ciencias Sociales y Humanas dispuestos a realizar estudios sobre la sociedad argentina en la postpandemia, sus transformaciones, dificultades y soluciones colectivas para vivir mejor. En ese marco se presentó el Proyecto “Fuerzas de seguridad, vulnerabilidad y violencias. Un estudio interdisciplinario, multidimensional y comparativo de las formas de intervención de las fuerzas de seguridad y policías en contextos de vulnerabilidad en la Argentina post pandemia”, dirigido por el Dr. José Garriga Zucal.

2. Esta temática se trabaja por Caravaca, Mancini y Gonzalez Plaza, ver en este mismo volumen.

3. Los nombres de las mujeres y los barrios en donde residen han sido sustituidos por nombres ficticios. Con el propósito de proteger la identidad, a pedido de las mismas. Con lo que respecta a los barrios, en donde se realizó la etnografía será denominado cómo Villa La Laguna.

4. Término utilizado entre los jóvenes de fines de la década del 90´ que se identificaban con la banda de rock and roll, The Rolling Stone.

5. Futsal, juejo similar al fútbol, se juega con cinco personas por equipo, en dos tiempos de 30 minutos.

6. Los pasillos, en las villas y/o asentamientos, son los corredores que comunican la circulación entre las viviendas.

7. Rescatar, término coloquial utilizado para señalar el cuidado del otro frente a una situación de exceso de consumo de drogas y/o alcohol.

8. Este tema es trabajo por Beraldo, ver en este volumen.

9. Estas temáticas se trabajan por Garriga y Zajaz, y Garriga y Castillo, en este mismo volumen.